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Sábado, 9 de enero de 2010
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Página/12 presenta, con su edición de mañana, Mimí metalúrgico

Comedia negra a la italiana

Film emblemático de Lina Wertmüller, mete el dedo en la llaga de la Italia profunda, con sus prejuicios y códigos de honor. Se lucen Giancarlo Giannini y Mariangela Melato. El 7 de febrero saldrá Amor y anarquía, otro clásico de la directora, con los mismos protagonistas.

Por Fernando D´addario
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Lina Wertmüller, una cineasta provocadora que hurgó en temas tabúes para los italianos.

En la Italia de los años ‘60, las penurias que tan bien supo pintar el neorrealismo habían sido atenuadas por un sostenido crecimiento económico; había un sustrato cultural, sin embargo, que no terminaba de acomodarse a esos cambios. Un conjunto de códigos ancestrales, una manera de entender las relaciones afectivas y familiares que no eran tan fácilmente permeables a las mejoras en la calidad de vida. De esa sociedad en transición, o mejor dicho de ese terreno ambiguo donde se construía la nueva Italia con lo peor de la vieja, sacó provecho la llamada “comedia a la italiana”. Que conservaba el mandato de la crítica social del neorrealismo, pero atemperado por un tono pícaro y zumbón. Página/12 publicará, a partir de mañana, dos clásicos de Lina Wertmüller, una de las más provocadoras directoras italianas de su tiempo: Mimí metalúrgico (1971) y Amor y anarquía (esta última saldrá con el diario el domingo 7 de febrero).

Mimí metalúrgico fue, en su momento, objeto de aceptación crítica (Wertmüller ganó por ella el premio a la mejor dirección en el Festival de Cannes), éxito formidable de público en todo el mundo y plataforma para un sinfín de polémicas. Algunas de ellas ya zanjadas, otras no tanto. El tratamiento del machismo y el patriarcado en la sociedad italiana, así como la mirada impiadosa sobre el concepto del “honor”, le granjeó a Wertmüller no pocos objetores, tanto de parte de conservadores como de diversas asociaciones “progres”, feministas incluidas.

Valiéndose de un humor casi salvaje, la película acompaña la lenta, inexorable y absurda caída de su protagonista, Carmelo (un extraordinario Giancarlo Giannini, quien obtuvo un premio David di Donatello por su participación en este film), fruto de prejuicios propios y ajenos. Como si hubiese sido la víctima propiciatoria de un esquema social que nació mucho antes que él y que lo sobrevivirá, Carmelo no sabe muy bien por qué le van pasando las cosas; se acomoda a ellas con una dosis de fatalismo que deja un sabor agridulce, más allá de las risas que despiertan sus crecientes incidentes familiares y sus entreveros con personajes non sanctos. Transmite la sensación de que, dadas las condiciones, no hubiese podido comportarse de otro modo. Y al mismo tiempo todo a su alrededor va confluyendo en una dirección que no lo favorecerá.

Carmelo es aquí un obrero siciliano, comunista no del todo esclarecido, infelizmente casado y corrido del sur de Italia por los abusos de la mafia. Instalado en Turín, pronto comprenderá –a través de un detalle grotesco: los lunares que tienen en común muchos de los personajes con los que se cruzará– que existe una estructura mafiosa superadora de la contradicción Sur-Norte y de las diferencias entre clases sociales. Sin querer, y por una serie de sucesos encadenados, pasa a ser un protegido de la mafia, que paga sus supuestos servicios con ascensos y prerrogativas en su rango laboral.

Lo que no contempló Carmelo fue el flanco familiar que dejó desguarnecido, casi sin darse cuenta, naturalizando el estereotipo del macho que va y viene cuando se le da la gana. En Sicilia había quedado su mujer; en Turín se enamoró de la bella Fiore (la también fantástica Mariangela Melato, con quien Giannini formaría dupla en Amor y anarquía y en otros films emblemáticos de Wertmüller). Tuvieron un hijo. Un regreso obligado al sur lo enfrentó a sus peores pesadillas: las dudas ajenas sobre su virilidad (es que no le da el cuero para dos mujeres), el engaño de su esposa –con embarazo incluido– y la necesidad, impuesta por las circunstancias, de una “reparación” que llevará la trama hacia caminos insospechados.

Hay en Mimí metalúrgico un trasfondo político (más allá de las referencias explícitas y de ciertos juegos iconográficos, como la utilización de los cuadros de Lenin y Jesucristo para ilustrar diferentes situaciones). Quizá por ello, la desgracia de Carmelo provoca una risa incómoda. Es la que, seguramente, despertó en la sociedad italiana cuando se vio reflejada a través de un espejo deformante, disparador de un estereotipo (el del italiano fanfarrón, pero finalmente loser, cruel y al mismo tiempo tierno, cínico y a todas luces torpe) desparramado por todo el mundo. Claro que, a despecho de las consideraciones filosóficas y costumbristas, el espectador grabará para siempre en su memoria un puñado de viñetas: la escena de conquista (con tango y todo) y seducción de la esposa del amante de la esposa de Carmelo (perdón por la desprolijidad lingüística, pero sólo se puede decir así) es uno de los grandes momentos de la historia universal de la comedia.

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