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Lunes, 6 de abril de 2009
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Un análisis sobre el fenómeno de los grupos comunitarios de teatro

Cuando el barrio se sube al escenario

En la actualidad funcionan unos 40 colectivos desparramados por todo el país. Marcela Bidegain, Paola Quain y Mariana Marianetti escribieron y publicaron Vecinos al rescate de la memoria olvidada, una investigación sobre el funcionamiento y la lógica de estos grupos.

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“La idea de estos grupos es recuperar la historia sin hacer museo de ella”, explican las autoras.

Cuando a Paola Quain y a Mariana Marianetti les llegó la hora de elegir un tema para la carcome-cerebros tesis universitaria, no lo pensaron dos veces. Mariana formaba parte del grupo Los Dardos de Rocha y tanto le copaba participar que le propuso a su compañera elaborar un análisis sobre teatro comunitario. Incluso, la convenció de aunarse al colectivo de La Plata. Empezaron a compilar entrevistas a los referentes de las agrupaciones paradigmáticas que eligieron: Los Okupas del Andén, Catalinas Sur, Los Dardos y Patricios Unidos de Pie. Y, en una de ellas, alguien les dijo: “Che, hay otra persona que está haciendo algo parecido”. Así, dieron con la investigadora Marcela Bidegain, que hace dos años publicó Teatro comunitario. Resistencia y transformación social (Atuel). Sobre la base del ensayo que les permitió a Quain y Marianetti la colación de la casa de altos estudios de La Plata, el trío de autoras escribió Vecinos al rescate de la memoria olvidada (ArtesEscénicas), una investigación sobre grupos comunitarios de teatro, su emergencia y funcionamiento, además de un análisis sociológico de las estrategias y vínculos que definen su esencia. “La idea de estos grupos es recuperar la historia sin hacer museo de ella. Recuperarla para intentar de entender un poco más el presente”, explica Bidegain.

Con los 25 años que celebra la agrupación de Catalinas, se festeja además un cuarto de siglo de la emergencia de grupos de teatros comunitarios vernáculos. En efecto, el de La Boca fue el primero de los casi 40 colectivos desparramados actualmente en el país. Si bien algunas de sus particularidades son variables según la identidad del rincón al que pertenezcan, son más las constantes: están compuestos por vecinos que no sólo actúan, sino que se ocupan de la creación del guión, los vestuarios, la iluminación y de cada detalle que haga a la puesta en escena, contrariando la mecánica convencional de división del trabajo; las decisiones se toman en conjunto, “democráticamente”, sin importar “vedettismos” ni prestigios económicos-sociales; en su composición no hay restricciones etarias, como tampoco divisiones entre las generaciones más próximas; y sus obras remiten al barrio, a la proximidad histórica-territorial y a problemáticas vivenciables. Aún más, en todos ellos hay una intención superadora del artilugio escénico: “La idea es que el modo de hacer y pensar trascienda. Hay nenes que ahora se animan a decir cosas en la escuela cuando algo no les cierra o piensan que les están contando algo que no se acerca demasiado a su realidad”, cuenta Quain en la charla con Página/12.

–¿En qué momento histórico enmarcan el surgimiento del teatro comunitario?

Paola Quain: –El punto de quiebre fue el retorno de la democracia. En ese momento había un cúmulo de cuestiones subyacentes, arrastradas desde el período dictatorial, que no podían expresarse. Cuando la democracia llegó se empezaron a cristalizar proyectos en el espacio público para tratar de hacer frente a una situación de desarticulación de los lazos entre las personas.

Marcela Bidegain: –En rigor, el teatro callejero no es algo nuevo. Pero durante la dictadura se llamó a retiro. De hecho, Adhemar Bianchi (director de Catalinas Sur) cuenta que cuando le propusieron trabajar en Catalinas, solamente aceptaba si se hacía en la plaza. Tenía claro que quería aprovechar la arquitectura de Catalinas, que es un espacio de confluencia de los vecinos.

