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Jueves, 2 de julio de 2009
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Una gran novela familiar capaz de dar cuenta de toda una dinastía

La enfermedad y sus metáforas

Pareciera que para Desplechin hay en la familia humana un malestar esencial que sus personajes tratan de mitigar cada uno a su manera, como saben o simplemente como pueden, escapando de sus responsabilidades o asumiendo las que no les corresponden.

Por Luciano Monteagudo
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Al desequilibrio de Mathieu Amalric se suma la fragilidad de Chiara Mastroianni.

Como en Reyes y reina (2004) –su película inmediatamente anterior y el único de sus ocho largometrajes estrenado hasta entonces en Buenos Aires–, este Un cuento de Navidad (conviene olvidar el caprichoso título local) también es un film coral, de múltiples voces y personajes, y gira una vez más alrededor de una gran familia burguesa, que siente crujir los cimientos bajo sus pies. Se diría que Arnaud Desplechin despliega durante dos horas y media un gran árbol genealógico y va describiendo no sólo los gruesos nudos y las profundas raíces de su tronco –el pater familias, Abel, magníficamente interpretado por Jean-Paul Roussillon–, sino también cada una de sus ramas: las más jóvenes y vitales, aquellas que prometían florecer y nunca lo hicieron y también aquellas que alcanzaron una gran altura, pero ahora sienten ya el peso de los años y comienzan a inclinarse hacia el piso, afectadas por alguna enfermedad.

De hecho, la enfermedad –física pero también emocional– es una constante en Un conte de Noël, como ya lo era en Reyes y reina. Se diría que para el realizador de La sentinelle (1992) hay en la familia humana un malestar esencial, una afección, un dolor existencial, que sus personajes tratan de mitigar cada uno a su manera, como saben o simplemente como pueden, escapando de sus responsabilidades o asumiendo las que no les corresponden. Hasta los sentimientos negativos parecerían ser aquí un motor vital, al que Desplechin le encuentra su propio ritmo utilizando, en los momentos menos pensados, fragmentos de improvisaciones al piano de Duke Ellington (de ese disco esencial que es Money Jungle) y hasta del olvidado Cecil Taylor, que le dan al film un swing muy particular, disruptivo, casi atonal.

El comienzo de la película, narrado por una voz en off e ilustrado por un teatro de sombras chinescas, no deja lugar a dudas. Estamos ante una gran novela familiar, que va a dar cuenta de una dinastía. “En 1965 Abel y Junon Vuillard tuvieron un hijo: Joseph. Dos años más tarde nació su hermana Elisabeth. Durante su infancia, Joseph desarrolló un cáncer sanguíneo. Sólo un trasplante de médula ósea podía salvarlo. Ni sus padres ni su hermana eran compatibles así que Junon concibió a un tercer hijo pero los estudios demostraron que tampoco sería compatible. Abel se trasladó con Joseph al hospital de París mientras Junon daba a luz a Henri en Roubaix. Joseph murió 18 meses después, tenía seis años (...) Seis años después, Junon tuvo un último hijo, Ivan.”

Este es el prólogo, que viene a informar del pasado de los Vuillard. La película, sin embargo, transcurrirá en un rabioso tiempo presente, en los días previos a la Navidad y en las horas de la clásica reunión familiar, alrededor de la mesa tendida, del frenesí de la cocina, de los gritos y susurros en alcobas y pasillos. Pero el peso de aquel pasado nunca dejará de hacerse sentir. Porque sobrevuela alrededor de los Vuillard el fantasma de aquel niño muerto, que ahora se vuelve a manifestar en la enfermedad de su madre, la misma que se llevó la vida de su hijo: Junon (Catherine Deneuve, espléndida) también necesita ahora un transplante de su médula ósea. Y sucede que solamente Henri (Mathieu Amalric) –el hijo al que nunca pudo querer, expulsado hace tiempo del núcleo familiar– es su único donante posible. A Junon no le importa: “Yo lo tuve dentro de mí, sólo reclamo lo que es mío”, asevera con una lógica de una frialdad y una precisión quirúrgicas.

Por debajo de las buenas apariencias burguesas, hay una brutalidad descarnada en los personajes de Un conte de Noel que recuerdan a la de algunos personajes de Strindberg. Quizás ese eco provenga de una influencia evidente en Desplechin: Ingmar Bergman en general y Fanny y Alexander en particular. Como en aquella gran saga familiar del sueco, aquí también está la reunión navideña, la casa de muñecas que evoca el microcosmos en el que viven sus miembros, la representación teatral de los niños que refleja la triste comedia de sus padres, el gran teatro del mundo.

También como en Reyes y reina, los bruscos cambios de tono, el giro del paso de comedia a la revelación dramática, o del melodrama familiar al pequeño vaudeville de cáusticos malentendidos es una constante. Esta amplitud de registro exige de los actores una ductilidad a toda prueba y el magnífico elenco que reunió Desplechin le responde sin fisuras. A la solidez paternal de Rousillon, a la imponente presencia de Deneuve, al desequilibrio de Amalric, se suma la fragilidad de Chiara Mastroianni (como la nuera de su madre) y el misterio de Emmanuelle Devos. Entre muchas otras cosas, Un conte de Noël es también, a la manera de la vieja escuela (porque no hay nada de moderno en el planteo del film, eso hay que decirlo), un film de actores, y como tal reúne a algunos de los mejores del cine francés actual.

8-EL PRIMER DIA DEL RESTO DE NUESTRAS VIDAS

Un conte de Noël, Francia, 2008.

Dirección: Arnaud Desplechin.

Guión: Arnaud Desplechin y Emmanuel Bourdieu.

Fotografía: Eric Gautier.

Música: Grégoire Hetzel.

Edición: Laurence Briaud.

Diseño de producción: Dan Bevan.

Intérpretes: Catherine Deneuve, Mathieu Amalric, Jean-Paul Roussillon, Emilie Berling, Chiara Mastroianni, Emmanuelle Devos, Melvil Poupaud, Hippolyte Girardot y Anne Consigny.

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