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Jueves, 20 de agosto de 2009
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José Soler en los Encuentros de Coleccionistas

“Para hacer esto hay que ser músico”

Técnico de sonido de EMI desde 1955, fue testigo privilegiado de una parte importante de la historia de la música argentina. Troilo, Yupanqui, Pugliese, Grela, Piazzolla, Zitarrosa y Tita Merello, entre otros, pasaron por sus manos. Hoy será homenajeado en Harrods.

Por Karina Micheletto
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José Soler tiene 77 años y es uno de los técnicos más respetados por sus colegas y por los músicos.

José Soler puede darse el lujo de decir “Yo grabé a Troilo en ‘Quejas de bandoneón’”. Otros podrán decir que fue su mejor grabación, él sólo puede indicar cuál fue la más importante: la Misa criolla, que también pasó por sus manos, su sensibilidad y sus oídos técnicos. Es el técnico de sonido de EMI desde 1955, comenzó cuando la empresa grabadora era Odeón, y durante más de medio siglo fue testigo privilegiado de una parte importante de la historia de la música argentina, vivida desde adentro, y en cierto modo hecha por él mismo. Soler guarda una y mil anécdotas de Troilo, Yupanqui, Pugliese, Grela, Piazzolla, Zitarrosa, Tita Merello, Los Fronterizos, Waldo de los Ríos, Violeta Parra. No se las contaron: las vivió él. En el marco del Festival de Tango, hoy recordará algunos de estos momentos con la música en uno de los Encuentros de Coleccionistas, a las 17 en Harrods.

Los Encuentros de Coleccionistas, coordinados por Gabriel Soria (periodista, y también coleccionista), tendrán lugar hoy y mañana. La conversación de hoy con Soler está planteada como “un homenaje a la fonografía”. “Los coleccionistas no haríamos nada sin el disco, y José no sólo representa los últimos 60 años de las grabaciones que nos gustan a los coleccionistas; además aprendió de la generación anterior”, explica Soria. Mañana, un grupo de coleccionistas se reunirá para charlar de su pasión, y para mostrar, de paso, algunas de las “joyitas” que atesoran.

En las paredes del “boliche” de Soler en el subsuelo de EMI hay premios, diplomas, reconocimientos formales varios. Quizá ninguno tan grande como el que lleva la firma de Alfredo Zitarrosa, junto a su foto: “Para mi querido amigo y técnico de grabación, coautor de algunos de mis mejores grabaciones. 1976”. La foto enmarcada de Tita Merello también tiene una dedicatoria: “Para Josecito, compañero de encierro. 1904-1969”. La fecha tiene un signo de interrogación, y Soler cuenta que la Merello se lo explicó: ¡Es para que no te rompas el coco adivinando cuántos años tengo!”. “Lo de ‘compañero de encierro’ es el mayor piropo que he recibido”, dice Soler. “Porque a Tita no le gustaba grabar, sacarle una segunda toma era dificilísimo. Pero si yo se la pedía, a mí me la daba.”

Las fotos del boliche de Soler siguen marcando el relato. Una toma registra el momento de la mezcla del tango “El africano”, junto a la orquesta de Pugliese. “Era difícil grabar a esa orquesta, porque era muy rítmica, pero por momentos muy poco generosa con el caudal del sonido. ¡Justamente por eso era Pugliese!”, la define. “Troilo, en cambio, era fácil de grabar”, compara. “Porque el Gordo decía toquen, y se acabó, todos iban adelante con todo, con toda el alma. ¡Si no le grabás bien a Troilo, andá a jugar a las bochas!”, exagera.

Soler cuenta que todo comenzó en Eslovenia, donde nació, con un piano que su padre compró al recibir una suma importante de dinero (“menos para mí, fue un escándalo para toda la familia, que hubiera preferido que comprase un arado”), y más tarde con un violín, y las clases en el Conservatorio. Cuando la familia se mudó a la Argentina, Soler trabajó como violinista –integró la Sinfónica de Avellaneda, y también una típica– y tuvo oficios como aquel de la fábrica de guantes de Alfredo Gelblung (padre de Chiche), además de ser remero y ciclista. Hasta que un amigo lo recomendó a Odeón, como ayudante de técnico de grabación.

