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Viernes, 10 de junio de 2016
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FRANK MOMO DEBUTA MAÑANA EN FIERRO

Un ejercicio de estilo

Pablo Zweig y Juan Sáenz Valiente crearon un detective negro y caribeño al que no le gusta el bolero: sus primeras aventuras inauguran la sección “Novelas gráficas ejemplares”.

Por Lautaro Ortiz
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Está de fiesta la imaginación. Si la frase resuena a cita de bolero (el de la cubana Marta Valdés, por caso) es porque la revista Fierro llegará mañana a los kioscos del país en clave esotérica, caribeña y musical. El ritual mensual de lectura de este arte –ya pronto a cumplir 10 años de vida– está tatuado en la poderosa portada que realizó El Monga Sasturain: suerte de máscara chamánica donde la pantera que te mira y amenaza no pude ser otra cosa que el símbolo del conocimiento, y la serpiente que la muerde y envenena, el peligro que encierra acceder a la sabiduría. Quien mire esa imagen a los ojos entenderá que la señal ya fue dada y que se han encendido las antorchas de la historieta argentina para enfrentar este duro invierno.

Por la vereda que se estremece al ritmo de su cadera, llega –como apertura de la revista– un capítulo más de la adolescente y paranoica protagonista de “Al Rey de Babilonia”, escrita y dibujada por Fernando Calvi. Acto seguido, se podrán ver a los gánsteres con enciclopedia bajo el brazo enseñando a todos que el submundo de “La Ley seca” –en brutal blanco y negro, de y por El Marinero Turco– tiene más vigencia que nunca. Y en las 16 páginas finales, el lector se encontrará con el episodio 13 del criollo superhéroe “Zenitram”, de la dupla Quattordio-Sasturain. Pero eso no es todo, porque en el medio –unas cuarenta rigurosas páginas a color– hay una sorpresa.

Bajo el título de “Novelas gráficas ejemplares”, se abre una nueva sección destinada a la publicación de breves historias sin cortes ni continuará, para leer de un tirón y, si el caso lo amerita, para guardarla como librito de reglado.

La primera obra se llama: “Frank Momo: El último bolero de Paquito Rivero”, creada por Pablo Zweig en dibujos y con Juan Sáenz Valiente (“El hipnotizador”), a quien le entraron ganas de ponerse las botas de guionista, y encontró talle. Sin pretensiones, aferrada a la estructura más simple de los relatos policiales (ligereza de lectura y mirada), la dupla le dio a vida a un detective con todos los clichés posibles del género: una mañana de trabajo sin trabajo, una oficina sucia, un teléfono descompuesto y mujeres complicadas por doquier: la rubia amante, la morocha esposa, la ama de llaves insospechada, y claro, un caso absurdo por resolver: la muerte de un cantante de boleros famoso bajo el sol caliente de los años 50, en un territorio impreciso pero bien centroamericano. “Un ejercicio de estilo con variaciones inteligentes”, según dictaminó Juan Sasturain en sus Contraindicaciones. Un dato: la nueva sección, anticipo de los festejos por los diez años de existencia de la publicación, ya tiene los próximos tres títulos: “La invasión”, de Ariel López V.; “Cayetano”, de Brondo y Saracino; y un episodio cerrado de la que fuera saga hace sólo unos meses: “El esqueleto”, de Salvador Sanz.

El reencuentro con la historieta

Nacido en Buenos Aires en 1964, el dibujante Pablo Zweig hace su aparición en Fierro por primera vez con personaje y relato de largo aliento, luego de algunas historias conclusivas. Autodidacta, ilustrador free lance en medios y editoriales, Zweig recién le dio una oportunidad a su verdadero oficio a los 24 años. “En Hamburgo conocí a un agente francés que me ayudó a definir mi estilo y me alentó a empezar a dibujar historietas cortas con un personaje bautizado como Livingstone”, recuerda. De regreso a Buenos Aires, el dibujante Sergio Langer le presentó al guionista Mario Rulloni y ambos le dieron forma a “Tigre Hotel” (1989), y dos historias más: “Amazonia” y “Video Star”, apenas conocidas en la Argentina. “Pero después –sigue Zweig– me volqué más a la ilustración, por razones económicas, hasta que un día llegó Frank Momo”.

–¿Cómo fue?

–Hablando con el dibujante Juan Saénz Valiente, él me contó una tarde que estaba tomando un taller de guión y me surgió la idea escribir una historia para que yo la dibujara. Después de reunirnos y hablar largo rato salió –como se verá en la revista– una historia noir en ambiente retro kitsch bolerístico de una ciudad caribeña parecida a La Habana de los años ‘50. El ya había imaginado una vez un proyecto con un detective privado así. Su idea era que tuviera los rasgos de Peter Lorre en El Halcón Maltés, por suerte yo no me enteré de eso. Tenía en la cabeza una foto de Walker Evans, famoso fotógrafo que en los años ‘30 trabajó en La Habana y fotografió putas, barrenderos y otros personajes. Era la foto de un negro alto y flaco con traje y sombrero blanco; el traje estaba un poco arrugado y sucio, pero tenía elegancia y personalidad, y la pose era la de un tipo canchero pero abúlico y displicente. Para mí, ése era el personaje: ¡un negro caribeño al que no le gustan los boleros!.

–¿Quién es Frank Momo?

–Pensé en buscar un personaje original, un detective privado típico de serie negra mezclado con elementos atípicos, en otro contexto, encima negro y latino. Es la contradicción del “negro que no le gusta bailar” un anti estereotipo, además con un cierto pesimismo, cinismo, looserismo, que es también típico de las series negras. Me parece un personaje muy sólido (agregándole dosis de disparate) al que se lo puede meter en cualquier situación y funcionará siempre. Para mí, diseñar cada personaje, la escenografía y sobre todo el encuadre es un placer enorme. Detrás de cada cuadro dibujado hay una decisión peligrosa que se debe tomar: hasta dónde exagerar un gesto, qué ropa conviene para cada personaje, qué encuadre refleja más tensión... En fin, el trabajo de un director de cine. Pero ahora que terminé esta primera historia, Frank Momo puede descansar y disfrutar de sus honorarios bien ganados, aunque espero que no por mucho tiempo, y que mis insistentes pedidos de un nuevo guión tengan éxito.

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