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Sábado, 18 de julio de 2009
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Opinión

Diez historias y un cacho de plástico

Por Eduardo Fabregat
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No es novedad: los periodistas tenemos afición por la efeméride, el aniversario redondo, la equis cantidad de años que se cumplen de esto y aquello. Es un motivo aceptable para repasar cuestiones que hicieron historia, pero también para hablar de otras cosas. Otras historias. Basta pararse en 2009 (o 2008, o 2010: siempre se cumple algo de algo) para trasladarse en el tiempo, mover el reloj treinta, veinticinco, veinte años atrás, hacer recuentos caprichosos, azarosos... pero no tanto. Hablar de lo que fue sirve para explicarse el presente, y en el terreno de la música el recurso fácil del cumpleaños también permite empezar por cualquier lado. Por las obras, por los músicos, por las canciones.

O por las tapas.

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- In the court of the Crimson King, 1969. La portada metía miedo. Y en cuanto empezaba a sonar “21st Century Schizoid Man”, la fascinación era completa. Fue la única tapa que realizó Barry Godber, ilustrador y programador de computadoras que murió cinco años después, con sólo 24 años. El hombre esquizoide que gritaba en la tapa se complementaba con uno más amistoso, sonriente planetoide de mano extendida en el interior desplegable, combinación perfecta para ingresar al universo freak que proponía el disco debut de King Crimson. Robert Fripp aún conserva la pintura original, protagonista de innumerables charlas sobre rock progresivo.

- Almendra, 1969. Luis Alberto Spinetta se esmeró en la tapa de su debut discográfico, e imaginó los iconos del ojo (“Temas que canta el hombre de la tapa desmayado en el vacío”), la lágrima (“Temas que están en el brillo de la lágrima de mil años que llora el hombre de la tapa”) y la sopapa (“Temas que le cantan los hombres a esa lágrima del hombre de la tapa, atados a sus destinos”). El ejecutivo de RCA que recibió la obra prefirió la sopapa y quiso hacerse el vivo, sostener su propósito de poner una foto del cuarteto en la tapa aduciendo que el original se había perdido. Spinetta dijo “No importa, te lo dibujo de nuevo”: hoy nadie se niega a reconocerle el status de clásico.

- Abbey Road, 1969. Sin dudas, una de las tapas más famosas de la historia del rock, que cumple ahora 40 años. Ningún alma rockera que haya pasado por Londres se privó de cruzar esa calle donde se originaron mil leyendas, sobre todo esa que señalaba que Paul McCartney había muerto: los delirantes de siempre afirmaban que la placa “28 IF” del Volkswagen señalaba la edad que hubiera cumplido el bajista de no haber fallecido; que Harrison era el sepulturero, Lennon el oficiante de traje blanco y Ringo el empresario de pompas fúnebres. Macca iba descalzo, al uso de los ritos mortuorios hindúes. Todo eso desaparecía ante lo realmente importante, uno de los discos más perfectos de The Beatles, su auténtico canto del cisne: apareció antes que Let it be, pero en realidad fue lo último que grabaron.

- Invisible, 1974. La anécdota más célebre sobre el trío Spinetta/Pomo/Machi (luego ampliado a cuarteto con Tommy Gubitsch) tiene que ver con aquel imaginativo funcionario que en un afiche vio una vagina donde había un Durazno sangrando. Pero en el debut, Spinetta optó por rendir homenaje a uno de sus ilustradores favoritos, poniendo en la tapa Charco, dibujo de 1952 en el que Maurits Cornelis Escher funde el cielo y la tierra en una composición que tiene un curioso aire pampeano. El holandés fue célebre por realizar ilustraciones donde la realidad se deforma, la gravedad se vulnera, las cosas se comportan de modo antinatural, impredecible, en algún caso siniestro: algo similar a lo que se respiraba en la Argentina de ese año.

- Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, 1974. Hoy radicado en España, Juan Gatti le imprimió al primer rock argentino un sello especial. Poco después de aquella inolvidable tapa deforme de Artaud, el diseñador e ilustrador se lució con los seis dibujos blanco y negro del censuradísimo disco de Sui Generis. Aquella vez, canciones como “Botas locas” o “Juan Represión” perdieron, pero el arte de Gatti perduró. Aun hoy, las ilustraciones del “Sr. Tijeras” y “El show de los muertos” siguen inquietando.