Sitúa la mejor época de su trabajo entre el ’55 y el ’81, cuando la compañía tenía dos salas de grabación –antes de que la empresa cerrara la fábrica y tercerizara las salas–. Por entonces grabó a artistas de otras compañías que alquilaban los estudios de Odeón, como Microfón y Philips. “Trabajábamos 24 horas al día, con un equipo de doce personas, éramos cinco técnicos para las salas, los demás hacían copias, cortaban acetatos con el torno. Esa fue la época del trabajo mezclado con un disfrute: grabar a los que tocan y cantan, en la sala de partos de las criaturas musicales. Eso lo extraño. Ahora copio, nada más.”

–Se dice que aquellas grabaciones de cinta son mejores que las digitales. ¿Qué opina usted?

–No diría que son mejores... son más cálidas, o simpáticas, no sé cómo llamarlo. Hoy día, con el progreso de la técnica de sonido, la diferencia es mínima.

–O sea que no es nostálgico de las épocas analógicas.

–No, en cuanto al sonido no. Sí puedo tener nostalgias de cuestiones personales, como todos tenemos. Pero la mejor época, técnicamente, es ésta.

–¿Y alguna vez metió la pata como técnico?

–¡Uff! Muchas. Con Troilo, en la primera grabación fracasé. Era el ’57, yo hacía sólo dos años que trabajaba de esto, y me puse tan nervioso que no salió nada. Levantamos la grabación, una cosa horrible porque había mucha plata de por medio. Después de eso, estaba seguro de que me echaban, para mí era mi último día. Pero no sé qué verso le metió al gerente Troilo, le dijo que no estaba bien ensayado, algo así. Sacó la cara por mí, sin que yo se lo pidiera. Eso habla del ser humano que fue Troilo. Con Piazzolla me pasó algo similar, un día que no andaba bien, no sé qué me pasaba, pero no me salía una. Vino Piazzolla al control, pidió escuchar el bajo. “¡Eso no es un bajo, es un pedo de un oso!”, me gritó. “¡Y vos no sos técnico ni ingeniero, vos no llegás ni a electricista!” Pero tenía razón, ese día no me salía una. Ahí el que arregló todo fue Oscar López Ruiz, el guitarrista, él nos tranquilizó y compuso las cosas.

–Dentro del folklore está la idea generalizada de que las grabaciones de la época eran medio “a la que te criaste”. ¿Era así?

–Presencié esa época que por fin terminó. Una de las primeras grabaciones que hice fue con Tránsito Cocomarola. Me lo dieron a mí, que recién empezaba, porque el chamamé era una música de menor importancia. Se equivocaron fiero mis superiores, porque si hay algo difícil de grabar es un conjunto pequeño. Lo mismo con el Cuarteto Santa Ana. Lo mismo pasó con la orquesta de cuerdas de Piazzolla, yo recién empezaba, me la dieron porque no le daban pelota. Y creo que tan mal no quedó...

Soler habla con pasión del “misterio de los planos de sonido”, y dice que hay dos condiciones básicas que debe cumplir un técnico: la primera, ser músico (serlo, no “saber” de música, ni “defenderse” tocando). La segunda, haber escuchado todas las grabaciones anteriores posibles. En eso, dice, tiene un “abuelo técnico”, que es un mito del disco apellidado Krueger, responsable de grabaciones a Canaro o Gardel. La cronista pide chequear cómo se escribe el apellido, y el entrevistado va a buscar la fuente: una “lista de grabación” del año 1928, donde aparece el registro cronológico de todos los temas que se iban grabando, día a día. En las hojas mecanografiadas desfilan Firpo, Fresedo, Canaro, Azucena Maizani y, al fin, el mismísimo Gardel, acompañado por “2 guitarras”, según se consigna. Soler lo muestra como un papel más, con la misma naturalidad con que enumera sus anécdotas. “Es que yo no me daba cuenta de la importancia que tenía lo que estaba viviendo”, explica. “Por ahí Firpo se quedaba hablándome de ‘La cumparsita’, ¡Y yo quería que terminara para irme al cine con una chica!”

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