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Jueves, 22 de diciembre de 2005
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MEXICO INTENTA UNA RENOVACION CON “TEMPORADA DE PATOS”

Flama, Moko, un domingo unplugged

Con 35 años y training en clips musicales (incluyendo videos para Molotov y Plastilina Mosh), el debutante Fernando Eimbcke plantea un retrato de la abulia urbana adolescente, que lo convierte en un pariente lejano de Martín Rejtman, Ezequiel Acuña y otros exponentes del Nuevo Cine Argentino.

Por Horacio Bernades
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Temporada de patos es uno de los films latinoamericanos con mayor repercusión en festivales.
“¿Saben por qué los patos vuelan en V? Para aprovechar mejor el viento, y porque esa clase de formación les permite relevarse durante el vuelo, cada vez que uno de ellos se cansa.” ¿Habrá en esta explicación una clave para entender la película, tendrá algo que ver el gregarismo aviar con los lazos que a lo largo de un día se generan entre cuatro personas? ¿O tal vez la relación entre el título, un cuadro y los protagonistas de Temporada de patos sea un puro juego sin mayor significación, una pista falsa, una trampa para interpretadores aficionados? Es la película entera, con su permanente oscilación entre lo lúdico y lo significativo, la que mueve a esta clase de preguntas. Y a la falta de respuestas frente a ellas.
Esa opacidad de sentido es un indudable punto a favor de Temporada de patos, ópera prima del mexicano Fernando Eimbcke y desde hace un año largo uno de los films latinoamericanos con mayor repercusión en festivales (desde Cannes hasta el Bafici, en cuya última edición participó de la competencia oficial). Ganadora de 7 premios en el Festival de Guadalajara y de 10 premios Ariel (los Oscar de su país), Temporada de patos es también, sin duda, la película mexicana más fuertemente consagrada en su país de origen, de un año a esta parte. Filmada en impecable blanco y negro, con actores mayormente desconocidos, férrea unidad temporal y espacial y prácticamente sin movimientos de cámara, el debut de Fernando Eimbcke es el de un director que, claramente, sabe lo que quiere y qué hacer para lograrlo.
Los apretados 85 minutos se corresponden con un tiempo ficcional que un par de carteles se encargan de fijar, al comienzo y al final de la película. Todo comienza un domingo a la mañana y todo lo que usualmente suele asociarse con el día domingo nutre Temporada de patos: las horas muertas, el vacío, el tiempo libre y la posibilidad de desaprovecharlo plenamente. Pero también el imprevisto, lo azaroso, lo que se sale de la norma. Con 35 años y abundante training en clips musicales (incluyendo videos para Molotov y Plastilina Mosh), no extraña que tres de los cuatro protagonistas del debut de Eimbcke sean adolescentes. Con sus padres en pleno proceso de separación, los últimos consejos de la mamá antes de tomarse el día son como el disparo de largada para que Flama (Daniel Miranda) y su amigo Moko (Diego Cataño) dispongan a sus anchas del departamento, uno más en la colmena edilicia de plena plaza de Tlatelolco. “Niños Héroes” es el nombre del edificio, primera de las varias ironías que Eimbcke (autor también del guión) esparce a lo largo de la película. Dos años antes de que Eimbcke naciera, en esa misma plaza cientos de manifestantes fueron víctimas de las balas policiales. Treinta y siete años más tarde, no parecen ser tiempos de heroísmo en los que viven Flama y Moko, pertrechados frente a la pantalla del televisor. Lo hacen con dos tremendas bolsas de papas fritas, medio litro de Coca en cada vaso y los dedos sobre el joystick. Dos visitas inesperadas romperán el plan de videofulbito de los chicos, y junto con ello también las rutinas de la adolescencia. Una de esas visitas es la del repartidor de pizzas, especie de Chavo de nombre engañosamente mítico, no por adulto menos instalado en una suerte de adolescencia eterna. Un corte de luz hace que Ulises (Enrique Arreola) tenga que subirse los once pisos por escalera, llegando once segundos tarde con su especial de peperoni. La promoción promete que la más mínima demora en la entrega hará que la pizza sea gratis. Pero el reloj de Ulises no marca la misma hora que el de Flama y Moko. Resultado: ellos no piensan pagar; él no se irá sin cobrar.
A todo esto, en la cocina ya se instaló Rita (Danny Perea), que necesita el horno para su torta de cumpleaños. Y que termina usando como ingrediente de unos brownies el verdoso contenido de un frasco. No precisamente culinaria, la ingesta de la aromática hierba hará que los cuatro terminen tirándose de cabeza contra las paredes, dispuestos a probar la dureza del casco de Ulises. La yerba promueve también algo así como un juego de la verdad, con Flama confesando cuánto le jode la separación de los padres y Ulises socializando frustraciones. Más interesante que estas epifanías –tal vez demasiado explícitas– es el modo elíptico con que se desliza el dato de la soledad de Rita, sin invitados en el día de su cumpleaños.
Demasiado calculada puede resultar también una puesta en escena que, en sus largos planos con cámara fija, intenta transmitir la inmovilidad del tiempo muerto, rozando peligrosamente el borde del manierismo. La frescura de las actuaciones (más las de los chicos que la de Arreola, de impronta cuasi televisiva) y la indudable gracia de más de una escena compensan, en tal caso, el carácter tal vez excesivamente programático del film de Eimbcke. No deja de ser llamativo, en tal caso, que en su obstinado registro de la abulia urbana y adolescente pueda llegar a adivinarse, en este nativo de Ciudad de México, un pariente lejano de Martín Rejtman, Ezequiel Acuña y otros notorios exponentes de lo que alguna vez dio en llamarse Nuevo Cine Argentino.

7-TEMPORADA DE PATOS
México, 2004.
Dirección y guión: Fernando Eimbcke.
Fotografía: Alexis Zabé.
Intérpretes: Daniel Miranda, Diego Cataño, Enrique Arreola y Danny Perea.

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