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Martes, 30 de junio de 2009
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Tom Dieusaert y la aventura de Diarios del Vocho

Una vuelta en el escarabajo

El escritor belga atravesó 16 mil kilómetros, desde México DF a Buenos Aires, a bordo de un auto, con la intención de escribir una bitácora de viaje. “Fue un reto ver si llegaba, significó un desafío al progreso”, asegura.

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Tom Dieusaert vivió siete años en México DF, hasta que se decidió a recorrer Latinoamérica.

El belga Tom Dieusaert nunca fue un trotamundos de esos que emprenden la marcha por afición, con la única premisa de viajar. Tampoco tiene el aspecto de un aventurero a lo Indiana Jones, más bien el de un citadino cualquiera que se pierde en la muchedumbre: pelo rapado, barbita de una semana, jeans gastados, campera de cuero y zapatillas AllStars. Sí levanta miradas cuando deja la bicicleta en el Tigre, la ciudad que lo acuna desde hace cinco años, y recorre la noche de las calles porteñas en su Volkswagen escarabajo, un ejemplar del mítico modelo que compró en México cuando era periodista corresponsal para dos publicaciones europeas. Aun así, nadie pensaría que este hombre de 41 años atravesó 16 mil kilómetros, del Distrito Federal a Buenos Aires, sobre su carruaje azul, con la única intención de escribir Diarios del Vocho, bitácora de viaje traducida del neerlandés al español por la editorial y agencia de noticias Prensa Nueva, que Dieusaert fundó y dirige.

Fue hace cinco años, pero bien lo señala Abelardo Castillo en El evangelio según Van Hutten: “Toda historia, creíble o no, necesita un comienzo”. En 1996, Tom dejó Europa y se instaló en Centroamérica. “Fui corresponsal free lance para un periódico financiero belga que necesitaba cubrir un puesto allí. Ese periódico tenía una sociedad con otro holandés, así que escribí tanto para uno como para el otro, porque el idioma es el mismo”, explica. Como les sucede a muchos colegas, el dinero que obtenía de sus producciones no era suficiente para vivir en la capital mexicana. “Me las tuve que rebuscar porque no había muchas notas. Hice cosas relacionadas con empresas belgas y holandesas. Luego, empecé a trabajar en un periódico mexicano. También tuve que hacerlo en otros ámbitos: daba clases de inglés en la Aduana mexicana, a los agentes. Fue una experiencia bastante tétrica”, reseña el cronista en diálogo con Página/12.

Siete años vivió en México. Hasta que un día, dolido por la ruptura de una larga relación amorosa y cansado de la monotonía de una ciudad “con su aire envenenado por el smog y su escasez de agua”, decidió poner primera y, sobre su Vocho –así llaman a este VW en México–, recorrer Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay, hasta Argentina. Aquella mañana salió del D. F. con poco encima: una guitarra, una cámara automática, algunas autopartes para el escarabajo, la vieja laptop, algo de dinero, unos discos (que luego le robarían) y dos libros que consiguió antes de partir: Las enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda, y Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, que aún no había querido leer.

En Buenos Aires ya había estado dos veces: la primera, cuando adolescente, en 1986, a raíz del trabajo de su padre; la segunda, en 2002, como cronista de la crisis económica y social poscorralito. “Argentina es un caso especial, parece muy occidental. La gente acá es muy fatalista, no piensa que se puede cambiar algo. Hay miedo de los civiles de construir algo nuevo. Por ejemplo, ante estas elecciones legislativas, nadie hablaba del contenido de las propuestas y sí de los candidatos”, observa Tom. Aquellas primeras visitas no hicieron que se contagiara de ese temor, pero sí que se le despertara “el interés por América latina, su historia, lo sucedido durante las dictaduras”. Y se nota en Diarios del Vocho, donde combina sus aventuras a través de los doce países con un noble bagaje de historia latinoamericana. “Sabía la historia oficial, digamos. La otra, la fui buscando leyendo libros, yendo a ciertos lugares, como donde murió Simón Bolívar, siguiendo el rastro de (la organización terrorista) Sendero Luminoso o el de la guerra civil en Centroamérica. El relato de viaje es fácil de escribir porque te suceden muchas cosas, pero hay que hacerlo ameno y amontonar historias cansa”, concede.

¡Y vaya que recolectó anécdotas para contar, como si en cada país visitado sus habitantes hubieran conspirado para darle argumento a su aún utópico libro! De hecho, advierte al inicio del libro, algunas escenas que no figuran en la edición en neerlandés –publicada en 2005 para Bélgica y Holanda– sí aparecen en la traducción al español. “Había retenido partes de capítulos porque pensaba que no interesarían a un lector belga, y ahora, desempolvando las notas, las encontré aptas para contárselas a nuevos lectores”, dice Tom. Durante la travesía, Dieusaert lidió con policías corruptos en las carreteras pero también con morenas compinches con quienes compartir un paseo en carro; protagonizó escenas de riesgo al volante, atravesando precipicios en tres ruedas, y además amaneceres nostálgicos en pensiones de paso; estuvo un día preso en Panamá por agredir a la recepcionista de un hotel y la enclenque embarcación que lo depositó en Colombia zafó del naufragio. Se reunió con los zapatistas en México, fue padrino del hijo de un campesino peruano y compartió viaje con tantísimos andarines al paso. ¡Si hasta se le quemó el disco duro de su computadora portátil y se las tuvo que arreglar con un disquete! “Me tomaba días para escribir las vivencias que había tenido y me lo mandaba al correo electrónico, porque el disquete es inestable: lo tocás y se borra”, asegura.

Si se le pregunta por las cualidades del VW escarabajo, no lo duda: “Es un auto muy simple. Cualquier problema se soluciona fácil en cualquier lugar. Lo malo que tiene es que es incómodo y ruidoso, y ese ruido te cansa”, critica. Fue un reto ver si el escarabajo llegaba. Significó un desafío al progreso”, resume antes de subirse al carruaje. El kilometraje del Vocho sigue sumando dígitos. Pero, esta vez, Tom no va rumbo al D. F., tampoco hacia su natal Amberes. Va mucho más cerca, apenas 32 kilómetros hacia el norte. Su hija, de 3 años, lo espera.

Informe: Facundo Gari.

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