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Martes, 14 de julio de 2015
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Jesús Cossio, autor de Rupay y Barbarie, habla de la historieta documental

Trazos para contar la otra Historia

Aunque se dedica a hacer distintos tipos de comics, el historietista peruano ha profundizado en los crímenes del terrorismo de Estado y su contrapartida senderista. “Lo que el testimonio permite es mostrar los matices de los hechos”, afirma.

Por Andrés Valenzuela
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“Un dibujante no puede ser objetivo, no puede tener esa pretensión”, plantea Cossio.

“Con unos amigos pensamos ‘¿Qué se puede hacer para luchar contra la reacción?’”, recuerda Jesús Cossio de sus comienzos en la historieta documental. Corrían los primeros años de la década de 2000 y el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú –una suerte de equivalente al informe de la Conadep argentina– enfrentaba fuertes embates de la derecha peruana, que lo criticaba y hasta lo negaba. “Siendo dibujantes, se nos ocurrió dibujar un comic.” El proyecto fue respaldado por una fundación norteamericana, salió publicado en Lima en 2008 bajo el título de Rupay y hoy está agotado. Fue el comienzo de un modo de entender y hacer historietas para Cossio, quien luego continuó el camino con Barbarie (2010), que siguió profundizando en los crímenes del terrorismo de Estado peruano y su contrapartida senderista.

Cossio estuvo en la Argentina hace unos meses, para disertar en el Encuentro Federal de la Palabra y extendió su visita para hacer algunas presentaciones y dictar un taller de su especialidad. “En realidad, trato de hacer distintos tipos de comics y los documentales son sólo una vertiente de lo que hago”, aclara, mientras reconoce que son los que más profundizó. “He tratado de explorar los casos y también la manera de tratarlos, enfocándome en la narración de la historieta, es decir: hacer menos texto y más adaptación”, explica.

–¿Cómo se trabaja una adaptación así?

–Basado en la idea de lo que es el testimonio. Más que contar un hecho a la manera de una enciclopedia, lo que el testimonio permite es mostrar los matices de los hechos. Lo que Walter Benjamin llamaba “pasarle el cepillo a contrapelo a la Historia”. Ver aquello que no se suele ver habitualmente. Con esa idea uno empieza, sin querer ser un historiador a la manera tradicional.

–Tratándose de dibujo y no de fotografía o video, ¿qué puede aportar la historieta a lo documental?

–Justamente porque no es una foto no se queda en lo iconográfico, en el dibujo fijo, sino que puede trabajar sobre lo que hay antes y lo que hay después, puede reconstruir a través del dibujo y la historieta esos momentos, darles una historia basada en los hechos. Este proceso de reconstrucción que comparte en algún grado con ciertos documentales es lo que le da esa fuerza.

–¿Siente que su trabajo como historietista es en cierto modo militante?

–Personalmente, sí, pero en el sentido en que Joe Sacco varias veces se ha referido, que un dibujante no puede ser objetivo, no puede tener esa pretensión. Si va a serlo, será a favor de los que sufren, de la víctima. En otro nivel, en el comic documental no sólo me interesa discrepar con ciertas verdades o historias oficiales, sino considerar que tras una verdad oficial siempre hay una justificación oficial. Entonces, si uno tiene ciertos escrúpulos de tipo político, no puede hacer esa serie de preguntas que caben. Si un soldado mató a un grupo de campesinos es porque recibió una orden. ¿Y de quién la recibió? Si fue un teniente, ¿él de quién la recibió? De ese modo tengo que ir haciendo preguntas y luego ver quién organiza esas cosas. ¿Es una política de Estado? Si lo es, mis simpatías políticas no pueden interponerse con esas preguntas. ¿Es el poder una forma de ejecutar a quienes no tienen lugar en su conformación política o económica? Ese es el tipo de militancia en la que yo creo.

–Tanto con Rupay como con Barbarie llevó la historieta al interior del país, donde antes no llegaba. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Ahora trabajo bastante talleres. A veces simples, otros de memoria. Encuentro una parcialidad de la historia donde se polariza mucho quiénes son los buenos y quiénes los malos. Para mí, la experiencia siempre es encontrar que hay cierta resistencia a la memoria. Los chicos saben muchas cosas y a veces lo difícil es que sientan que pueden expresarse y que no piensen que no pueden, que no interesa o que no tiene relevancia. La mejor parte de esa estos talleres con chicos es que se ponen a dibujar y salen cosas interesantes.

–Más allá de lo documental, ¿cómo es la situación de Perú en la historieta?

–Creo que mejor que otros años, estamos sacando la cabeza entre la marejada. Hay varias personas dibujando historieta. Tengo varios amigos haciendo incluso novelas gráficas, así que el año próximo habrá muchas cosas para leer. Ahora felizmente hay ferias en las que se pueden vender, al menos una al mes. Hay mejor importación de comics. Incluso hay una nueva editorial que está saliendo y publicará autores peruanos. Así que sí, lo veo muy saludable, hay un avance.

–Sigue siendo un mercado chico. ¿Cómo se inserta su material allí?

–Rupay se agotó hace un año y medio, lo cual para el medio peruano es bastante. Eran mil ejemplares, que para Perú es bastante, dado que es un mercado cerrado. Barbarie vende bien, aunque no es un bestseller. Este año me toca sacar al menos un libro sobre algunos casos del fujimorismo y el senderismo. Revisitaré técnica y formato a partir de unos casos muy específicos que han pasado bajo el radar y me gustaría ver.

–¿Qué casos?

–Hay casos por los que (Alberto) Fujimori fue condenado y salieron en varios medios, fueron tratado periodistas y especialistas. Pero otros son menos conocidos, aunque igual de graves. Hay un caso que se llama El Santa, donde el grupo de operaciones especiales de (Vladimiro) Montesinos y Fujimori mató a un grupo de sindicalistas por encargo, una cosa mucho más sórdida. Trabajaban para un industrial de la zona, hicieron unos reclamos salariales y resulta que este señor conocía a un general del ejército y le dijo “yo te pago, pero me matan a estas personas”. Y fueron y los mataron... Y también en la Universidad del Centro, en Perú, han desaparecido muchísimos estudiantes y no es tan conocido ese caso.

Este nuevo libro, aún sin título, recorrerá toda la década de Fujimori al frente de Perú y, según explica su método de trabajo Cossio, todavía está en fase de bocetos. Es que, a diferencia de otros colegas, que van de a una página por vez, él completa en su totalidad cada etapa del proceso antes de pasar a la siguiente. Luego tocará corroborar datos, hechos, fechas. Cossio sabe que, no por dibujada, la Historia debe perder rigor.

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