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Sábado, 31 de octubre de 2009
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Juan Carlos Pallarols habla de su trayectoria como orfebre y sus proyectos

El arte de moldear metales preciosos

El platero aprendió el oficio cuando era un chico en el taller de su abuelo, que había venido de España. Ahora quiere transmitir su saber y armó dos programas junto a la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

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Pallarols trabajó para el rey de España, Jorge Luis Borges y varios presidentes argentinos.

Hay argentinos de dos tipos: los que toman mate y los que no. Y los primeros se dividen, a su vez, según el gesto que hagan al chupar la bombilla: están los que estiran la frente y el mentón, agachando apenas la nariz, y los que arrugan la cara como si repitieran por siempre las microexpresiones del primer amargo. El platero Juan Carlos Pallarols es de estos últimos. Cuando Omar, uno de los siete empleados que trabajan en el taller de San Telmo, le pasa el porongo artesanal, Juan Carlos succiona el líquido con fuerza, absorbe de la yerba un recuerdo y evoca sin respirar algunos apellidos de la formación del Club Atlético Banfield de su adolescencia: “Granero, Ferreti, Battiato, Casabella, Mauriño, D’Angelo, Arbelas, Moreno y Guar”. Entonces, pone cara de qué tiempos aquellos, decide una pausa y se sienta en un sillón de cuero negro a contarle a Página/12, como lo haría con alguno de sus nietos, en qué consisten los programas complementarios recientemente lanzados por la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Desarrollo Social nacional para impulsar el trabajo artesanal, llamados “1 X 24 en las Casas del Bicentenario” y “De mis manos a las tuyas”.

“‘De mis manos a las tuyas’ va a replicar todas las herramientas que tengo en el museo, que ya no se venden. La idea es hacerlas llegar a todos los jóvenes que están ansiosos por ingresar en la platería, acompañadas por un manual de uso y una serie de cursos que haremos en todo el país”, explica. La iniciativa surgió en el marco de una exposición en el municipio chubutense de Lago Puelo, en la que Juan Carlos coincidió con el director del Mercado Nacional de Artesanías Tradicionales Argentinas (Matra), Pablo Bonaparte. “El vio que en la hora de descanso, a la tarde, cuando la muestra ya estaba cerrada, me quedaba con los chicos que estudiaban platería. Chicos entre 15 y 40 años, con ganas y necesidad de trabajar. Entonces, hablando con Pablo y luego con (el secretario de Cultura) Jorge Coscia, ofrecí las herramientas que heredé para usarlas como matriz y hacer nuevas a un costo razonable.”

Pero como “si sabés trabajar y no tenés un mercado donde vender, no llegás a nada”, también se pensó en un segundo programa: “1 X 24 en las Casas del Bicentenario” organiza un sistema de venta de artesanías con cada provincia integrada a un mercado formal. El Ministerio de Desarrollo Social brindará cursos de capacitación gratuitos para generar los productos, que se comercializarán en 24 puntos de venta. “Si conseguimos enseñarle a la gente y que tenga las herramientas, a través de este proyecto se pueden generar nuevos consumidores, lo cual sería un paso adelante de la artesanía argentina”, se entusiasma Juan Carlos.

Casualmente, la firma de estos convenios en los que el sello Pallarols está involucrado coincide con la celebración de los cien años de la familia en Argentina, pues su origen se remonta a 1750 en Barcelona. En 1909, su abuelo José llegó de España a una Buenos Aires signada por la proximidad del Centenario. “En aquel momento se estaba construyendo la ciudad: el Congreso, el Teatro Colón y otras obras así estaban en ejecución. El abuelo vino y se instaló en la calle Guayra, en Núñez, porque era un barrio residencial y tranquilo, muy próximo a la ciudad”, cuenta el platero. Tras irremediables cambios en el paisaje porteño, Carlos, padre de Juan Carlos, cansado del ruido, decidió mudar el taller a una quinta en Lomas de Zamora. Allí nació, en 1942, quien hoy es considerado uno de los orfebres más importantes de América latina. Y también allí aprendió el oficio. “Fue jugando en mi casa, a los 4 años. Para no molestar a los que estaban trabajando ni correr riesgos, me daban una maderita y un punzón. Así aprendí a pegarle al martillo, a manejar las herramientas. Sin darme cuenta me hice del oficio haciendo autitos con mi abuelo”. De hecho, tiene la sensación de no haber trabajado nunca. “Sigo jugando, como lo hacía con mi abuelo y con mi papá”, asegura, nostálgico.

