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Miércoles, 13 de agosto de 2008
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Santaires habla de su nuevo disco, Canción acorralada

“El desafío es no perder la identidad”

A pesar de los cambios de integrantes y de timbres, el grupo se apoya en un historial de 25 años: mañana actúan en el Borges.

Por Cristian Vitale
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“No más formaciones mixtas, saxos ni percusión. Sólo guitarras, voces y un guitarrón que reemplaza al bajo.”

“Paga Santaires.” Una secuencia menor, como podría ser –y fue–- solventar seis cafés con medialunas y un sandwich de cocido y queso, puede explicar más que una mera operación de compraventa. Habla de un colectivo, de una unión. Los integrantes de esta agrupación, refinada, coral, folklórica, no quieren sacarse la foto si no están los seis; tampoco hacer la nota. No importa que el pequeño banquete resulte más salado. Una traslación a categoría estética da lo que Santaires es: un grupo en el que el brillo está dado, precisamente, por la suma de las partes. Acá no hay individuos o, dicho de otra forma, hay uno que emerge de los seis. Al menos así deviene del último trabajo (Canción acorralada), que el sexteto presentará mañana en la sala III del Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín). “Veinticinco años no se transitan al cohete... ese tiempo es una especie de gran zaranda, en el que van quedando los amigos que te acompañaron siempre”, apuntala Roberto Calvo, la “oreja supersónica”, del grupo, según consta en la lámina interna.

Cualquier arreglo que se tome de Canción acorralada ratifica la conducta de conjunto: un sólido encastre de voces y guitarras que oculta cualquier pretensión de un yo separatista. Como en sus orígenes, allá por 1983, Santaires retornó a la austeridad instrumental. “Buscamos un cambio tímbrico: no más formaciones mixtas, aerófonos, saxos ni percusión. Sólo guitarras, voces y un guitarrón construido especialmente para reemplazar al bajo. Hay una vuelta a lo acústico y artesanal”, sigue Calvo. Este disco, el cuarto en dos décadas y media de existencia, muestra –por doce– versiones tozudamente arregladas de varios géneros folklóricos que anidan en el país. Aunados por una forma –el estilo Santaires–, conviven cuecas, zambas, chamamés, vidalas, chacareras, huaynos y tonadas. La explicación es una especie de determinismo geográfico. “Creemos que la visión del porteño hacia el folklore tiene la ventaja de ser panorámica, porque ve con agrado el folklore de Cuyo, del Litoral, del NOA o el pampeano y eso te permite zafar de los regionalismos... el músico del Litoral no toca cuecas o chacarera, y así.”

El chiste es que el porteñismo es parcial. Javier Pérez es entrerriano “de Gualeguaychú” y se amotina. “No, loco... mirá que hago un piquete acá mismo, arriba de la mesa”, se ríe. Pérez es, además, uno de los cuatro nuevos integrantes de Santaires. De la vieja formación sólo permanecen Calvo y Tato Angeleri, y el resto se integró luego de un paréntesis que ocurrió entre 2002 y mediados de 2005. “En ese tiempo decidimos volver a las guitarras y las voces masculinas. El desafío, igual, es que el grupo no pierda su color característico, su identidad sonora... creo que lo logramos, porque hay un hilo conductor entre los cuatro discos que grabamos. Es cierto que al principio éramos cuatro tipos cantando como Los Andariegos o Los Nocheros de Anta, pero nos fuimos despegando para desarrollar nuestro propio lenguaje”, explica Angeleri, el todoterreno. Pese a la extensa trayectoria del conjunto, nacido a la sombra del movimiento de la Nueva Canción Argentina, el disco debut –epónimo– ocurrió recién en 1996; después llegaron Capullo de esperanza (1997) y Dicho y hecho (2002). “Es claro que el tipo de música que hacemos no es del interés de las grabadoras... durante mucho tiempo tiramos demos en varios lados, hasta que de casualidad un demo encajonado en EPSA le interesó al nuevo director artístico: en vez de tirarlo a la basura, lo escuchó y lo bancó”, evoca Calvo. “Además, acá está establecido que cada artista debe grabar cada dos años, para nosotros no es así. Un disco es un proceso lento y saboreado”, agrega Juan Concilio, otra de las incorporaciones, junto a Diego Escudero y Horacio Felamini. “Con los arreglos nos pusimos en un compromiso desde lo vocal y lo guitarrístico. No fue hecho con el afán de hacerse el extraordinario, simplemente pintó así”, definen, ahora sí, como una sola voz.

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