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Domingo, 16 de noviembre de 2008
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LUCES Y SOMBRAS DEL FESTIVAL INTERNACIONAL

Japón se llevó el oro de Mar del Plata

No hubo premios para el cine argentino en la competencia oficial. Aruitemo aruitemo, de Hirokazu Kore-eda, ganó como Mejor Largometraje y Kiyoshi Kurosawa obtuvo el Astor de Plata por Tokyo Sonata. Todo en el marco de una muestra que necesita precisar mejor su perfil.

Por Horacio Bernades
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Aruitemo Aruitemo (Still Walking) de Hirokazu Kore-eda ganó el premio mayor. Tokyo Sonata se llevó el Astor de Plata.

Desde Mar del Plata

Ningún premio en competencia oficial, varios en otras secciones: ése fue el balance para el cine argentino, al cabo de la 23ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Aunque tanto El artista como Vil romance se anotaban en los pronósticos previos, el jurado oficial del 23ª FicMdP –integrado, entre otros, por el realizador Adrián Caetano y el investigador y docente David Oubiña– se mantuvo en sus trece y no les dio ni un premio consuelo. A la vez, jurados paralelos otorgaron premios para La Tigra, Chaco, Parador Retiro, Regreso a Fortín Olmos, Diletante y Gallero. Todas ellas, películas argentinas presentadas en otras secciones del festival. Por lo demás, el jurado oficial optó, a la hora de definir su palmarés, por representantes del cine japonés y europeo, dejando afuera otra posible candidata, El cants dels ocells, del provocador cineasta catalán Albert Serra (ver recuadro).

Más allá de los premios, el festival desplegó, en todas las secciones, una programación de indudable interés, tal vez más dirigida al público cinéfilo porteño que a los espectadores locales. Puede sospecharse allí uno de los motivos de que la concurrencia en salas se mostrara disminuida, con respecto a anteriores ediciones. Otro posible motivo fue, seguramente, la reducción de acreditaciones a la que un presupuesto apretado (6 millones 300 mil pesos pueden parecer muchísima plata, pero para un festival de estas dimensiones no lo son) obligó a los organizadores. Y, sobre todo, el corrimiento de fecha, de marzo a noviembre. Es que en marzo Mar del Plata es destino turístico, y en noviembre no. Además, en anteriores ediciones un contingente importante lo integraban los estudiantes de cine (hay 15.000 en Argentina). Y en noviembre, ya se sabe, los estudiantes piensan más en los exámenes de fin de año que en ir a festivales a ver películas.

Las cifras de asistencia comunicadas en una conferencia de prensa brindadas por las autoridades del festival ayer al mediodía cuantifican esa disminución de público. En 70 mil entradas vendidas se estima la concurrencia total del festival, a lo cual hay que sumarle una cifra importante de funciones gratis. Aun así no se llega a las 100 mil entradas vendidas (por lo menos) en anteriores ediciones. Una posible solución para recuperar esas cifras perdidas podría consistir en incorporar a la programación de las próximas ediciones películas que, sin ser indignas o adocenadas, puedan resultar más atractivas para el público local. Un 20 o 30% de cine accesible (como sucede en Cannes, Berlín o Venecia) no parece que pueda tirar abajo un 70 u 80% de cine más arriesgado. Al fin y al cabo, Mar del Plata no tiene por qué aspirar a ser lo mismo que el Bafici, Rotterdam o Gijón.

A lo que sí debe aspirar Mar del Plata, como cualquier festival internacional, es a tener proyecciones dignas, y no es eso precisamente lo que ha sucedido en esta edición del FicMdP. Proyectores que desde el primer día hasta el último proyectaron películas fuera de foco, luces de cabina tirando luz sobre las butacas, proyecciones oscuras, problemas con el subtitulado electrónico, atrasos e interrupciones abundaron a lo largo del festival, trayendo de nuevo fantasmas que parecían haber quedado para siempre en el pasado. Se requiere una reinversión, por parte de las salas marplatenses, para ponerlas en condiciones, y a eso apunta seguramente la constitución de un ente tripartito, que la presidenta del Incaa, Liliana Mazure, anunció en la conferencia de prensa celebrada ayer. Ese ente estará integrado por la Nación, la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Mar del Plata. Algo que corroboró frente a Mazure el intendente de esta ciudad, Gustavo Pulti, anunciando que de aquí en más esas tres instancias compartirán los gastos de presupuesto, y que se trabajará durante todo el año en la preparación del festival. Lo cual debería subsanar fallas, imprevisiones y desconexiones organizativas, que también reaparecieron este año. “Mire que lo que se dice acá queda registrado para siempre”, corrió Mazure a Pulti, entre sonrisas mutuas.

¿Qué programación presentará Mar del Plata de aquí en más? En medio del festival, su presidente, José Martínez Suárez, les achacó en público a los programadores, del modo más intempestivo que pueda imaginarse, el ponerle “palos en la rueda”, sacando fuera del closet diferencias de gustos y criterios cinematográficos, por lo visto de fondo. ¿Podrán salvarse esas diferencias, una vez que el oleaje marplatense haya bajado, si es que baja? ¿Podrá funcionar el director artístico del FicMdp, Fernando Martín Peña, como bisagra entre la Presidencia y los programadores? ¿Seguirán formando parte de la programación películas capaces de ahuyentar al público masivo, como El cant dels ocells, la chilena Alicia en el país o las muestras de cine radical que a lo largo de las últimas ediciones el festival ha venido desperdigando por toda la grilla? ¿Se llegará a alguna fórmula de conciliación?

Son preguntas que las propias instancias directivas del evento han gatillado públicamente, y que en lo que va de aquí a un año podrán responderse a ciencia cierta. Asoman aquí dos peligros encontrados: que la programación de Mar del Plata retroceda hasta el cine apolillado que en su momento impuso la administración Mahárbiz, o que, por el contrario, el FicMdP quiera convertirse en un segundo Bafici. Entre un error y otro hay un terreno amplio y variado que convendrá explorar, en tren de definir un perfil propio.

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