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Sábado, 27 de diciembre de 2008
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Quique Alcatena, Walther Taborda, Federico Dallochio y Sebastián Piriz

Ganarse la vida y no quedar atrapado dentro del cuadrito

Dos de ellos ya llevan un tiempo en la profesión, los otros están iniciando su camino. Pero a todos los animan las mismas inquietudes y sobre todo la misma pasión por una labor que no siempre obtiene el reconocimiento que merece.

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Sebastián Piriz, Federico Dallochio, Walther Taborda, Quique Alcatena: artistas del plumín embarcados en el debate.

“¿Vos dibujás todos los días?”, “Todos”, “¿Sábados y domingos también?” “Sí, además tengo cuatro hijos, ¡imaginate cómo trabajo!”... El diálogo surge de reunir en un bar a cuatro historietistas argentinos que publican en Estados Unidos y Europa el resultado de arremangarse sobre el tablero de dibujo. Dos de ellos vienen con un largo currículum a cuestas, producto de algunas décadas de trabajo constante: son Quique Alcatena y Walther Taborda. Los otros dos, mucho más jóvenes, llevan menos tiempo en el oficio: Federico Dallocchio algunos años, Sebastián Piriz vio publicado su primer trabajo hace unos pocos meses. Página/12 los juntó para que compartieran sus experiencias profesionales.

No hace falta “comenzar” la entrevista. El ida y vuelta entre ellos empieza solito a medida que se van sentando. Así, Taborda cuenta sobre un programa de computadora para dibujar manga (historieta japonesa). “¿Viste que a veces no podés creer el enfoque que le dieron a una viñeta? Usan ese programita y algunos sacan las historias como chorizos”, explica y apunta que, claro, muchos de esos dibujos carecen de personalidad. Taborda sabe de lo que habla: no sólo da clases del género en una escuela de historietas (La Ola), sino que cuenta con una amplísima biblioteca de referencia. “Y yo no hablaba chino ni japonés, pero veía esos dibujos y quería entender, así que me los compraba cuando acá todavía no se editaba nada.”

Llegar

Claro que el camino para llegar a publicar no es sencillo. La nueva generación de dibujantes explota al máximo Internet para acceder a las editoriales. Piriz, el más joven de los cuatro, envió muestras de su trabajo constantemente, hasta que descubrió un sitio web que sirve de punto de encuentro para dibujantes que comienzan su carrera y editores chicos. Una vez allí, fue cuestión de paciencia hasta que llegara el primer encargo, para la pequeña editorial Bluewater Press. Tras ese trabajo inicial, ahora se suman encargos de series regulares y una novela gráfica. El proceso, aunque corto, puso a prueba su paciencia mientras apostaba por sus ganas de vivir profesionalmente de su vocación. “A veces sentís que mandas las muestras y no les dan bola –cuenta–, pero me terminaron llamando de Arcana, una editorial canadiense a la que había mandado el material y jamás me habían respondido.”

“Si dibujás bien vas a llegar, hay que tener paciencia, constancia y ganas de trabajar”, aconseja Alcatena desde su experiencia. Dallo-cchio, a su lado, asegura que también es “cuestión de suerte” y de que “justo necesiten algo con tu estilo”. Un año atrás, Piriz trabajaba en una fábrica textil “que me volvía loco”. Hoy, con 26 años a cuestas, está por fin viviendo de lo que le gusta. “Yo a tu edad estaba en una oficina”, le cuenta Dallocchio, de 33.

El conocimiento del medio es muy importante también. Dallo-cchio hizo sus primeras armas como ayudante de Leonardo Manco (que hoy ilustra Hellblazer, de Vertigo-DC, y también trabajó para Marvel Comics), así que al momento de pegar el salto para seguir su carrera independiente ya conocía los manejos de la historieta norteamericana. Sus contactos allí no sirvieron de gran cosa y tuvo que construirse el nombre desde cero. No le fue mal, un trabajo de próxima aparición será Faces of Evil: Prometheus. Esa miniserie dará pie al relanzamiento de la Liga de la Justicia, de modo que sus dibujos estarán bajo la lupa de miles de fans de Superman, la Mujer Maravilla, Linterna Verde y compañía.

Si bien hoy el mail y los portfolios online son las herramientas por excelencia para darse a conocer en el ambiente, no siempre fue así. Taborda y Alcatena comenzaron a través de agentes: tipos que por un porcentaje reunían a varios dibujantes y vendían el trabajo en Europa. Taborda cuenta que empezó a mirar hacia el Viejo Mundo al no conseguir trabajo acá. “Para la Fierro mi trabajo era muy clásico, y para Columba, donde yo soñaba trabajar, era demasiado innovador”, recuerda. Cuando empezó, su agente le daba 15 dólares por cada página. “Imagínense, yo tenía 18 años y en plena hiperinflación era Gardel”, cuenta, pero señala el lado oscuro del trato: “En esa época no hablábamos de guita entre los dibujantes, y hacíamos mal, porque a nuestro agente le pagaban entre 50 y 80 dólares la página y él se embolsaba casi todo”.

“¡Pero ese era un hijo de puta!”, se enciende Alcatena. Aunque no lo ve imprescindible –dejó de trabajar con agentes hace mucho–, rescata su papel “si las cuentas son claras, porque no está mal que cobre por su laburo... a mí me molesta tener que andar lidiando con editores, y el tipo se encarga de eso y te busca trabajo”. De modo que Taborda empezó a trabajar con el guionista Carlos Albiac y ahí sí pasó a cobrar sus 80 dólares.

