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Sábado, 2 de enero de 2016
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Segundo tomo de Miracleman, a cargo de Alan Moore

Los villanos nunca mueren

El guionista británico logró darle una vuelta de tuerca al Dr. Emil Gargunza, delirante personaje creado por Mick Anglo en los años cincuenta. Acompaña a Moore un notable equipo de dibujantes, que consigue recuperar cierto aire de clásico sin que se vea “viejo”.

Por Andrés Valenzuela
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El segundo tomo de Miracleman consigue, aún mejor que el anterior, entretejer el personaje creado por Mick Anglo en los años cincuenta con su nuevo relato. Y no es sencillo tomar un superhéroe de épocas mucho, mucho más inocentes del cómic (británico, en este caso) para darle una vuelta de tuerca, renovarlo y convertirlo en una lectura rica y estimulante. Quien conquista el desafío es nada más y nada menos que Alan Moore, guionista de clásicos como La cosa del pantano, Watchmen o V de Venganza.

Lo que el británico aporta en Miracleman junto con los dibujantes Alan Davis, John Ridgway, Chuck Austen y Rick Veitch, en tanto, está considerado como una de sus obras maestras, aunque por largo tiempo estuvo fuera de circulación e incluso la edición actual omite su nombre. Es que Moore reniega de los créditos en cualquier cosa que no sea una producción propia, así que la edición de OvniPress se hace eco de la política seguida por Marvel Comics y la española Panini y se limita a referirse a él como “El escritor original” (que bien visto, es casi un galardón en sí mismo).

Para el arco argumental que recopila este volumen, Moore recupera un villano clásico de los 50, el Dr. Emil Gargunza: un científico mexicano, criado en Brasil, asesor del nazismo y luego refugiado bajo la bandera británica para continuar sus experimentos de genética. Una historia de vida tan delirante que cuesta entender cómo Moore consigue volverla creíble e incluso fundamental para la historia que narra e incluso para el mismo protagonista de la historia.

Sin anunciar nada sustancial de la historia que el lector puede encontrar en esas páginas, vale decir que el nudo de todo el arco argumental se centra en la paternidad, en el acto creador de vida, y no solo porque el propio superhéroe llega a las primeras páginas de este tomo sabiendo que su esposa está embarazada. Esa tensión y puesta en cuestión de la paternidad es también crucial para el desarrollo del protagonista y su alter ego mortal. Moore sabe hacer ganar espesor y dimensión humana a sus personajes. Es uno de sus principales rasgos autorales y así como en La cosa del pantano reflexiona sobre el ser y la identidad, o en Watchmen aporta ideas sobre la psiquis de un superhéroe, acá se aboca a la posible construcción de una familia. Y todo eso salvando el mundo y a los suyos.

Más allá del impecable trabajo del guionista británico, conviene destacar el gran aporte de todos los dibujantes que lo acompañan. El conjunto es suficientemente cohesivo como para que los pequeños cambios de estilo gráfico y narrativo no molesten en la lectura, pero sus méritos se extienden más allá de eso.

El equipo de dibujantes consigue recuperar cierto aire de clásico, de historieta efectivamente de los años cincuenta, y a la vez modernizan su imagen tanto que aún hoy, habiendo pasado más de 30 años de su publicación original, el dibujo sigue sosteniendo su fuerza. Es cierto que para eso también colabora el color, pero si Miracleman se publicara hoy por primera vez en cualquiera de las grandes editoriales norteamericanas, a nadie le parecería “viejo”.

Palabras finales para la edición de OvniPress, con una lujosa tapa dura inusual para el mercado local y repleta de “extras”, desde portadas de la serie de los años cincuenta hasta reproducciones de lápices de esta “nueva” etapa.

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