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Sábado, 26 de julio de 2008
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Entrevista a Cristina Loza sobre su novela La hora del lobo

“Me vacío y cada personaje me toma”

La escritora cordobesa, autora de El revés de las lágrimas –que vendió 20 mil ejemplares–, se ocupa de una mujer recién separada que busca respuestas en la casona de su infancia. “Tenía una cuenta pendiente con estos personajes”, dice.

Por Silvina Friera
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Cristina Loza siente que debe asignar “un destino a cada personaje”.

Quizá por el ritmo que le imprime con su tonada cordobesa, la anécdota que cuenta Cristina Loza suena más graciosa. “Me gusta ir a las librerías con mis anteojos de incógnito, como si estuvieran los paparazzi esperándome. Cuando veo a alguien que está mirando mis libros, me da ganas de pellizcarlo y decirle: ‘Ese es mío’. Todavía siento eso y ojalá que no lo pierda nunca. Vivo todos los días con una enorme capacidad de asombro, no me la creo. Cuando el ego se hincha mucho, me pongo a mirar los anaqueles con la cantidad de títulos que se publican y me calmo un poco”, confiesa la escritora cordobesa que acaba de publicar La hora del lobo (Emecé). “Disfruto de este momento porque sé que me lo merezco, porque tengo una cadera de titanio y me cuesta mucho estar sentada escribiendo, porque a una edad en que era difícil domar la computadora, me acercaba con un banquito y un látigo como si fuera un león, lo conseguí”, agrega esta pelirroja imponente, madre de tres hijos, viuda dos veces, “optimista desde la médula”, que vendió más de 20 mil ejemplares con su anterior novela, El revés de las lágrimas.

La protagonista principal de La hora del lobo es Pilar, personaje que aparece en Malasangre (2002), primera novela de Loza. En enero de 1980, a los 39 años, Pilar es una mujer desorientada, recién separada, que busca respuestas o certezas a tanta sinrazón que asuela su vida en la casona solariega donde pasó aquel verano del ’53 que marcó el fin de su infancia. Después de muchos años, se reencontrará con su abuelo, Pancho Montero, un caudillo conservador, acosado por la enfermedad, pero a quien no le tembló el pulso, a principios de los años ’50, a la hora de hacer pasar a uno de sus nietos recién nacido, el hijo de Merceditas, como muerto. Pilar pronto descubre la falsa calma del campo y sacará las capas de polvo debajo de la alfombra familiar, que forman una espiral de enigmas y secretos: por qué se suicidó su tía Merceditas y el rescate y la aparición de Ari, entre otros episodios. La historia que construyó la escritora cordobesa sumerge al lector en un itinerario espacial, temporal, social y político desde la estancia norteña de Montero al gueto de Varsovia, de un kibutz en Israel a la Argentina del ’45, del peronismo a la dictadura militar.

“Tenía una cuenta pendiente con los personajes de Malasangre; Pilar volvía a la ciudad, al colegio, pero todos esos personajes quedaban sin destino. Aparte de mis deudas, de muy pocas cosas me hago tan responsable como de mis personajes. A veces uno suele leer novelas en las que hay un personaje que no se sabe muy bien qué le pasó, si se quedó en el camino. Al generar los personajes, debo darles un destino”, explica Loza en la entrevista con PáginaI12. “Como los actores, cada personaje me toma a mí: Cristina Loza se vacía y entran esas criaturas, por eso puedo ponerme en la piel de un coronel represor y escribir una sesión de tortura. Toda la novela está atravesada por la historia interminable de las persecuciones del hombre contra el hombre”, subraya la escritora.

“La política siempre tiñe la vida argentina –plantea la escritora–. En el ’45 la política era absolutamente visceral, se vivía con énfasis. Merceditas es peronista por Eva; imita la vestimenta y la voz de Evita para vengarse de ese caudillo conservador, su padre, que ella intuye que ha tenido que ver con su desgracia. El peronismo atraviesa toda la novela, como atraviesa siempre la historia argentina. El peronismo es kármico. No recuerdo quién fue, pero alguien dijo que nuestro país es un circo que merecería salir de gira por el mundo para que nos vean porque es muy extraño lo que nos está pasando.” Loza despliega como un abanico sus ojos verdes y dice que suele asombrarse por lo que escribe. “Cuando a don Pancho Montero, caudillo conservador, los militares le preguntan qué hacemos si Evita es nombrada vicepresidenta, él dice que van a tener que hacer algo, porque ‘qué va a pasar si una puta nos gobierna y encima madrecita de toda la negrada’. Yo tengo que tomar la distancia suficiente para que él hable como sentía, como vivía. No puedo poner algo políticamente correcto porque no sería verosímil.”

La mentira no es patrimonio exclusivo de la familia que protagoniza La hora del lobo. “En toda familia hay secretos. Pilar estaba tan inmersa en su vida que lo político le pasaba por el costado. Y de pronto tiene que tomar decisiones relacionadas con arriesgar la vida. Ella, que es la oveja negra de la familia, consigue que todos los muertos puedan descansar en paz. En realidad llega a la casa de su abuelo para patear el tablero y patea todo lo conocido.” El título de la novela se refiere a las 4.40 de la madrugada, esa hora en que el cuerpo y el espíritu parecen más débiles y permeables a las pesadillas, estado que se prolonga hasta el amanecer. “Dicen que estadísticamente es la hora en la que hay más muertes en los hospitales. Me da mucha gracia porque cuando cuento esto mucha gente me comenta que es la hora en que se despierta. Entonces hay que prender la luz, mirar alrededor y situarte en el mundo real para poder salir de los fantasmas que te tironean. El subconsciente es monstruoso en sueños”, advierte la escritora. “Me gusta la mañana, la noche es para dormir y para despertarse asustado a las 4.40 –bromea Loza–. Me fascina el amanecer, me parece que la luz siempre trae muchas esperanzas. Si me despierto durante la noche, tengo una libreta en la mesa de luz en la que anoto frases sueltas. Si no las anoto, a la mañana me levanto con una sensación de pérdida irrecuperable. Y seguramente esas frases pueden ser la punta de algo.”

Cuando está escribiendo, toma alguna característica física de personas que conoce, quizás una mirada o una acción, pero después trata de que los personajes se despeguen del original. “Después de mi primera novela casi me quedo sin dos tías. Es difícil porque tengo que seguir viviendo en esa familia y yo quiero contar historias tratando también de no herir. Y aun tratando de no herir, tengo que tomar la decisión de que cada quien se haga cargo de cómo sale en la foto”, admite la escritora, que aunque disfruta del fenómeno de ventas generado a partir de El revés de las lágrimas –“quién no quiere que se vendan sus libros”–, sabe que puede incomodar a algunos o generar malentendidos. “Se cree que la palabra best seller es ajena a la literatura. Estoy convencida de que se puede aunar la buena literatura con las ventas. Yo me preocupo mucho por usar un buen castellano y escribo como me gustaría que sea un libro si lo tengo que leer. Por lógica soy más lectora que escritora”, afirma Loza. “No sé si se puede explicar el contacto con el lector, pero siento que hay corazones hambrientos y que yo tengo la posibilidad de tocar esos corazones con las palabras. En El revés de las lágrimas muchas mujeres se identificaron con Damiana, no con la Damiana cautiva 1860, sino con la actual: una mañana te levantás y no tenés nada. Lo que le pasaba a ella, en ese contexto histórico, nos puede pasar a nosotras”, compara la escritora. “Hay algo de mi escritura que se conecta profundamente con el otro. En una era de tanta incomunicación, soy una afortunada de encontrarme con el ojo y el corazón del otro.”

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