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Domingo, 10 de mayo de 2009
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Heaven & Hell, o el espíritu de Black Sabbath en el Luna Park

Los auténticos hombres de negro

Por Cristian Vitale

¿Hasta qué punto un nombre anula lo que significa? ¿Lo anula? ¿Lo resignifica? El jueves de noche, ante un Luna Park repleto, las dudas quedaron instaladas. Sí: estaba Tony Iommi, con esos riffs imposibles de ir contra la historia del nombre. Pesados, densos, apabullantes, enredados, mágicos. Estaba, también, Geezer Butler. Una máquina de sangre humana adaptada a un simple bajo. Estaban los dos, parsimoniosos, de negro, dando luz a la oscuridad de fábrica. Los mismos que, rozando 1967, crearon una forma de tocar. Una ruptura que rápidamente se disparó desde la Birmingham obrera hacia los confines del rock. Pero estaba Dio –Ronnie James– que cuando sucedió aquel apareamiento inicial era el miembro más alto –metro sesenta– de una banda con destino incierto: The Elves. Y un baterista que, debido al alcoholismo militante de Bill Ward, debió integrarse mucho después, en 1980. Vinny Appice, otro animal. ¿Y entonces qué? ¿Es Black Sabbath esto? ¿Puede serlo sin el lustrabotas demoníaco que lo creó? ¿Puede haber Sabbath sin Ozzy Osbourne?

Pongamos que el negro determine, de entre una paleta de posibilidades, que no. Y es cierto. La banda que está tocando aquí no se le atreve a “War Pigs”, “Iron Man”, “Children of the grave”, “Supernaut” o “Paranoid”. No existen esas gemas y, quien las haya venido a buscar, es porque vive en otro planeta. Esos son himnos intocables que le pertenecen a una voz inigualable, la de Ozzy. No es ese Black Sabbath el que está aquí. Al menos en su entera dimensión. Pero está Dio. Sabbath-Dio. Y un disco que resucitó a la banda de una larga pesadilla: Heaven & Hell. Cielo e infierno. Ya de entonces viene la polémica ¿Era Sabbath una banda que podía pilotear el cambio de figuritas? Dio, y su intencionalidad menos rústica, menos oscura y personal, pero más rítmica, carismática y renovada que la de su antecesor, duró. Y fue Sabbath: de la tríada de la primera época (Heaven and Hell, Mob Rules, Live Evil) hasta la reencarnación –luego de una década de idas y vueltas– con Dehumanizer (1992). Y el hoy, atravesado por el celoso capricho de Ozzy y su mujer de impedir que Sabbath se llame Sabbath si él no está. De este gris, que ya es historia, se pintó el Luna con gemas heavy del período: entre el veloz y “rockero” “Neon Knights” y “Children of the sea”; entre el alucinante “Die Young”, con las dotes de Iommi intactas expresadas a través de un solo, y “The Mobe rules”; entre “Falling in the edge of the world” –denso y duro– y la mismísima versión de ese nombre que, hoy, vale por tres: “Heaven & Hell”.

Astuta manera de cargar contra el capricho de Ozzy. Si la versión original, por rústica, poderosa y elemental, mostraba que el inseparable dúo Iommi-Butler podía arreglárselas bien sin aquél, y sin por ello ir contra el propio ADN, la del Luna dobló la apuesta, dobló su duración original (de los seis minutos a los casi trece) y dobló las resistencias de aquellos presentes que, aun y pese a la visita de los mismos cuatro en 1992, dudaban del sello estético. Seguramente quedará, la versión de “Heaven & Hell” por “Heaven & Hell”, como uno de los momentos cumbre de la historia del rock pesado en vivo en la Argentina. El tema funcionó también como un perfecto compendio de todo lo que ¿Sabbath? puede ofrecer hoy. Hubo, también, un breve paso por lo poco destacable de Dehumanizer –“L”, “Time Machine”– y tres temas de The devil you know, el flamante disco que la banda supuestamente vino a presentar: “Bible Black”, “Fear” y “Follow the Tears”, resueltos –éstos más los otros– en una hora y media puntual de duración. ¿Y entonces qué? ¿Sabbath o Heaven & Hell? Si define la gente, rabiosa y fanática, sí: todos gritaban el nombre original. Pero si define la voz que se eternizó en “Paranoid” como lo imperecedero de Sabbath, la respuesta está en los grises, o, por qué no, en el negro. ¿Y? ¿A quién le importa? A la larga, es como preguntarse si el cielo y el infierno existen.

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