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Sábado, 24 de octubre de 2009
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Crónicas de Nueva Saturnia/3

La marca de la gorra

Por Eduardo Fabregat
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Opinión

Karma police, arrest this man,
he talks in maths.
(Radiohead, 1997)

Todo comenzó durante la representación número 46 de El señor de los anillos de Saturnia, la obra que el grupo Los ZaparrastroSOS presentaba en el Teatro Bajos de Saturnia. Intempestivamente, durante un silencio en el hilarante monólogo de Juanete Saldívar, alguien en la platea gritó “¡Toblerone facho!”. La cosa no hubiera pasado a mayores de no haber sido porque la sala entera estalló en una cerrada ovación, y hasta Saldívar, saliéndose un instante de su rutina, hizo una leve inclinación que festejó la ocurrencia. La función continuó y terminó sin mayores incidentes, pero Carlos Saúl Aristigoza se quedó mascando bronca. Aristigoza odiaba el teatro satírico y a Los ZaparrastroSOS en particular, pero quien era en esos días depositaria de sus intereses románticos amaba esa clase de expresiones artísticas. Eso no impidió que, al día siguiente, Carlos Saúl pidiera una reunión urgente con su superior inmediato.

El superior inmediato de Aristigoza era Jefe de Asesores del Asesor Principal del Edecán Principal de la Jefatura de Estado Mayor del Secretario Privado de Luis Delgado Castillos, Jefe Supremo de la Policía Urbana de Nueva Saturnia. La longitud de semejante cadena de mandos sólo podía sugerir una interminable burocracia, pero el tenor de lo que Aristigoza tenía para contar hizo que el relato llegara rápidamente al despacho de Delgado Castillos. Delgado (a quien sólo algunos atrevidos se referían como “el Flaquito”) se reunió de inmediato con el ingeniero Toblerone.

Al día siguiente, en concurrida conferencia de prensa, el Jefe de Gobierno se mostró adusto y dolido por lo que era, según se explayó, “una peligrosa desestabilización de la paz social, una búsqueda de demolición de las instituciones a través de una insidiosa acción que se pretende cultural”, y anunció la creación de una nueva División en la ya poblada estructura de la Policía Urbana. Según indicó Toblerone, La BOLuDAC (Brigada Operativa de Lucha contra Deformaciones y Anomalías Culturales) velaría de allí en más por el normal desarrollo de las actividades artísticas, en busca de evitar “el uso de la cultura como elemento subversivo de la ley y el orden”.

Al principio nadie pareció tomar demasiado en serio la iniciativa. Sólo los jefazos del Comando Barredor de Neanderthales Indeseables (CoBaNI) se comunicaron con Toblerone pare expresarle su desagrado, bajo el argumento de que ellos bien podían cubrir las necesidades de persuasión cultural con algunas horas extra, pero el jefe de Gobierno les explicó que ésta sería una tarea más sutil, menos necesitada del garrote y en horarios más tempraneros que los que acostumbraba gastar el CoBaNI. Claro que las primeras acciones de la BOLuDAC desmintieron de plano el argumento: poco después de que una nube de Gamexane interrumpiera la función sabatina de Los ZaparrastroSOS, Juanete Saldívar apareció al pie de la escalera del edificio donde vivía, con una pierna y ambos brazos fracturados. Lívido, el actor señaló que había tropezado con un jabón que alguien había olvidado en el rellano, para luego indicar que no haría más declaraciones, y que tenía planes de abandonar la actuación para atender un parripollo en la vecina República Argentina.

Un legislador de la oposición quiso presentar un pedido de informes, pero no consiguió quórum.

Ante un llamado de atención de Delgado Castillos, la Brigada optó por métodos menos explosivos. Es que el incendio de la Cooperativa Artistas Sin Mordazas llegó incluso a un recuadrito en el diario de mayor circulación de República Saturnina, donde se hablaba de un “siniestro quizás dudoso”: por eso, la BOLuDAC entrenó a un grupo de Sérpicos que, con barba y cabello crecidos, oliendo a pachuli y utilizando términos propios del fumador de marihuana, se encubrían en las funciones teatrales, en cineclubes y mesas debate sobre el estado de la cultura en la ciudad, para marcar a personajes peligrosos que, misteriosamente, iban anunciando sus intenciones de pasar del arte y consagrarse al diseño de indumentaria, las clases de origami, el yoga místico o la recolección de estampillas.

