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Sábado, 26 de julio de 2008
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Un hombre llamado Fidel Castro, de Oliver Stone, mañana con PáginaI12

Reunión cumbre con el comandante

El director de Pelotón logró entrevistar largamente y sin concesiones al líder de la Revolución Cubana cuando todavía estaba en el poder y el resultado es un retrato iluminador sobre sus decisiones políticas dentro y fuera de la isla.

Por Oscar Ranzani
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Fidel Castro se prestó a treinta horas de conversación que componen el documental.

Ganador de tres premios Oscar (uno como guionista por Expreso de medianoche y los otros como director por Nacido el 4 de Julio y Pelotón), Oliver Stone es uno de los cineastas más importantes surgido de la camada estadounidense durante las últimas décadas. Admirador de la Revolución Cubana, filmó el documental Comandante, un extenso diálogo con Fidel Castro. Más tarde, buscando profundizar en la realidad sociopolítica de Cuba, volvió a la isla y realizó Un hombre llamado Fidel Castro (Looking for Fidel), que PáginaI12 ofrecerá mañana domingo a los lectores como compra opcional. Es una oportunidad especial para ver un film que tuvo severas dificultades de exhibición en Estados Unidos y que fue armado con treinta horas de conversaciones con Fidel durante 2003. Un hombre... contiene, además, un bonus track con una jugosa entrevista de casi una hora que periodistas de distintas regiones del mundo le realizaron a Stone cuando el documental fue presentado en el Festival de San Sebastián de 2004.

El punto de partida de Un hombre... se sitúa en 2003. El mundo estaba convulsionado por la guerra de Irak y en Cuba se estaba produciendo un suceso alarmante: una ola de secuestros de barcos y aviones, a través de los cuales grupos de cubanos planeaban irse a vivir ilegalmente a Estados Unidos. El régimen de Fidel Castro arrestó y encarceló a 75 de ellos acusándolos de conspirar contra la revolución. Tres secuestradores que fueron detenidos cuando se preparaban a controlar un ferry en la Bahía de La Habana, con rehenes incluidos, fueron descubiertos, sentenciados a muerte tras juicios sumarios y, en consecuencia, ejecutados.

Este contexto es imprescindible para entender el comienzo de Un hombre..., donde Stone, con una postura crítica y lejos de la condescendencia, interroga a Fidel sobre las incógnitas que generaron estos hechos. Fidel, por supuesto, logra seducirlo con altura y demuestra con su carisma y verborragia por qué es quien es en la isla desde hace cincuenta años. Como resultado, se logra una extensa conversación –apasionante por momentos– que se convierte en un genuino documento de la historia del siglo XX, donde Fidel se muestra dispuesto a discutir y confrontar los temas más espinosos.

Uno de los primeros cuestionamientos que le realiza el director de JFK es que los juicios contra los sentenciados a muerte sólo duraron siete días y, “según la Justicia internacional, no se fusila a nadie tan de prisa sin que pueda apelar”. Fidel le recuerda que no fue una ejecución extrajudicial y le replica que estas personas fueron seducidas por el gobierno de Estados Unidos. “Si Estados Unidos se comprometiera a devolver a los secuestradores aquí, podríamos comprometernos a no aplicarles la pena capital”, señala el líder cubano.

El diálogo continúa con el relato del prontuario de estos tres hombres, la mención a los servicios secretos, hasta que la pantalla muestra otro hecho: El 10 de abril de 2003 antes de esta entrevista ocho hombres intentaron secuestrar un avión. Pueden ser condenados a cadena perpetua. Fue el cuarto secuestro en tres semanas. En ese momento, Oliver Stone “sienta” a Castro a una mesa junto a varios acusados del secuestro y se produce un diálogo tenso pero muy rico desde el aspecto periodístico. Primero, Stone les pregunta por qué no intentaron emigrar legalmente, si tienen antecedentes, si sus familias sabían que estaban dispuestos a irse, si hubo razones especiales para que no les dieran la visa. Por último, las preguntas más comprometedoras: por qué secuestraron un avión y si les asusta el hecho de que los otros secuestradores fueron ejecutados. La pantalla informa que, posteriormente, los ocho fueron declarados culpables: tres fueron condenados a 30 años y cinco a cadena perpetua.

En adelante, el diálogo entre Stone y Castro va y viene con temas como el planteo de su sucesión, su estado de salud, su postura frente a las presiones internacionales, el cuestionamiento a supuestas violaciones de derechos humanos, conflictos internos del país y su enfrentamiento con los disidentes, entre otros. Stone le comenta que “los cambios se consideran saludables” y le pregunta si no es hora de organizar la sucesión: “¿No confía en nadie? ¿No ha formado a nadie?”, le pregunta Stone. “¿Usted cree que hago otra cosa que entrenar a decenas y decenas de nuestros compañeros? Yo llevo entrenando gente hace más de 50 años”, contesta Fidel. Stone se pone más incisivo diciéndole que “una cara nueva ayuda”. “No estoy dispuesto a complacerlo al señor Bush”, contesta Castro.

Stone le comenta que Bush acusa a Cuba de tener armas bioquímicas, algo que es totalmente desmentido –y de forma categórica– por Fidel, quien destaca que los científicos de su país jamás cooperarían en la producción de ese tipo de armamento. “Chocaría frontalmente contra su ética. Segundo, hay que estar loco para hacer eso. Si usted tiene enfrente una potencia como Estados Unidos que tiene quién sabe cuántas armas biológicas, sería darle una razón moral para que use contra usted esas armas: biológicas, nucleares, químicas”, explica Fidel. Hasta que llega el momento de discutir temas tan urticantes como la prensa y los disidentes:

Stone: –¿Qué consideraría una crítica adecuada comparada con una inadecuada? Si alguien dijese que Batista no fue tan malo como dice Castro y que ha distorsionado los hechos o que la revolución es una gran idea pero Fidel la corrompió en los ’60, en los ’70, ¿le parecería aceptable?

Castro: –Pensaría que estaba equivocado. A cada rato, sacamos en la televisión las declaraciones de los cubanos. Pero si usted me pregunta si les vamos a dar la televisión a estos señores que reciben un sueldo de Estados Unidos, yo le digo que no porque estos llamados “disidentes” en Cuba, ¡oiga!: no alcanzan ni al 0,2 por ciento de la población de Cuba. Sin embargo, parecería el más grande movimiento que haya existido nunca –contesta Castro.

En un recorrido que los lleva por las calles de La Habana puede verse a manifestantes espontáneos vivando a Fidel. Stone le comenta que sufrió 700 intentos de asesinato. Entonces, Fidel se encarga de puntualizar que fueron 734 conspiraciones y que recuerda un intento de asesinato, especialmente, sucedido en el Hotel Habana Libre: allí con el batido de chocolate un hombre quiso echar una pastilla supuestamente de cianuro, pero se puso tan nervioso que se le rompió. “Eran mercenarios –señala Fidel–. Y los mercenarios no son muy peligrosos. Quieren vivir para disfrutar de lo que les pagan. Los que sí son peligrosos son los fanáticos.”

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