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Sábado, 5 de septiembre de 2009
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Opinión

Picaduras de mosquito

Por Eduardo Fabregat
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Estribillo: 1. Expresión o cláusula en verso, que se repite después de cada estrofa en algunas composiciones líricas, que a veces también empiezan con ella.
2. Voz o frase que por hábito vicioso
se dice con frecuencia.
(Diccionario de la Real
Academia Española)

A fines de 2001, el profesor James Kellaris, psicólogo social de la Universidad de Cincinnati (Estados Unidos), dio una posible respuesta a por qué algunas canciones se convierten en hit. Tras realizar un estudio sobre mil personas, el académico arribó a la siguiente conclusión: “Una combinación de simplicidad, repetición e inducción de adrenalina. Estos elementos producen picaduras de mosquito mentales, una picazón que solo puede ser aplacada al volver a tocar la canción en la mente una y otra vez”. El ranking elaborado por Kellaris en sus entrevistas colocó en el primer lugar a –cuándo no– The Beatles, con “Yellow submarine”, seguido por “We will rock you” (Queen) y “Bad”, de Michael Jackson. Otro estudioso de las reacciones cerebrales a los estímulos sonoros, el neurólogo Oliver Sacks, complementó el informe Kellaris afirmando que las canciones más “irritantes” para el cerebro son usualmente absorbidas en la adolescencia, y que en casos extremos esas canciones pueden retornar en la vejez en la forma de alucinaciones sonoras. Si de alucinaciones se trata, el psicólogo de Cincinnati no escondió el caso más terrible de su material de estudio: un hombre que, desde 1986, no podía borrar de su cabeza el soundtrack de un videojuego Atari.

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Hay quien se pasa la vida buscando el estribillo perfecto. No se trata sólo de música, aunque ése sea el primer ejemplo. En el espíritu lúdico que la música siempre puede despertar, podría intentarse una definición de artistas en función de los tipos de estribillo, el loudQUIETloud de los Pixies (eso sobre lo que Nirvana edificó su leyenda), la redondez del estribillo pop, la épica del rock... o por la ausencia de ellos, la vida según Frank Zappa o los progresivos de los ’70. Un buen estribillo es una pelota clavada en el ángulo tras una jugada exquisita: hay canciones cuyas estrofas son la preparación del terreno, el preludio a un cierre sencillamente perfecto, el soporte sobre el que cabalga la canción y nosotros con ella. “Ji ji ji” es un excelente ejemplo, el lector tendrá los suyos para agregar. Estribillos que se convierten en bandera.

Pero aunque Calamaro haya dicho –cantado– lo contrario, la vida también puede estar hecha de canciones. Podemos atravesar días-estrofa y días-estribillo, como el pasado miércoles gris que se pareció a tantos miércoles o (en el colmo de la obviedad) domingos grises, estribillos repetidos, picaduras de mosquito traducidas en melancolía, en ganas de canturrear a media voz “But I’m no creep...” o “We’re waiting for the flood” o, al borde de la desesperación, “Foi na cruz, foi na cruz”, el estribo como letanía en el barrio de la angustia.

Nos topamos a menudo con personas-estribillo, condenadas a la repetición de los mínimos gestos, al hábito vicioso que se dice con frecuencia. Conocemos el estribillo de los agoreros de siempre, el verso argentino de la confiabilidad para los inversores extranjeros y las maravillas de la libre empresa, o las líneas apocalípticas de quienes, con el bolsillo o el statu quo amenazado, desafinan a conciencia y aplican un AutoTune que disfrace sus intenciones.

Nos solazamos con los estribillos de Murphy: el colectivo vacío pasará de largo, la otra cola avanza más rápido, lo que pueda salir mal saldrá mal. No puede ser de otra manera en el país del tango, tan pródigo en estribillos de desesperanza, de siglo XX cambalache problemático y febril.

El estribillo es un dengue perpetuo.

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Esta semana volvió un experto en picaduras. Bastó ver a Violencia Rivas entonando su hit “Metete tu cariño en el culo” para agradecer que Diego Capusotto y Pedro Saborido tengan el talento necesario para no dejarse estar, para renovar el stock sin quedarse en el estribillo probado y efectista. Otra vez, Peter Capusotto y sus videos viene a sintonizar con una legión de fans que exceden los de por sí destacables 4 puntos de rating en Canal 7, que diseminan en YouTube los códigos impresos en otra nueva serie de hallazgos. Cuando todavía imperan las frases que dejó Lucy en el cielo con Capusottos –“¡Señor montonero Bilardo, renuncie! 6 a 1 con Bolivia, ¡¡¡vergüenza!!!”–, Capusotto vuelve a dejar caer, con envidiable naturalidad, estribillos inolvidables.

Entre la furia de los norteamericanos MC5 y los argentinos Pez, la cita de honor de los lunes a las 23 brilló especialmente cuando se permitió desarticular estrofas bien conocidas de esta tierra (y ya aparecerá el patriota ofendido): Jaime de las Mercedes Cárdenas, artista olvidado, desgranó el Himno Nacional Argentino con las melodías de “Stairway to heaven”, “Satisfaction”, “Smoke on the water”, “Locomía”, “Pluma gay” y “Hey Jude”, convirtiendo al estribillo en una poderosísima arma de comicidad. ¿Qué sucederá el día que los pibes, en el patio de la escuela, no puedan resistir la tentación de largar un “libertad, libertad, libertad” con la inoxidable melodía de los Stones?

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“Llevo una foto de mí para no extrañarme.” “Pepe Curdeles, abogado jurisconsulto y manyapapeles.” “Soy Pepe Galleta, único guapo en camiseta.” “Santa Malasia, qué suerte para la desgracia”: Pepe Biondi fue un experto en estribillos, Capusotto de tiempos idos. Quien vea hoy en los viejos tapes de Viendo a Biondi un humor inocentón, blanco, se estará perdiendo parte del cuadro. Biondi afiló su humor en cabarutes de marineros, en escenarios de revista, y su mirada pícara siempre estaba revelando otro mundo. Las primeras estrofas de su vida fueron pura negrura, suerte para la desgracia: una familia pobrísima y un feroz entrenamiento como acróbata en un circo donde el payaso Chocolate lo sometió a palizas cuyas consecuencias sufriría hasta el final de su vida.

Pepe, que ayer habría cumplido cien años, coronó esas estrofas con estribillos que lo convirtieron en uno de los cómicos más queridos de este país, un tipo que se fogueó en los boliches, se hizo conocido con el dúo Dick y Biondi, triunfó en la TV cubana de la mano de Goar Mestre y, de regreso a la Argentina, llegó a alcanzar 65 puntos de rating en los viernes de Canal 13, construyendo una galería de personajes indelebles. Como en la progresión clásica de una canción, el estribillo volvió a dejar paso a las estrofas, y éstas replicaron los comienzos: a comienzos de 1972 el canal anunció su retiro definitivo de la pantalla, y siguió un ostracismo lleno de dolencias físicas y extrañas obsesiones que desembocaron en la muerte, el 4 de octubre de 1975.

Hay quien se pasa la vida buscando el estribillo perfecto. Otros poseen el instinto y la eficacia del mosquito, un mosquito –por fortuna– imposible de aplastar, uno que nos llevará una y otra vez a rascarnos la mente. Felizmente contagiados por la magia de un estribo.

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