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Lunes, 29 de diciembre de 2008
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La muerte de Samuel Huntington, autor de El choque de civilizaciones

Profeta de la batalla del presente

El autor de la biblia política de los ’90 sirvió a la cofradía de halcones norteamericanos para fundamentar teóricamente la guerra entre Oriente y Occidente.

Por Silvina Friera
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Samuel Huntington ayudó a demonizar al fundamentalista islámico.

El miedo justifica teóricamente las peores atrocidades. El mejor abono para inocular el terror es un “arquitecto” asustado que pone manos a la obra y esboza un futuro a medida de diseñadores aún más atemorizados por el peligro de los otros. En el verano de 1993 un medroso politólogo de Harvard publicó un extenso ensayo titulado “El choque de civilizaciones” en la revista norteamericana Foreign Affairs. Su autor, Samuel Huntington, siempre con esos anteojos demasiado grandes para las proporciones discretas de su cara y esos ojos celestes agrisados por el pánico, causó con ese trabajo un efecto comparable al de una inmensa piedra que se arroja en el centro de un estanque. Antes de que esas tesis ampliadas se publicaran en el libro homónimo en 1996, el atribulado politólogo, como un meteorólogo voluntarioso pero torpe en su intento de pronosticar “el estado del tiempo”, anunciaba los ejes de la nueva era: “El choque de civilizaciones dominará la política a escala mundial”, “las líneas divisorias entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro”.

Así surgía la Biblia político-cultural de fines de la década de los ’90 que pronto sería reivindicada y seguida al pie de la letra por una cofradía de halcones, comenzando por el propio George W. Bush. Huntington, el principal libretista para quienes quisieron leer tras los atentados del 11-S una guerra entre el Occidente cristiano y el Oriente musulmán, murió el pasado 24 de diciembre a los 81 años, en su casa de veraneo de Martha’s Vineyard, un exclusivo balneario de Massachusetts, aunque su muerte se dio a conocer recién el sábado a través de la página oficial de la Universidad de Harvard, donde el halcón de la teoría política enseñó durante 58 años, entregando “buenos y leales servicios”.

Huntington, que nació el 18 de abril de 1927 en Nueva York, fue un académico precoz. A los 18 años se graduó en la Universidad de Yale y a los 23 ya impartía clases en Harvard. Fue autor, coautor o editor de 17 libros –El orden político en las sociedades en cambio, La tercera ola (con P. L. Berger) y ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, entre otros– y más de 90 artículos académicos en torno de sus áreas principales de investigación y docencia: el gobierno de EE.UU., la democratización, política militar, estrategia, relaciones entre civiles y militares, política comparativa y desarrollo político. En 1959 fue nombrado director asociado del Instituto de Estudios sobre Guerra y Paz en la Universidad de Columbia, hasta el año 1962; en 1967 y hasta 1971 fue presidente del Departamento de Gobierno de Harvard, y de 1973 a 1989 trabajó como director asociado y director, más tarde, en el CFR, el Council of Foreign Relations, el semillero del mundialismo contemporáneo. Fue asesor del presidente Lyndon B. Johnson y en 1968 justificó los bombardeos a las zonas rurales de Vietnam como forma de forzar a los partidarios del Vietcong a desplazarse a las ciudades.

A fines de los ’60, como ha recordado Howard Zinn en La otra historia de EE.UU., Huntington cuestionaba el “exceso de democracia” que había alcanzado el mundo, lo cual era un reto al sistema de autoridad existente. El politólogo criticaba estos “excesos” democráticos en las reuniones de la Comisión Trilateral, un espacio de reflexión y lobby de EE.UU., Europa y Japón que, por la parte norteamericana, incluía al banquero del Chase Manhattan Bank David Rockefeller y al asesor del Departamento de Estado Zbigniew Brzezinski. Ese concepto precipitó, entre otros hechos, los golpes de Estado que ensangrentaron a Latinoamérica entre 1971 y 1976 para frenar las demandas democráticas y sociales. Si hasta los años ‘80 mantuvo un “perfil bajo”, en los noventa, a contrapelo de la proclamada “muerte del autor”, Huntington quiso ser el padre de sus próximas criaturas. En las 600 páginas de El choque de civilizaciones (traducido a 39 idiomas), desarrolló la idea de que en el mundo post guerra fría los conflictos violentos no se originarían en la fricción ideológica entre los Estados-naciones sino que tendrían su origen en el enfrentamiento de las diferencias culturales y religiosas de las grandes civilizaciones. El trabajo de Huntington, se ha dicho, no fue un estudio sobre el multiculturalismo que amenazaría la identidad profunda de EE.UU. Su teoría es una reivindicación racial del más antiguo etnocentrismo e insularidad de parte de la sociedad estadounidense. Aunque el mundo es polifónico, diverso y plural, en la cosmovisión de Huntington impera el odio al otro. Muchos críticos han opinado que este libro de Huntington es una manera encubierta de hacer legítima la agresión hacia los países del tercer mundo por parte del Occidente liderado por los Estados Unidos.

Para Huntington, las represalias en contra de grupos terroristas fundamentalistas constituyen una autodefensa de los países que sufren los ataques. “Los fundamentalistas islámicos se acercan muy bien a la imagen del nuevo enemigo: son fanáticamente agresivos, intolerantes, atacan por detrás. Por eso, los gobiernos deben hacer algo con ellos. Pero la amenaza del choque de las civilizaciones puede ser evitada”, proclamaba el gurú de la nueva era. Al preguntarle si su teoría no se convertiría en una especie de profecía autocumplida, cuando una potencia occidental declaraba a Osama Bin Laden como su enemigo número uno, Huntington respondió: “Ellos nos atacaron y nosotros reaccionamos. Se trata de autodefensa contra futuros ataques, se trata de mostrarles a los perpetradores qué es lo que deben esperar”. El último temor que inoculó fue en su libro ¿Quiénes somos? (2004), donde describe la amenaza que entraña para la identidad norteamericana la inmigración latinoamericana en gran escala que, según el politólogo, podría “dividir los Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguajes”. Su xenofobia “teórica” es explícita al afirmar que Estados Unidos ha sido históricamente un país de cultura protestante anglosajona. Huntington denostaba los valores mexicanos, “la falta de ambición” y “la aceptación de la pobreza como virtud necesaria para entrar al cielo”, por ser incompatibles con los ideales angloprotestantes y por atentar contra “el sueño americano”. El politólogo aclaraba que los mexicano-americanos podrían “participar en este sueño y esta sociedad sólo si sueñan en inglés”.

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