Cuando se le pregunta qué recuerda de sus años mozos en el conurbano bonaerense, el orfebre lanza un “¡puff!” precedido de una sonrisa. Cuenta que vivía sobre la calle Boedo, a la vuelta de la Municipalidad de Lomas de Zamora, edificio que en la infancia le parecía el Empire State. “Para mí todo era grandioso, gigante. En Lomas nos conocíamos todos, salir a la calle era una fiesta. Pasaba mucho tiempo en Laprida 269 porque un tío tenía una sastrería muy exitosa”, memora. También cita los bailes en la calle y en el Club Atlético Los Andes, para el día de la primavera, con D’Arienzo y su orquesta de fondo, y a sus familiares disfrazados de Reyes Magos saliendo del Hospital Gandulfo para repartir juguetes desde una carroza. “A mediados de los ’50, a mi padre le encargaron construir el sarcófago de Evita. Era un trabajo grande, con baldosas de oro y plata, donde cada una de ellas representaba a un sindicato”, recuerda. Toda la familia, los aprendices y oficiales del taller pusieron sus energías en la obra. Y también su capital. Desafortunadamente, el golpe de 1955 dejó a Evita sin sarcófago y a los Pallarols sin casa lomense. “Se remató en el ’58 porque nunca se cobró el trabajo y mi viejo no quiso hacer juicio. Entonces nos fuimos a un convento en Corrientes y el sarcófago se fundió por el Decreto-Ley 4161 de ‘desperonización’, que obligaba a destruir todo lo que tuviera que ver con Perón”, narra apenado.

Por fortuna o providencia, el tropiezo no fue caída. “La familia se dio cuenta de que Dios está en todas partes, pero atiende en la Capital: los clientes, los grandes trabajos se perdían por los traslados”. Entonces, los Pallarols volvieron a Buenos Aires y, con el paso de los años, la cartera se engrosó. A fuerza de soperas, bandejas y jarros cincelados, bastones presidenciales, altares, facones, mates y platería gauchesca en plata, alpaca, madera, oro y piedras semipreciosas, el punzón de Pallarols se impuso definitivamente como marca de excelencia artesanal. Fue así para reyes (tiene una tarjeta ¡con el teléfono directo del rey de España!), príncipes, presidentes, escritores (nombra a Borges), cantantes y otras personas reconocidas del mundo, así como coleccionistas y directores de museo. “Estoy muy agradecido con la gente que ha comprado mis obras, así como con los que me han enseñado. Por eso es que trato de devolver: si llegué a tantas cosas fue por la generosidad de otros”, reflexiona.

Sin atisbos de caer en zonceras criollas, Juan Carlos se toma un instante para arrojar algunas ideas sobre el reconocimiento de la marca que también es el apellido familiar: “En este despelote universal que es esta ciudad, donde me crié entre polacos, franceses, italianos y españoles, surge mi manera de trabajar.” Luego, traza una analogía entre la esencia de su trabajo y Buenos Aires: “La Avenida de Mayo se parece a las calles de Madrid, la Avenida Alberdi se parece a París, etcétera... Pero no es ni España ni Francia, es otra cosa. Es Buenos Aires”. Antes de despedirse, pasa la receta de su éxito, como si estuviera frente a un nuevo aprendiz: “Si al estudio y al trabajo no se les pone la misma pasión que para levantarse a una mina, el resultado no puede ser bueno”.

Informe: Facundo Gari.

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