A pesar de ello, algunos creadores no se amilanaban. En la ciudad comenzaron a brotar espectáculos que denunciaban el accionar de la Brigada y los grupos de rock mostraron una nueva vena poética que ridiculizaba a los muchachos de Delgado Castillos. La respuesta no se hizo esperar: una ordenanza del recientemente creado Ministerio de Contralor de Lugares Públicos y No Tanto dio amplia potestad a inspectores que, con el argumento de medio decibel por encima de lo razonable, uso de la cultura como elemento subversivo o mal aspecto de los intérpretes, podía clausurar el lugar sin derecho a pataleo. Aduciendo que el Gobierno de Nueva Saturnia andaba escaso de fondos, el Ingeniero Toblerone conformó ese equipo de inspectores con agentes de la BOLuDAC. “Jugada maestra, jefe”, dijo Aristigoza, el primero que se había anotado en la Brigada.

El legislador de la oposición volvió a reclamar que se interpelara a Delgado Castillos, sin éxito. Al día siguiente rodó accidentalmente por las escaleras de su casa.

En los días siguientes, la BOLuDAC provocó una avalancha de brindis en la Casa de Gobierno de Nueva Saturnia. Los agentes intimidaban con su sola presencia al público, que se abstenía de aplaudir pasajes de obras o canciones que criticaran a Toblerone, Delgado Castillos o la Policía Urbana; ante la falta de respuesta, y ante la aparición de sugestivos stencils en forma de escalera en las puertas de las salas, los artistas comenzaron a dejar esos pasajes o canciones fuera del repertorio. En los kioscos de revistas y librerías desaparecían misteriosamente las publicaciones de tono crítico. A veces surgían disputas entre la policía cultural y el CoBaNI para ver quién les pegaba primero a los artistas callejeros, pero hasta esa disputa servía para ejercer un doble efecto de disuasión sobre los subversivos de la cultura: Toblerone dio una conferencia de prensa en la que se ufanó del modo en que “esos elementos antes disolventes ahora se reinsertan en la sociedad productiva”.

Entonces estalló el escándalo de las escuchas. Según determinaron los cruzamientos tecnológicos, Julio Bond, mano derecha de Delgado Castillos, había procedido a pinchar los teléfonos de escritores, guionistas radiales y televisivos, músicos, actores y dramaturgos, para anticipar sus movimientos y “liquidar el problema desde la raíz”, según señalaba en un memo interno que también se dio a conocer. El plan de Bond era aún más ambicioso, ya que tenía listo un nuevo equipo de Sérpicos que, encubiertos en productoras, grupos musicales y compañías teatrales, se encargarían de generar una “nueva cultura”, más limpia, más sana, más tobleronista.

Toblerone no perdió tiempo: “Aquí hay una opereta de infiltración”, dijo ante una multitud de periodistas. “No conozco a ese señor, nunca trabajó en la Policía Urbana ni en ninguna dependencia de mi gobierno, nunca di autorización a intervenciones telefónicas, esto es obra de oscuros personajes que quieren afectar el normal funcionamiento de la Policía Urbana y ensuciar el buen nombre del señor Delgado Castillos, un hombre de intachable conducta y reputación”.

En medio de tanta agitación, un periodista se atrevió a preguntar cómo se explicaba la fotografía que mostraba a Julio Bond en un café cercano al Centro Cultural de los Monjes Recoletos, en amena charla con Delgado Castillos “y un tal Aristigoza”. “Conozco a los de su clase, de los que quieren trepar demasiado rápido”, retrucó Toblerone. “Tenga cuidado, no vaya a tropezar.”

Y, tras anunciar un incremento del 30 por ciento en el presupuesto de la BOLuDAC, dio por terminado el encuentro.

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