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Viernes, 11 de diciembre de 2009
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ANTES DEL PREMIO HORACIO SALGAN, HABLA HORACIO SALGAN

“Es una sensación física”

Así define a la música el maestro, que hoy será objeto de un doble homenaje oficial. El pianista señala que, a los 93 años, se sigue maravillando por las posibilidades del tango, “un género que no tiene límites”.

Por Martín Granovsky
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“Lo extraordinario del tango es la amplitud”, dice Salgán, quien hoy será recibido por Cristina Fernández.

Saco claro, camisa oscura, zapatos blancos, bigote fino. Al verlo de lejos, erguido, derecho, es fácil imaginarlo tocando con los cubanitos de Compay Segundo. De cerca, cuando mueve las manos, dibuja ondulaciones con los dedos y bambolea el cuerpo entero para sacar esta música del piano de media cola, puede ser Oscar Peterson o Daniel Barenboim, y hasta su amado Arthur Rubinstein. Es Horacio Salgán, porteño, 93, a punto de recibir el reconocimiento de la Presidenta, que a las 11 en la Casa Rosada le dará una réplica de lo que a partir de ahora será el Premio Nacional de Tango Horacio Salgán, instituido por la agencia Télam y el Consejo Federal de la Música.

Cristina Fernández de Kirchner quiso sumar a Salgán entre los homenajeados por el Día Nacional del Tango, en honor a la fecha de nacimiento de Carlos Gardel, en 1890, y de Julio De Caro, en 1899, y así el pianista tendrá festejo doble: a las 18.30 recibirá otro homenaje en Defensa 372, el edificio colonial restaurado que Télam abrirá hoy con la ilustración musical del Quinteto Real de César Salgán, uno de los hijos del maestro.

Orfebre de momentos especiales en el piano, además de un gran ejecutante Salgán es arreglador, compositor y director.

–Usted dijo alguna vez que acompañar es crear clima.

–El acompañamiento de una orquesta o de un pianista es más importante de lo que se supone. Porque tiene que dar el clima, tiene que preparar la entrada y tiene que preparar lo que sigue. Si estamos en una parte donde la letra habla de algo triste, hay que prepararse para eso. No puede llegar de golpe. El acompañamiento es la posibilidad de un clima distinto. El título de acompañamiento debe cobrar realmente valor.

–¿Eso supone un estudio profundo de las letras?

–Muchas veces nos encontramos con que el arreglador, el acompañador, no le ha puesto suficiente atención a la letra y tal vez acompañe una letra triste con un movimiento vital y alegre, en plena contradicción con lo que debiera hacer.

–¿A qué cantante le gusta o le gustaba más acompañar?

–Tuve la suerte de acompañar a grandes cantantes. Edmundo Rivero, que trabajaba en el Arsenal Esteban de Luca. A Roberto Goyeneche, que era colectivero. La inclusión de ellos en mi orquesta fue un descubrimiento realmente muy grato, muy bueno artísticamente. Una posibilidad para presentar las cosas cantadas de mi orquesta. Cuidé con mucho detalle los acompañamientos que se hacían. Los dos eran distintos. Tenían dos maneras distintas de expresión.

–¿Qué era lo mejor de Goyeneche?

–El decir. Y Rivero era un gran maestro del canto y la expresión, con gran conocimiento sobre el tango y los ambientes del tango, y sobre el folklore. Y además tocaba muy bien la guitarra. Pero el maestro de todos, de los que cantan y de los que tocamos, fue Carlos Gardel.

–¿Qué le enseñó Gardel a usted?

–Todo. El tango fue una cosa antes y otra cosa después de Gardel. Por el fraseo, por las expresiones. Y también tenemos una deuda con él en la parte orquestal. Esto lo hablamos una vez con el Gordo, con Pichuco, Aníbal Troilo. Gardel cambió la forma. Dio líneas para seguir, con una estructura extraordinaria, novedosa.

–¿Esas líneas tienen límites?

