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Lunes, 10 de mayo de 2010
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Ediciones conmemorativas de Gabriela Mistral y Pablo Neruda

Poemas de todos los tiempos

La presentación de En verso y prosa y Antología general congregó a los amantes de la poesía de los dos chilenos que fueron premiados con el Nobel de Literatura. En ambos casos se trata de trabajos completísimos, que reúnen tanto poemas famosos como textos inéditos.

Por Silvina Friera
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Ingrid Pelicori leyó poemas. Pedro Barcia y Jorge Lafforgue reflexionaron sobre la obra de los poetas.

“¡Si sabremos Gabriela y yo de la maleza venenosa del chismerío y el rencor!”, se lee en la primera línea del trabajo de Gonzalo Rojas incluido en En verso y prosa (Alfaguara), antología de Gabriela Mistral preparada por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. “Le dijeron de todo –continúa el poeta chileno–: mediocre, impostora, retardataria, decimonónica. Desde las infancias debió soportar la suficiencia y la mala fe. Borges le dijo no, Huidobro le dijo no, Rokha casi no, ¿quién no le dijo no entre los letrados de la pedagogía del Mapocho y los vanguardistas vanguarderos del ’38 que la negaron y renegaron? Pero yo le digo sí, siempre le dije sí. Me cautivó desde los quince años ese tono tan suyo: rigor y desenfado, manejo abrupto del lenguaje que a lo mejor aprendió en el piedrerío de sus cerros, freno y desenfreno; las grandes sílabas del viento me cautivaron, esa especie de asma, la espontaneidad inmediata, y hasta el mal gusto del gran léxico Elqui arriba.” Esta edición especial de “la chilena errante”, como ella misma se definió, junto con la Antología general de Pablo Neruda, ambos Premio Nobel de Literatura, se presentó en la Feria del Libro con Pedro Barcia y Jorge Lafforgue. Los actores Ingrid Pelicori y Horacio Peña alternaron su participación con lecturas de poemas.

En cualquier presentación en la que esté Barcia –una suerte de “academicómico”, con perdón del neologismo–, la risa está garantizada. El presidente de la Academia Argentina de Letras, autor de uno de los trabajos sobre la prosa de Mistral, plantea que sorprende el escuálido espacio que se le ha concedido a este género cultivado por la poeta y pedagoga chilena que ganó el Nobel en 1945. Desde 1904 y hasta su muerte, en 1957, Mistral colaboró en publicaciones periódicas de diversa índole de Hispanoamérica y España, con algunas ocasionales contribuciones en revistas europeas o norteamericanas de proyección internacional. Este vastísimo conjunto de prosa quedó disperso en más de cuatro decenas de diarios y revistas. La edición conmemorativa reúne íntegros los cuatro libros de poesía que publicó en vida –Desolación, Ternura, Tala y Lagar–, cuyos textos fueron modificados en ediciones sucesivas. Además se suman inéditos poéticos que no llegó a publicar, como Poema de Chile y Lagar II; una selección de otros poemas inéditos y muestras variadas de su prosa, seleccionados por el académico chileno Cedomil Goic.

En Mistral se dio el “despuntar de su menester segundo”, su apetencia de escritora, como subrayó Barcia, más allá de su vocación docente. “No pone la erudición a la cabeza, como hacen los argentinos, pasa disimulada”, aseguró. Hay dos reduccionismos que suele reproducir la crítica que Barcia considera “bastante tristes”: los poemas de amor desesperado, “ese sentimentalismo patético combinado con el biografismo, que no tiene nada que ver con la poesía”; y la simplificación de haberla convertido en una poeta para niños. Después de despejar el ripio impuesto por lecturas a vuelo de pájaro, el lingüista fue al grano. “Uno de sus modelos era San Francisco de Asís, que le hizo saber que debía prestar atención a la realidad como creación. Toda la poesía de Gabriela está transida de un sentido religioso”, explicó. “Hay un despiste muy grande en algunos críticos cuando estiman que era una poeta mística. No confundamos aserrín con pan rallado que sale mal la milanesa”, bromeó.

La ascesis verbal de Mistral fue una de las cuestiones ponderadas por Barcia. “Empieza con un tremendismo sentimental, que siempre es bueno en la poesía, pero se va despojando de los adjetivos ociosos, los tonos enfáticos, y va entrando en una especie de desafeite de la poesía porque se esencializa; así como Gabriela no tenía afeites en la cara, jamás se pintaba, es como si el rostro de ella hubiera anticipado lo que iba a ser su poesía final, donde va quitando todo y se va ahondando cada vez más esa especie de astringencia verbal”, analizó. También destacó la elección de una métrica que “no es tan popular” como el eneasílabo. Y señaló que tanto en su poesía como en su prosa se percibe la “presencia de una oralidad creciente”, que Mistral mamó en el valle de Elqui.

La prosa de Mistral es “excelente” y “muy personal”. Así la resumió Barcia, quien en su estimación personal prefiere “releer la prosa de Gabriela y no tanto la poesía”. En 1922 la poeta viajó a México. “Su pupila adquiere posibilidades contrastivas nuevas, imposibles para quien está inmerso en un ambiente. Usted no conoce cómo es su familia hasta que no conoce otra. Ahí viene el problema del casamiento después –ironizó Barcia, que en cada circunstancia que podía metía sus bocadillos–. Empezó a tener más conciencia de lo chileno y le decían la ‘chilena errante’ porque tardó en volver a su país. Es una mujer que tuvo una visión americana integradora.”

“Voy a ser un poco aguafiestas –reconoció Lafforgue– porque no tengo ni el humor ni el énfasis del amigo Barcia y espero que Peña levante.” El escritor y crítico comentó que Neruda tiene una obra vastísima, pero a diferencia de Mistral, gana la poesía por sobre la prosa. “Neruda, de una manera sobresaliente, fue un gran poeta; grande en todos los sentidos: imponente, colosal, formidable, ciclópeo son todos los adjetivos con los cuales se ha calificado su obra.” La compilación de Neruda, a cargo el académico chileno Hernán Loyola, recoge en sus 700 páginas especialmente poemas, pero también memorias, cartas y discursos. Como en toda edición conmemorativa, hay trabajos de Jorge Edwards, Alain Sicard y el catalán Pere Gimferrer, entre otros. La yapa viene de la mano de un texto inédito, “Crónica de San Pancho”, que el poeta escribió en la clandestinidad para agradecer la protección que en 1948 le brindó una familia de Valparaíso, cuando era perseguido.

“Soy omnívoro de sentimientos, de seres, de libros, de acontecimientos y batallas. Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar.” Lafforgue leyó las primeras líneas del trabajo de Sicard para introducir una semblanza apropiada del poeta chileno, y rescató el “muy interesante” texto de Edwards, “El último Neruda”, donde revela, entre otras cuestiones, que sólo leía novelas policíacas. Con la ayuda de las lecturas de Peña (“Farewell”, de Crepusculario, primer poemario publicado en 1923; “Poema 20” y “La canción desesperada”, de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, entre otros), Lafforgue recorrió de cabo a rabo una “gran poesía”, tal vez “la más importante de la lengua española”.

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