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Lunes, 1 de diciembre de 2008
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Festival Nacional de la Música del Litoral, en Posadas

Tres noches a puro sapucay

Se trata de uno de los encuentros folklóricos más antiguos del país. Desde Jairo hasta el Chaqueño Palavecino animaron una fiesta que vivió tiempos mejores y ahora busca reinstalarse con fuerza. El público misionero brindó un apoyo masivo.

Por Karina Micheletto
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Ramona Galarza y Ramón Ayala, dos clásicos de la música litoraleña.

Desde Posadas

“Recuperar el festival.” Ese parece ser el lema de quienes volvieron a impulsar un encuentro de estas dimensiones aun en épocas que anuncian crisis, y también la frase que se escucha repetida entre el público, y en las calles de Posadas, entre comerciantes y remiseros. Es que el Festival Nacional de la Música del Litoral, con sede en esta capital misionera, es uno de los encuentros folklóricos más antiguos del país, creado en 1963 (en 1961 había nacido el festival mayor de Cosquín). En sus primeras épocas, el Festival del Litoral fue una de las sedes festivaleras más importantes del país, punto de inicio para las giras de verano de todos los artistas del folklore, tal como lo atestiguan las fotografías históricas que aquí se exhiben. Como ocurrió en otros puntos del país, pasadas las épocas de oro del género este encuentro se fue diluyendo, cambiando de fecha y suspendiéndose por algunos años. Ahora buscan reinstalarlo con fuerza y, a juzgar por la respuesta del público en las tres noches de festival, la propuesta funcionó ampliamente.

Desde el jueves y hasta el sábado pasado, el Festival de la Música del Litoral reunió propuestas que van desde Jairo o el Chaqueño Palavecino (que sigue siendo el imbatible de los festivales, llenando localidades en cuanto escenario pisa) hasta las más específicas de la música litoraleña, entre los que se destacaron Ramona Galarza (impecable, demostró por qué sigue siendo “la novia eterna del Paraná”) y Ramón Ayala, “el mensú”, creador de temas como “Posadeña linda”, donde le cantó a esta misma “Bajada vieja” donde se desarrolla el festival. El marco escenográfico, bellísimo: el anfiteatro Manuel Antonio Ramírez, un verdadero “balcón” al Paraná, construido como un teatro griego asomado a la barranca, con vista abierta al río y, detrás, a las luces de la ciudad de Encarnación, en Paraguay. Este es el barrio más antiguo de la ciudad: aquí nació Posadas, impulsada por la actividad portuaria que propiciaba el generoso Paraná.

La fiesta arrancó con 7 mil personas que colmaron la capacidad del anfiteatro (más unas mil que quedaron afuera, cuando ya no cabía un alfiler), en una noche que cerró el Chaqueño Palavecino, que tenía pautada una hora de actuación pero, fiel a su estilo, desgranó tema tras tema durante unas dos horas y media, hasta entrada la madrugada, para alegría de un público encendido. Antes estuvieron Los Tekis a puro carnaval (no se salvaron de los gritos pidiendo “Tocáte un chamamé, che”), propuestas locales como Pamela Ayala, el Padre Julián Zini (curita y cantor correntino) junto a Neike Chamigo. Faltó el coro Mbya, que quedó varado en medio del camino, por culpa de una crecida. Cosas comunes y corrientes en esta zona de ríos copiosos.

Entre el público, mucho tereré –imprescindible en noches como éstas, de calor agobiante aun a orillas de un ancho río–, almohadones para hacer más llevaderas las gradas de cemento, y una costumbre que distingue a esta fiesta entre tantas: para mostrar su aprobación, la gente enciende antorchas que improvisa retorciendo papeles o diarios. Además de ser vistosa, la costumbre tiene dos puntos a favor: el primero, aún no fue presa del marketing, es decir que a ninguna cabeza creativa de supermercado o lotería auspiciante se le ocurrió ofrecer antorchas con logo a la entrada. El segundo, las antorchas no se regalan, es decir que se prenden cuando verdaderamente el artista las gana, en los momentos precisos de cada noche. Igual que se colocan, exactos, los gritos felices del sapucay, que surgen desde el público en el momento justo de cada tema y con la pericia propia de los litoraleños.

La del viernes fue la noche de los Ramones: Ramón Ayala y Ramona Galarza se presentaron cantando juntos “A mi Corrientes Porá”. Después, Ramón le entregó a Ramona el “Mensú de Oro”, el tradicional premio de este festival. Antes, al mediodía, Ayala tuvo su homenaje en la Bajada vieja, donde hay un monumento en su honor, con los versos de “Posadeña linda”. Organizado por el músico posadeño Joselo Schuap, y sin otro incentivo que el de la admiración (el músico también invitará a Ayala en su actuación en el próximo Festival de Cosquín), el homenaje reunió entre el público a vecinos viejos de la Bajada vieja, como don Miguel Angel Cabral, uno de los primeros fotógrafos de Posadas, quien guarda en su casa su propio archivo histórico de la ciudad, y también a chicos de la escuela que queda justo enfrente. Terminaron cantando juntos a coro “El moncho”, y todo fue seguido por una atenta cámara profesional, ya que el fotógrafo Marcos López está preparando un documental que sigue la vida y obra de “el Mensú”.

El encuentro, organizado por la Dirección General de Cultura de la Municipalidad de Posadas, con el auspicio del gobierno de la provincia de Misiones, ofreció momentos variados con actuaciones como las del Trío Laurel, el Trío San Javier, números del Brasil como Garotos do Fandango, que hicieron sonar música gaúcha, y de Paraguay como la Delegación de Encarnación, que trajo música y danza. La única nota disonante se tocó el sábado, sobre el final de festival, cuando la actuación del músico misionero Fabián Meza y su grupo La Cortada fue reducida para apurar los tiempos de la programación, que ya venía muy demorada. Decisión que no hizo más que alterar los ánimos del público y estirar aún más los tiempos. Vicios festivaleros que no por repetidos dejan de ser molestos. Más allá de este traspié, durante tres noches el festival mostró el orgullo que canta la canción: “Qué tienes mi tierra roja, que a todas partes te llevo”.

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