- Tales from topographic oceans, 1974. En la era progresiva, el trabajo de Roger Dean se analizaba tanto como las cuatro larguísimas canciones del disco. Dean colaboró activamente en el concepto, aportando algunas “rocas famosas” de la geografía británica, mientras que Jon Anderson introdujo la imagen de fondo del templo de Chichen Itzá y Alan White sugirió las líneas de Nazca. Hubo quien se sumergió en las obras de Dean y ya nunca volvió: en los últimos años el artista se consagró a la arquitectura, desarrollando el concepto Home for Life de casas bellas, respetuosas del medio ambiente y baratas de construir. Más de un fan de Yes querría vivir en una.

- La grasa de las capitales, 1979. Charly estaba enojado con las críticas a los primeros shows de Seru Giran en el Luna y Obras, y con una nota de revista titulada “Charly García, ¿ídolo o qué?”. El grupo quería denunciar a la gente revista, gente careta, y así imaginó esa tapa que satirizaba a Gente, con una contratapa que salpicaba las fotos de capitales mundiales con restos de manzanas, huevos, fasos y naranjas. Al abrir el disco desplegable no aparecían modelitos sino las letras de temas inolvidables como “Viernes 3 AM” y “Noche de perros”, adornadas con dibujos de Rodolfo Bozzolo. Por esas vueltas de la vida, con el tiempo Charly terminaría en la portada de la auténtica Gente, tanto entre los “personajes del año” como por sus escandaletes.

- The Wall, 1979. La censura milica se encargó de que semejante obra de Pink Floyd llegara lo más tarde posible. Pero ya nadie podría olvidar ese austero diseño ladrillado, y los inquietantes dibujos de Gerald Scarfe (en el disco y en la peli), ilustrador británico cuyas caricaturas de políticos y representantes de la realeza atrajeron la atención de Roger Waters. Casi veinte años después, Scarfe aceptaría un trabajo bastante menos problemático, al colaborar en el diseño de personajes de Hércules para Disney. De todos modos, ¿cómo olvidar esos martillos marchando, esas flores combatiendo, esa madre sobreprotectora con brazos de muro?

- ¡Bang! ¡Bang!! Estás liquidado, 1989. Rocambole ya era célebre por darle forma al arte de tapa que, a caballo de Oktubre y “Ji ji ji”, se multiplicaría en miles y miles de remeras. En el cuarto disco de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota adoptó otro ángulo, la recreación de Fusilamientos del 3 de mayo (1814) de Francisco de Goya, observada por un enigmático personaje de boina y con una licencia fundamental: los fusiles que apuntan a los integrantes de la resistencia española no son enarbolados por invasores franceses, sino por enfermeras. Aunque los Redondos ya tocaban habitualmente “Fusilados por la Cruz Roja”, la canción recién se editaría en La mosca y la sopa, de 1991.

- Technique, 1989. El quinto disco de New Order fue el primero en llegar al número uno en Inglaterra. La tapa no podía ser de otro que Peter Saville, diseñador oficial de Factory Records, el sello que le cambió la cara al pop británico a comienzos de los ’80. Célebre por entregar su trabajo mucho después de la fecha límite, Saville –que ya había impactado con la minimalista tapa de Unknown pleasures, de Joy Division– se decidió por una ilustración tan curiosa como contundente, una escultura de un querubín en colores saturados, especie de profecía sobre el status clásico que alcanzaría aquello que entonces era pura modernidad. Saville siguió trabajando en el rubro, y llegó a tener una exhibición propia en el Museo del Diseño de Londres.

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El colega y amigo Mariano Blejman estuvo hace poco en Nueva York, cubriendo un encuentro de la Latin Alternative Music Conference. Allí le dieron una recopilación de veinte canciones envasada en el objeto que excita hasta el éxtasis a los ejecutivos de la industria musical, que ven en los adelantos tecnológicos la salida a las múltiples dificultades económicas de su negocio: una download card, tarjeta de 8,5 X 5 centímetros al estilo Monedero o Playland. De un lado se ve un gallito que corresponde al logo del sello Nacional Records. Del otro, un párrafo de instrucciones con el código para acceder a iTunes y bajarse las canciones.

Algunos podrían estar hablando horas del arte gráfico de un disco. Otros se arreglan con un cacho de plástico.

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