Profetas fuera de su tierra

Una ventaja implícita de publicar en el exterior es que el público que accede a su trabajo es muy superior. “En Estados Unidos, una editorial chica como Bluewater publica tiradas de 2500, 3000 ejemplares –explica Piriz–, “¡y allá eso no es nada!.” Para comparar los mercados, en Argentina, Ediciones de la Flor hace tiradas de 2000 ejemplares al publicar tomos recopilatorios de humoristas gráficos consagrados y de gran circulación en la prensa, como Daniel Paz o Gustavo Sala.

Big Bill est mort, la obra que consagró a Taborda en el mercado franco-belga presenta números impresionantes. Publicada originalmente en Suiza, agotó su primera tirada de 10.000 ejemplares en pocos días y va por su tercera reedición. Además, fue nominado en todas las categorías en concurso del festival francés de Chambery, donde ganó el importante premio Coup del Coeur (“Golpe al corazón”, entregado por una votación del público y una selección de notables de la viñeta franco-belga). “Allá una historieta popular no puede vender menos de 10.000 ejemplares”, explica el hombre, que tiene un club de fans en Francia. Por poner otro ejemplo, Ythaq, el mundo olvidado, una saga muy popular de aventuras de la editorial francesa Soleil que ahora Marvel Comics está editando en Estados Unidos, vendió entre 65 y 80 mil copias de cada número. Cifras impensables para el mercado local.

“A vos en Italia te adoran, Quique”, le comenta Taborda. Sin embargo, además de la Península, el mercado adonde apuntan los lápices de Alcatena es uno prácticamente ignoto para los profesionales argentinos: la India. Por contrato, todavía no puede comentar gran cosa de su trabajo, pero confía a Página/12 que se trata de varios libros que narran el Ramayana, “una especie de Ilíada hindú”. La industria india es enorme, ya que, a fin de cuentas, se trata nada más y nada menos que de un subcontinente. “Me contactaron por Internet”, cuenta el dibujante que revela en sus ojos el placer que le da trabajar para un destino exótico y con un material que le permite hacer explorar una estética inusual. ¿Y no les gustaría trabajar para Argentina?, se les consulta. “Hoy editar acá es un lujo”, señala Piriz. Para Alcatena, sin embargo, el “lujo” no es tal. “Se critica mucho a las viejas editoriales como Columba o Record, pero nunca dejaban de pagar. Muchos que las acusan de piratas no te pagan, te pagan monedas o te patean para adelante indefinidamente”, describe, pero rescata la labor de algunos editores como Javier Doeyo y la revista Fierro. “Como no hay un precio claro, hay gente que trabaja por poco dinero para verse publicado”, agrega Alcatena, aunque en el resto de la mesa se acota que eso es algo que a veces también sucede en el exterior.

Taborda reeditó en Argentina dos de sus trabajos: Babetool, producido para el exterior, y Cero Buenos Aires, que hizo en colaboración con Carlos Albiac. “Porque son significativos para mí”, cuenta. “Una porque era el primer intento de manga profesional argentino y la otra porque iba a abandonar ese estilo (el contraste entre blanco y negro a tinta) que por entonces no se veía mucho y quería que las nuevas generaciones lo conocieran”, apunta. Sin embargo, coincide con Alcatena y asegura que “hasta que no haya quien respete y pague mi trabajo, no publico, es una zancadilla a los nuevos dibujantes”.

Mencionar las reediciones dispara otro debate en la mesa. “Para mí son una pavada, que le quita espacio a los chicos nuevos”, evalúa Dallocchio. “Los editores se quedan con eso y no apuestan a nada novedoso.” Alcatena le propone otra visión. “Si no se reeditara eso, tampoco las nuevas generaciones podrían conocer ese material valioso”, señala. “Vos comprabas la Skorpio usada, porque cuando eras chico ya no se publicaba”, le recuerda, “pero no todos tuvieron esa oportunidad”.

La industria invisible

Normalmente se señala la crisis económica de fines de los años ‘80 y la paridad cambiaria menemista como la instancia en la que la industria historietística argentina se derrumbó. Caída de la que recién ahora parece empezar a recuperarse, sin alcanzar aún los niveles de venta de entonces, mucho menos de la mítica “edad de oro”. Las nuevas generaciones ven en ese quiebre la dificultad para el acceso a la edición nacional. Las revistas de la época funcionaban también como espacio formativo para nuevos talentos, que aprendían junto a autores ya trajinados. Al desaparecer, muchos artistas quedaron huérfanos.

Los entrevistados, sin embargo, quitan dramatismo a la cuestión. “Es cierto que acá dejó de haber revistas –apunta Alcatena–, pero la mayoría de los dibujantes seguimos trabajando para el exterior.” Los que sí cedieron protagonismo, explica, fueron los agentes. Sucede, sencillamente, que todo ese trabajo pasó inadvertido al no publicarse acá. Para muchos compatriotas, la única forma de acceder a estos materiales es a través de librerías online o pedidos especiales a las comiquerías. Con tomos como Big Bill est mort a 15 euros (unos 70 pesos, sin contar los gastos de envío), muchos amantes argentinos del noveno arte deberán seguir esperando para disfrutar estas viñetas.

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