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Lunes, 2 de junio de 2008
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Entrevista a Leonardo Moledo, autor de Los mitos de la ciencia

Las ciencias no tan exactas

El matemático, periodista y escritor trabajó a partir de la idea de “contar historias”, sobre la base de teorías ya superadas.

Por Facundo García
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Moledo es el editor de Futuro, suplemento que sale con PáginaI12.

Leonardo Moledo dice –igual que si cantara una milonga– que la ciencia se hace en los cafés. “Es en los espacios de discusión libre donde se construye el conocimiento”, asegura. Y para comprobarlo basta remitirse a las pruebas: en Los mitos de la ciencia (Planeta), el matemático, escritor y periodista recopila con vuelo literario algunas formas de pensar que en su momento se sentaron en el trono de la verdad, para luego ser bajadas a cascotazos en el fragor del debate. “Estas ideas caídas suenan hoy insólitas, pero mantienen su belleza e invitan a tener una especie de escepticismo ante lo que hoy nos parece obvio”, se engancha el autor, mientras lo alegra la llegada de un platito con dos empanadas.

“La ciencia –explica Moledo– es un relato sobre el universo que se hace el hombre. Si bien busca describir la realidad, nunca sabés definitivamente cuándo estás diciendo algo que ‘pega’ con lo que está efectivamente en la naturaleza.” A su vez, están los que narran las marchas y contramarchas de ese relato. En esa lista se anota el editor del suplemento Futuro: “Este es el trabajo de un contador de historias, que quiere meter la ciencia en la literatura”, confiesa. Los mitos... suma prosa y poesía; citas literarias y escenas que se acercan al registro teatral, bajo la premisa de que no es necesario ser un posmoderno para asumir que el conocimiento científico tiene vasos comunicantes con otras expresiones.

Ambientado en el bar La Orquídea –“un boliche que abre las veinticuatro horas y queda justo debajo de mi departamento”–, el libro incluye trece charlas con el Comisario Inspector Díaz Cornejo, invitado frecuente a los escritos del autor. “Es un personaje excéntrico, policía y profesor de metafísica a la vez”, marca el padre de la criatura al terminar su primera empanada. Esta vez a Díaz Cornejo le toca abrir un arcón que contiene hipótesis y pensadores algo olvidados. Ahí están, para el que quiera visitarlas junto a él, teorías pintorescas que rigieron la vida cotidiana por siglos, y también denuncias contra los siempre presentes fanáticos de la irracionalidad, como los inquisidores y los guardianes del estalinismo. Por lo profundo de esas páginas también resuena un homenaje a hombres y mujeres que se la jugaron por el conocimiento, aunque estuvieran en clara desventaja. Esos que se pasaron la vida procurando resolver con regla y compás el problema de “la cuadratura del círculo” y cosas similares. O aquellos con el tesón de Copérnico, que durante noches interminables se rompió la cabeza porque no le daban las cuentas para terminar de comprender cómo funcionaban las órbitas de los planetas, sin saber que le faltaba el dato esencial, es decir, que las órbitas no eran circulares sino elípticas. Y qué decir del pobre Robert Hooke, hombre que había intuido entera la ley de gravitación y que aun así fue olvidado por el encono que le tenía el gran Newton.

“A los que perdieron se los recuerda a medias –reconoce el entrevistado–; pero más de uno tuvo el heroísmo intelectual de empujar hacia fuera de lo establecido.” En efecto, estas historias en las que la ciencia es considerada una empresa humana dejan claro el peso de los deseos, los placeres y las represiones en el derrotero del saber. Cada tanto, también permiten el fulgor de irreverencias como la de Paracelso, que gustaba repetir que “todas las universidades y todos los escritores de la antigüedad” tenían “menos talento que su culo”.

A lo largo de un recorrido por temáticas que abarcan desde reinos ficticios hasta el caso Roswell, Moledo se hace espacio para sugerir que el mito es un componente inevitable en el momento en que los hombres se ponen a razonar. Cuenta, por ejemplo, cómo casi todas las nociones geológicas sobre el surgimiento de la Tierra del siglo XVIII se fundaban consciente o inconscientemente en la idea del Diluvio. “Era una tradición poderosa. Por otra parte, desde el punto de vista de la belleza, la teoría de que la Tierra había comenzado con un mar universal que había ido cediendo terreno a los continentes me gusta mucho más que la explicación actual de las placas geológicas.”

Al café La Orquídea no sólo van el periodista y el Comisario Inspector. Sus intervenciones se van mechando con vasitos de ginebra y el aporte de otros parroquianos. Participa, sin alejarse por mucho tiempo, una gorda “inmensa, capaz de tragarse un gorrión de un solo bocado”. En las mesas, una especie de coro de cafetín comparte la curiosidad y pregunta. “Imaginé cada capítulo como una conversación porque a la ciencia la mueven el deseo de saber más y el diálogo. Yo no estoy investigando de verdad hasta que no someto mis teorías a los otros. Por eso por ahí rescato la figura de Eva. Se la tildó de pecadora, pero ella quería conocer, discutir, saber dónde estaba y qué había afuera del Paraíso. Eso fue muy científico”, se apasiona Moledo.

Los capítulos muestran cómo a veces las pifiadas hacen madurar el germen de grandes victorias. El médico y fisiólogo Jean Baptiste van Helmont sugería que “si se coloca ropa interior llena de sudor con trigo en un recipiente de boca ancha, al cabo de veintiún días el olor cambia y penetra a través de las cáscaras, cambiando el trigo por ratones”. Una ridiculez. No obstante el mismo van Helmont acuñó en otro de sus experimentos la palabra “gas”, abriendo compuertas conceptuales para que empezara a entenderse que la atmósfera no está formada sólo por oxígeno.

En Los mitos... también aparecen tiranos que llevaron adelante masacres en nombre de creencias más que cuestionables, y se deja un apartado para los cultores de las seudociencias. “Este es también un libro de denuncia. Los que más bronca me producen son los poderosos que no entendieron que la ciencia debe ser algo público, que no se puede dirimir en instituciones cerradas”, comenta el escritor.

La publicación aparece en una época auspiciosa para la divulgación científica. “Yo creo –analiza Moledo– que ese auge se debe a que la ciencia ficción ha entrado en un período de cierta decadencia. Se ha visto superada por el presente.” Antes se podía pensar en marcianos o en selenitas; hoy tenemos aparatos en Marte y la Luna que desde allá nos transmiten grabaciones de desiertos vacíos. En cambio son muchos los que pasan buena parte del día sumergidos en la web. “¿Qué escritor anticipó algo como Internet o la PC? Andamos inmersos en un mundo que no terminamos de entender, y necesitamos saber dónde estamos para calmar un poquito nuestra angustia”, cierra el hombre. Se trata, en última instancia, de lograr que la ciencia y sus tropiezos dejen de ser mirados desde afuera, “como esas cosas que nunca se alcanzan...”

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