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Miércoles, 20 de julio de 2016
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El día más largo del futuro, imperdible obra de Lucas Varela

Cómo contar todo sin globitos

La excepcional novela gráfica que apareció serializada en Fierro llega compilada en un volumen que permite apreciar una de las historias más potentes de los últimos años, ambientada en un futuro dominado por dos corporaciones rivales.

Por Andrés Valenzuela
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Algunas corrientes de pensamiento reducen la lectura de una obra a sus condiciones históricas de producción. En algunos casos no alcanza. Es difícil asociar la intensidad y cantidad de peripecias que narra Lucas Varela en El día más largo del futuro con el aire bucólico de su estudio en Angoulême con su vista al río, el almuerzo frugal en casa, el bar con los otros residentes de la Maison des Auteurs y el ambiente tranquilo del pequeño pueblo francés. O quizás la locura de la jornada que viven –sufren– los protagonistas de este relato mudo no sea más que una descarga, cual exorcismo, de la rutina porteña de la que se alejó Varela. Quizás. Pero son elucubraciones que en última instancia no tienen mayor valor. Lo auténticamente relevante es que fruto de ese tiempo nació una novela gráfica muda excepcional –quizás una de las mejores de este año–, que primero apareció serializada en la revista Fierro y que hace poco recopiló en un lindo volumen el joven y pujante sello El Hotel de las Ideas.

Varela ambienta su historia en un futuro dominado por dos corporaciones rivales que buscan eliminar a su competencia y emplean para ello todo tipo de artimañas: tecnología alienígena, espías, robots asesinos y algún empleaducho obligado al mal. El protagonista es justamente el empleado de una de estas corporaciones, convertido en sicario bajo amenazas de distinto orden. Su día comienza con sueño y termina con locura, explosiones y huídas. En el proceso aparecen personajes muy particulares: una secretaria, un científico, un alien, los jerarcas de las corporaciones (una suerte de chancho industrial y un conejito). Y Varela logra transmitir todo esto sin necesidad de la mediación de la palabra. Cuenta todo: la angustia existencial del protagonista, su desesperación y ganas de irse a casa, cada escena de locura y destrozos, todo se entiende. No es fácil hacerlo. Y mucho menos hacerlo bien. Varela sale airoso del desafío sin dejar de llenar de detalles su universo y hasta se da el lujo de contar todo sin siquiera meter globos de diálogo rellenos con ideogramas o dibujos. Casi no hay onomatopeyas en las 120 páginas. Apenas algo de diegética, pero sin texto. La economía de recursos se sostiene en un dibujo impecable.

El dibujante es uno de los principales exponentes de la línea clara en la historieta nacional. Más aún, su trazo es de una pulcritud casi obsesiva y su paleta de colores de una precisión notable. Algún día deberían exhibirse los originales, que revelan que esa precisión no es fruto exclusivo de ninguna corrección digital posterior. Pero donde otros se pierden en la perfección técnica (que la tiene), Varela no abandona la pasión por dibujar, las ganas de contar algo y el esfuerzo por hacer una gran historieta. Aunque, a diferencia de su personaje, se note la planificación minuciosa del proyecto.

Para los lectores quedan las interpretaciones posibles de la historia. ¿Un simple cuento de ciencia ficción cruzado con parte de la iconografía habitual del autor? (hay gusanitos, claro). ¿Una reflexión sobre el capitalismo actual que se fagocita a sí mismo? ¿O, sencillamente, una elaborada alegoría para la alienación y el agobio que producen las grandes ciudades? No importa qué opción se elija ni qué sentido decida dedicarle a la obra, se trata sin dudas de una de los mejores títulos de los últimos años, y un punto altísimo en la obra de Varela.

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