–No, no hay límites. Lo extraordinario del tango es la amplitud. La orquesta de Osvaldo Fresedo, de Troilo, de Carlos Di Sarli, de Alfredo Gobbi, fueron completamente distintas y todo sigue siendo tango. Y lo notable es adónde llegó esta música. Yo en este momento tengo 93 años. Después de 75 años de trabajo he llegado a la conclusión de lo extraordinario que es esto. Cuando yo empecé, mi padre decía: “El tango ‘El Entrerriano’, de Rosendo”. Y después se supo que Rosendo era el nombre, no el apellido.

–¿Cómo se llamaba?

–Rosendo Mendizábal. ¿Y sabe por qué ocultaba su apellido? Porque era profesor de algunas niñas de familia que se hubieran horrorizado al saber que su maestro tocaba tango. Lo increíble del largo camino que recorrió el tango, para mi sorpresa y para mi honor, lo puedo poner en un ejemplo. No en este último cumpleaños, el de 93, pero en el anterior, cuando cumplí 92, la orquesta sinfónica de Berlín tocó “A fuego lento”. Una música que antes no se podía aceptar terminó siendo admitida por los más grandes maestros del mundo. Y no lo digo yo. Lo demuestra la opinión de maestros como Arthur Rubinstein. Ese es el gran camino que ha recorrido el tango. Por eso sus posibilidades son inmensas e inacabables.

–¿En qué momento del día compone?

–La noche... Tengo predisposición para la noche. Hay un clima más propicio. Siempre me he encontrado muy cómo en la noche para trabajar.

–También para tocar.

–Para tocar, en cualquier momento. En 75 años no dejé ningún género afuera. Trabajé en tango, folklore, música brasileña, música tropical... Cualquier momento era bueno para trabajar, para orquestar, y las ideas llegaban en cualquier momento.

–¿Usted siente algo diferente al tocar tango?

–No. Es curioso. Cuando trabajaba sobre folklore o sobre algo determinado tenía la sensación de que en realidad siempre me había dedicado a eso. Que no había otro género. Pasaba a otro género y me ocurría lo mismo. Obviamente también en el tango.

–¿Por qué disfruta tocando tango?

–Porque es una gran música. Para mí la música en general es una sensación física. Yo me crié en el tango. Cuando era chico, cuando era joven, se tocaba tango como cosa principal, sin perjuicio de que hubiese otros géneros como los valses y los pasodobles. Pero el tango era la música nuestra y estaba a todas horas y en todos lados.

–¿Cuál es la clave secreta de un buen pianista?

–Hay una sola clave: estudiar. Estudiar. Y tener un buen maestro.

–¿Estudiar muchas horas?

–En ese sentido es muy importante tener en cuenta lo que dice Walter Gieseking. No se trata de cantidad de horas sino del estado de concentración en lo que se está haciendo. Si no, los alumnos tocan mucho y estudian poco. Estudiar significa concentrarse en un problema y dedicarse a resolverlo. No es tocar sin pensar. Es pensar en la solución de ese problema. Si uno se concentra no son muchas las obras que puede estudiar porque tiene muchos problemas que solucionar. Cuando uno se empieza a cansar ya no aprende, ya no progresa.

–¿Y qué importa en el arreglo, en la dirección y en la composición?

–Son cosas distintas y estudios distintos. El piano presenta necesidades de concentración derivados de los problemas técnicos y el desafío también es el adiestramiento manual para poner las manos, los dedos y los brazos de cierta manera. Hay un adiestramiento físico. Eso es técnica. ¿Pero qué ocurre? Que la técnica cobra jerarquía cuando está al servicio de la interpretación de la música.

–¿Es difícil dirigir?

–Una orquesta típica no, no es difícil. Es poco lo que el director puede o debe dirigir. En una sinfónica sí, pero en una típica la forma de tocar ya viene explícita, y también cuenta el conocimiento de los músicos sobre el género. Tiene que haber una simbiosis en ese aspecto. Lo que hace falta es que el arreglador defina al detalle la interpretación. Que cada frase la haga como corresponde. Tiene que tener mucho cuidado.

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