Sucedió el 7 de octubre de 1993: la Casa Rosada ha dado testimonio de infinidad de curiosidades, rarezas y francas deformidades, pero esa tarde fue escenario de una de las más llamativas. Michael Jackson estaba en la Argentina, en el marco de una gira –el Dangerous Tour– que no se habÃa cancelado de milagro. Es que ese mismo año se habÃa conocido la denuncia de los padres de Jordan Chandler, quienes sostenÃan que el cantante habÃa abusado sexualmente del niño de 9 años en una visita al rancho Neverland. El proceso duró años, y esa y otras denuncias serÃan desestimadas tras un acuerdo extrajudicial, pero en esos dÃas en que se anunciaba el desembarco de Jackson en el estadio River el tema literalmente ardÃa. Como hoy mismo, el nombre del autoproclamado Rey del Pop aparecÃa en titulares de todo el mundo, gracias a nuevas declaraciones de niños o a las postergaciones que sufrieron varios shows de ese recorrido mundial.
Pero Jackson llegó, provocando el consabido revuelo en una Argentina que ya era plaza fértil para espectáculos musicales de todo estilo, pero recién empezaba a sumar a los pesos pesado en su cartelera. El dÃa anterior al inicio de su serie de tres shows, la Casa de Gobierno anunció a la prensa que Michael se entrevistarÃa con el presidente Carlos Menem, y cursó invitaciones para asistir a ese encuentro de dos potencias. Esa tarde, sin embargo, los periodistas fueron confinados al Patio de las Palmeras, desde donde pudieron ver a la comitiva del astro pop a través de una puerta acristalada. Por allà pasó el cantante, con un traje adornado con charreteras, gafas oscuras, sombrero y una comitiva de niños y guardaespaldas; la entrevista con Menem y su hija Zulemita duró escasos cuatro minutos, intercambiaron regalos, el grupo volvió a pasar frente a los cristales y allà terminó todo. Más de un periodista presente recordó el rumor de que Jackson disponÃa de un pelotón de dobles para despistar a los paparazzi, lo que abrÃa algunas dudas sobre la veracidad de la visita a la Rosada. La foto oficial no ofrecÃa dudas al respecto.
Por esa extraña tarde en la Rosada, para este cronista resultó tan violento el contraste frente a lo visto en River. Jackson sà tenÃa dos identidades, lo que quedó patente cuando, el 8, 10 y 12 de octubre tomó el escenario del Monumental. En la vida civil Jackson parecÃa un extraterrestre frágil y hasta desagradable, pero en escena se transformaba en aquello que le dio la fama que convierte a esta noticia en el centro de todas las miradas. En materia técnica, aquel Dangerous Tour era lo mejor que podÃa conseguirse a comienzos de los ’90, con dos pantallas gigantes de cristal lÃquido que dejaron a todos de boca abierta y un sonido cercano a la perfección. Pero en el centro del asunto estaba ese frágil muchacho que viró del negro al blanco a la vista de todos, rompió varios records y hasta hizo que Domingo Di Núbila posara de experto en música pop. A la hora de los bifes, Jackson era un artista con todas las letras. Aquellos conciertos en River Plate exigieron el respeto hasta de quienes consideran al pop una mera musiquita plástica: bailarÃn eximio, experto en el manejo de multitudes, veterano de tantos años en el show business, en su salsa el tipo era sólido y confiado como una roca, estaba a años luz de ese extraño flaquito atisbado en la casona de Plaza de Mayo.
Sus últimos años fueron de decadencia, de profundización de la imagen más deforme, Peter Pan enfrentado al exilio del paÃs de Nunca Jamás. El capricho del chiste fácil hace pensar que, en rigor, desde ese 1993 para acá Jackson vino barranca abajo, cada vez peor, cada disco menos relevante, endeudado, perseguido, ninguneado, como si le hubiera caÃdo una maldición, una mufa insalvable. Quizá le hubiera convenido mandar un doble.
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