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Viernes, 6 de marzo de 2009
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RAFAEL SPREGELBURD ANTE EL ESTRENO DE TODO EN BERLIN

“Quise hablar de la relación entre ideología y sociedad”

Aunque no oculta su satisfacción por la invitación al festival Digging Deep and Getting Dirty, el autor señala que “no me gusta representar a la Argentina en un festival porque nadie me votó aquí para que ofrezca mi mirada sobre el país”.

Por Cecilia Hopkins
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“Todo discurso artístico pretende denunciar esa manipulación de la ideología que se filtra en las actividades cotidianas.”

En estos días, Berlín recibirá el próximo estreno de Rafael Spregelburd y su compañía El Patrón Vázquez. Todo (obra que cuenta con un elenco compuesto por Andrea Garrote, Mónica Raiola, Pablo Seijas, Alberto Suárez y el propio autor) subirá a escena el próximo martes 10 en el teatro Schaubühne de esa ciudad, en el marco del festival Digging Deep and Getting Dirty (algo así como “cavando profundo y ensuciándose”), un encuentro teatral sobre la identidad y la ideología, evento pensado para conmemorar los 20 años de la caída del Muro. Además de esta obra comisionada por el propio festival (que en realidad son tres obras en una), el grupo argentino también presentará Buenos Aires, obra de la cual sólo se conoce en el país la versión que dirigió Javier Olivera para Canal 7.

Hace un año, cuando le hicieron llegar la invitación para participar de este festival, Spregelburd se preguntaba por dónde comenzar a construir esta pieza por encargo, propuesta que también habían recibido otros cuatro dramaturgos (un inglés, un polaco, un israelí y el local, Marius von Mayerburg). “Supuse que debería hablar sobre la pérdida de estos dos falsos polos de oposición ideológica, social y económica, porque lo que había en el Este no era comunismo y lo que había en el Oeste no era la libertad”, analiza el autor en la entrevista con Página/12. Al preguntar más acerca de las características del encargo, los responsables del festival le precisaron que debía referirse a aspectos ideológicos: “Si bien el tema de toda obra es la ideología, pensé que debía hablar sobre lo que aquí sucedía con relación a la caída de las ideologías globales, hacia 1989, y sobre la relación entre ideología y sociedad, acerca de lo que construye la identidad de un pueblo”, razona el autor. Según Spregelburd, “los alemanes rechazan su identidad porque la sienten incómoda y cuestionan sus tradiciones: no ponen banderas en sus casas en fechas patrias porque su historia reciente los avergüenza, porque tienen una mala conciencia. Sin embargo, para mí la cultura alemana es una de las más interesantes, y tal vez sea por estas mismas contradicciones. Nosotros, en cambio, intentamos inventar una identidad a partir de falsificaciones, incluso de la historia reciente”, concluye.

Tal vez porque en ese momento estaba leyendo cuentos de Hanuki Murakami o porque le pareció interesante probar otros formatos, Spregelburd decidió que esta vez no escribiría una obra de gran extensión: “Finalmente, me gustó hacer un relato teatral breve, una estructura más parecida a lo que el cuento es a la literatura. Yo escribo obras muy farragosas y no me permito el toco y me voy”, explica el autor de Acassuso y Lúcido (ambas acaban de reestrenarse en el teatro Andamio 90, de Paraná al 600), también responsable de Bizarra, obra estructurada en 10 capítulos (vistos a lo largo de tres meses en el Rojas, en 2005), texto que, por otra parte, acaba de publicar la editorial Entropía.

–¿Se siente cómodo escribiendo por encargo?

–Escribir obras comisionadas me plantea grandes dificultades. Además, yo no escribo sobre temas determinados sino desde un procedimiento del cual aparece el tema. Me pongo paranoico: no me gusta representar a la Argentina en un festival porque nadie me votó aquí para que ofrezca mi mirada sobre el país. Con la obra les envié un prólogo en el que les decía que ellos, como país central, tenían el derecho de hacerles este pedido a autores de otros países. Si nosotros no fuéramos periferia sería interesante pedirles a los otros que escribieran acerca de lo que les pasaba a ellos mientras la Argentina hervía de hiperinflación, o se transformaba en el laboratorio neoliberal que venía a anticipar la crisis global. Pero, claro, nuestra mirada es siempre lateral...