–¿Y por qué el teatro y no otras disciplinas?

P.Q.: –Lo dice Ricardo Talento (director del Circuito Cultural Barracas): lo mágico que tiene el teatro es que todo el elemento que necesitás para expresarte es tu cuerpo. El teatro da la posibilidad de recuperar el “con lo que tenés, ya podés empezar a hacer cosas”. En esas condiciones, al partir de cero, se intenta recuperar el espacio público y revalorizar la capacidad del sujeto.

Mariana Marianetti: –Además, se querían decir cosas que no fueran solamente de un partido político, de una militancia política. Cuestiones que tienen que ver con la historia de un barrio, de un pueblo.

P.Q.: –Hay algo que todos los entrevistados del libro marcaron: una vez que superás ciertas edad, no se te permite jugar ni desarrollar un espacio lúdico.

–¿Es un espacio que debería brindar la escuela?

P.Q.: –No sólo sucede en el sistema educativo, sino también en otros ámbitos. “Ya sos grande. Creciste y el juego se acabó.” El espacio lúdico podría generar respuestas a un montón de problemas laborales y personales. Si se recorta ese espacio de creación todo el tiempo, se reducen las posibilidades de que surjan nuevas ideas. En el teatro comunitario, por su forma de trabajo, siempre salen muy buenas ideas.

M.B.: –Lamentablemente, estamos limitados en cuanto a creatividad. Desde el colegio, que es una gran bloqueador de la imaginación. Los grupos comunitarios de teatro dan la posibilidad a un vecino, que estuvo todo el día arriba de un colectivo o dentro de una oficina, de conectarse con su yo creativo, que es la imaginación y la creatividad, aristas que no están desarrolladas en este país.

–En los testimonios de los referentes de este tipo de experiencias, recolectados en el libro, se percibe una diferenciación entre un adentro y un afuera, entre una comunidad macro y otra micro, que es la de los grupos...

P.Q.: –Ese es uno de los puntos centrales, porque nos dio pie para empezar a pensar qué es lo comunitario. El marco en el que vivimos es individualista en términos de relaciones económicas y sociales. Por el contrario, los grupos son algo distinto, por los lazos de solidaridad que establecen los participantes. Trabajamos, entonces, los límites del adentro y el afuera. Como en los libros a los que recurrimos las definiciones de comunidad no encajaban, empezamos a redefinir el concepto a través de lo que veíamos.

–¿Y a qué conclusión llegaron?

P.Q.: –Las obras y sus textos surgen de los mismos integrantes, de la historia del barrio. No son textos clásicos, sino historias relatadas desde la vivencia propia. Eso hace que todas las relaciones sean horizontales, que no haya verticalismos. Allí está el sentido comunitario. En todos estos grupos, las decisiones son realmente democráticas.

–Y al tratarse siempre de historias del barrio, ¿no se repiten temáticas entre diferentes grupos?

M.B.: –No. En realidad, se podría trazar un mapa según los temas que cada grupo trata. Por ejemplo, Barracas necesita contar la inmigración porque hay una xenofobia feroz contra los bolivianos, paraguayos y peruanos. Y además, porque en su grupo tienen integrantes latinoamericanos.

–Los lazos de solidaridad que establecen los participantes, ¿se sostienen más allá del colectivo?

M.B.: –Sí, ellos lo dicen. “El fin último nunca puede ser la obra.” Y no lo es. La idea es que trascienda el modo de hacer y el de pensar.

* Vecinos al rescate de la memoria olvidada será presentado mañana a las 19 en la sala Solidaridad, del Centro Cultural de la Cooperación, en Av. Corrientes 1543. Luego de la exposición de las autoras, el grupo Almamate, del barrio de Flores, presentará su espectáculo Fragmento de calesita.

Entrevista: Facundo Gari.

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