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Jueves, 6 de mayo de 2010
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El escritor Benjamín Prado y su relación con Joaquín Sabina convertida en libro

“Una canción debe ganar por KO”

Amigos desde hace casi treinta años, Prado y el cantautor hicieron juntos el CD Vinagre y rosas. Esa experiencia quedó plasmada en Romper una canción, una crónica que –tratándose de los personajes en cuestión– está cargada de anécdotas y tragos.

Por Angel Berlanga
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“Sabina y yo somos un par de maricones”, dispara Prado, hurgando en el tono “sentimental” de sus canciones.

“La verdad es que lo recomiendo, porque enseña cosas que son muy importantes para escribir: escuchar, desconfiar de ti mismo, negociar.” Benjamín Prado dice eso después de bromear un poco sobre la importancia del ego en un artista y como conclusión de siete meses de trabajo compartido con Joaquín Sabina para configurar las letras de las canciones de Vinagre y rosas, el último disco del cantautor. Esa experiencia de composición conjunta está contada en detalle y sin contractura alguna en Romper una canción, el libro que Prado vino a presentar esta semana en Buenos Aires, una crónica cargada de anécdotas y tragos que expande el viaje a Praga que ambos hicieron a comienzos del año pasado en tren de “concentración” hacia atrás en el tiempo, encuentros con figuras de la talla de Gabriel García Márquez y Rafael Alberti –por citar un par, nomás–, y hacia adelante, pulido y recontrapulido de palabras, versos, estrofas. “Al final –sigue el escritor– la escritura de un poema siempre sale de una negociación, sólo que con uno mismo, y ahí tiendo a darme la razón. Pero cuando la cosa es con otro tienes que pelear de otra manera. Y es muy recomendable, entonces: en el próximo taller literario voy a recomendar una práctica de éstas, a ver qué sale. Creo que la portada del libro tiene media cabeza de Joaquín y media mía por eso: las juntas y te sale un tercero.”

El lunes pasado Prado presentó Romper una canción en Clásica y Moderna; ayer recitó poemas y leyó tramos de su novela Mala gente que camina en Casa de la Lectura, y hoy a las cinco de la tarde presentará un nuevo número de Cuadernos hispanoamericanos, la revista que dirige, que contiene un dossier dedicado a la literatura argentina con textos de Diana Bellessi, Hugo Mujica y Juan Cruz, entre otros. El encuentro, en la sala Roberto Arlt, también servirá de marco para hablar de la antología de poesía argentina del siglo XX de la colección La estafeta del viento, dirigida por el editor Chus Visor, que por estos días se aloja junto a Prado en el hotel de Recoleta donde ahora transcurre esta entrevista. La leyenda del disco instaló esto de un Sabina sin emociones personales fuertes, inspiradoras, que pactó con su colega para nutrirse de un desengaño amoroso reciente. “Bueno, él exageró muchísimo el personaje –dice Prado–. Porque instaló esto de la ‘Virgen de la amargura’ (uno de los temas) como una especie de llorica que iba arrastrándose por los callejones. ‘Oye, si tú sabes que fui yo el que la dejó.’ Y él decía: ‘Sí, pero a nuestra carrera le conviene que haya sido al revés’. ‘Joder, que estoy quedando como un idiota.’ Bueno, esto demuestra la parte de ficción que hay en todo sentimiento cuando se convierte en poema o en canción. Joaquín utilizando como musa a mi ex novia, de alguna manera; hombre, las canciones son de los dos, pero a fin de cuentas el que se tiene que subir al escenario a defenderlas es él. Y cuando un cantante canta algo, la gente que lo escucha piensa de inmediato que está contando algo de él, suyo, historia personal. Como modelo es muy interesante: irnos a contar mi historia y que resulte que nos hemos inventado todo, como es natural.”

Había prometido subir a cantar “Embustera” con Sabina en el recital de comienzos de año que se hizo aquí, pero está en deuda: cuestión de agendas, alega. Suena a pánico escénico. “Tuve la sensación de que las canciones eran mías hasta que enchufaron las guitarras los músicos: ahí la cosa se transformó. Es otro lenguaje, bonito para mí, pero ajeno. Cuando vine a leer el año pasado había 400 personas: bueno, porque era la feria. En España, si vienen 100, ya es un exitazo. Si voy con Joaquín vienen 3000, pero por él. De ahí a un estadio con 40.000 que corean algo que has escrito es muy impresionante. Pero es ajeno: como ver a un tipo volando. Como cuando Michael Jackson se ponía unas bombonas en la espalda y se iba volando de los conciertos. No es mi mundo. En fin, lo había prometido y quizá lo haga en Madrid, ya veré. Por mucho que Joaquín sea un cantante literario, y que yo sea un poeta con una gotita de rock & roll, me parece que en el disco se nota esa mezcla, que está hecho fundamentalmente por un cantante y un poeta.”

–El libro tiene tramos muy confesionales: “Te quiero mucho”, “Eres mi mejor amigo”. Un tono muy sentimental.

–Porque somos un par de maricones, tenían razón los camareros de Praga, porque en el fondo somos dos rosquetes totales. Es verdad, un tono muy gay, muy gay. Por eso íbamos al Darling, un puticlub, y volvíamos rodeados de chicas, para intentar romper un poco esa imagen.

Prado dice que aprendió que las canciones “tienen un código que debe pegar directamente en la gente”, y recurre al box para diferenciarlas de los poemas: “En un poema tú puedes ganarle a la gente por asaltos, pero la canción tiene que ganar por KO”. En la relación de hermandad que tiene con Sabina ya se habían cruzado antes versos, estrofas y títulos de vereda a vereda, pero ahora, en estos meses, Prado vio de cerca su saber musical. Un día, cuenta, apareció con la idea de hacer una canción sobre el poeta Angel González, viejo compinche de ambos. “Va a ser una canción tristísima”, le dijo Prado. “Sí, es verdad –retrucó Sabina–, pero la música va a ser una rumba, para llevarle la contraria a la canción desde adentro.”

–¿Cómo y cuándo se conocieron?

–Bueno, eso confirma la teoría que tengo sobre el comienzo de las buenas amistades: fue en un bar en Madrid, tipo antrillo. Sería el año ’81, o por ahí. Tocaba una serie de gente y, entre ellos, Joaquín. Tipos de estos que cuando empiezan tú te pones a hablar con el de al lado. Y de pronto se puso a cantar éste, yo dejé de hablar, le presté atención y me di cuenta de inmediato de que era otra cosa. Ahí empezamos a hablar, y tal; yo era muy amigo de Alberti, entonces, y a Joaquín le encantaba que lo llamase para que nos juntáramos a cenar. Siempre ha tenido ese rollo, porque le vuelve loco ir a cenar con el Gabo, con Vargas Llosa, lee mucho y los admira. Y en aquel bareto de la calle Segovia, aquella vez, descubrimos que teníamos amigos en común, porque él también conocía a Luis García Montero, por ejemplo. Y era una fiesta cuando lo llamaba para juntarnos con Alberti: se le hacía el culo champagne.

“Me dio gusto escribir el libro porque permite a los lectores, y a los seguidores de Joaquín, seguirles la cañería a las canciones –concluye Prado–. Puede verse, ahí, cómo una canción como ‘Cristales de Bohemia’, por ejemplo, va cambiando y cambiando, qué estrofas quedaron fuera. Con el correr de los meses descubro que el disco, al ser tan literario, al estar tan lleno de cosas, permite encontrar y reencontrar sucesivos costados: va cambiando. Por eso me sigue gustando: lo escribiría otra vez.”

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