–¿Por qué esta nueva pieza se llama Todo?

–La palabra “todo” aparece varias veces en la obra, siempre con sentidos muy ambiguos. Todas las palabras son ideas definidas por otras palabras. Y todas las ideas contienen su propio contrario. Entonces, en nombre de una abstracción ideológica como el amor se pueden perpetrar aberraciones. Todo pensamiento ideológico, toda enunciación, se maneja con absolutos como amor, libertad, belleza o justicia. Todo el complejo entramado que es nuestro juicio del mundo justifica en ideales abstractos y absolutos, ciertos particulares mezquinos y condenables. Si hay algo que comenzó a entrar en crisis con la caída del Muro es la idea de que las explicaciones son totalizadoras, como es el caso del psicoanálisis y el marxismo. Durante mucho tiempo el hombre buscó una explicación sobre el todo. Y toda explicación es un conjunto, un todo que contiene subconjuntos que lo contradicen. Es en esas contradicciones donde surge, para mí, la verdadera inteligencia y todo pensamiento profundo. De modo que la palabra “todo” me parecía una palabra de barricada, que podía englobar a las tres obras que integran Todo.

–La primera de ellas se relaciona con la burocracia y el Estado...

–La burocracia es, en principio, una noción positiva, porque implica un orden y un método, supone el camino más corto entre uno y otro. Este fue el eje de construcción de la obra. De Kafka a esta parte, la burocracia se ha convertido en un cliché, en un lugar común. Pero a nosotros nos interesaba el hecho de que alegres burócratas descubren algo fascinante: en el acto de quemar dinero podían sustraerse de ese mecanismo que los incluye.

–Las otras dos obras hablan sobre arte y negocio, y religión y superstición. ¿Por qué eligió esos temas?

–La segunda obra es el núcleo más ideológico, tal vez el menos teatral. La ideología actualiza las versiones de las ideas o las palabras que mejor le convienen al poder. Lo curioso es que todo discurso artístico pretende denunciar esa manipulación de la ideología que se filtra en todas las actividades cotidianas. En la tercera de las obras me propuse generar una fábula angustiosa sobre lo solemne. La seriedad que implica la religión, una relación simbólica con lo trascendente, canonizada y dogmática, está muy cercana al peso de lo solemne, un elemento que yo tengo desterrado de mi teatro.

–Bizarra generó un público entusiasta, pero también muchas críticas por el carácter humorístico que asumían cuestiones muy serias de la realidad del país.

–Cuando fue escrita, que un jubilado fuera con una granada al banco para retirar sus ahorros producía risa. Hay una extensa polémica acerca de lo que se supone que tiene que hacer el autor con lo serio y lo relevante. Y sobre ese tema yo ya tomé partido. Que la gente se haya reído de la ridiculez a la que había llegado la realidad no hace que el autor sea responsable del tema en sí mismo. Que nosotros hayamos decidido bailar sobre los escombros y producir alegría donde sólo había depresión fue algo que a muchos les resultó condenable, una aberración ideológica. Al punto de que llegué a recibir amenazas por mail. En todo caso, la aberración es una desviación óptica que permite ver aquello que no se puede ver porque está entrampado en las ideas de corrección. Y éstas son, junto al sentido común, las armas más poderosas del poder.

–¿Qué relación puede establecerse entre esa obra y Acassuso?

–Acassuso es la continuidad más directa de Bizarra, porque celebra algunos aspectos de lo inmediato. Surge de una noticia periodística sobre el robo del banco de Acassuso que me fascinó por lo que produjo en el imaginario de la gente: un ladrón le robaba a otro ladrón. La obra también se ha difundido como una crítica al sistema educativo y eso no es verdad, aunque sí puede ser un velado homenaje a quienes hacen lo que pueden para defender la educación pública.

–¿Y Lúcido?

–El núcleo profundo de Lúcido entraña una mirada afín al resto de mis obras. Es una obra donde está alterado el principio de realidad, tiene elementos de ciencia ficción, pero esto no está reñido con lo ideológico. Me gusta expandirme hacia géneros discursivos diferentes. Este es un melodrama y opina sobre la idea de familia como primera unidad a partir de la cual nos transmiten ideologías cerradas.

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