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Lunes, 2 de agosto de 2010
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Francisca Ure habla de su obra Quién sabe, Marta

“Voy hacia el teatro del absurdo”

La actriz y directora, hija de Alberto Ure, propone un montaje que integra lenguajes diversos, demás de conjugar influencias de todo tipo, desde Cortázar hasta los Ramones. “Es una obra que pasa en la cabeza de la protagonista. Es pura fantasía”, dice.

Por Cecilia Hopkins
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“Me gusta el actor descentrado, el que sabe transformarse, el que arriesga.”

En Quién sabe, Marta, de Francisca Ure, aparece un personaje que es uno y muchos a la vez. Constituida por siete mujeres singulares, Marta tiene, a pesar de eso, una sola convicción: llegar a ser ella misma. “¿Quién quiere ser Alicia si se puede ser la Reina de Corazones?”, podría ser el lema de este personaje que se fragmenta y recompone como los cristales dentro de un calidoscopio. Dirigida por la propia autora, la obra puede verse los sábados en Huella Teatro, de Medrano al 500, interpretada por Clarisa Hernández, Sol Tester, Cinthia Guerra, Laura Aneyva, Nadia Marchione, Luciana Sanz y María Florencia Savtchouk. “Las personas no tienen un solo vértice”, afirma Ure en una entrevista con Página/12. “En la obra hablo del deseo de ir al paraíso, de ir al encuentro de lo que está por venir, algo que se manifiesta con mayor fuerza en la juventud”, describe la autora y directora, y concluye: “Marta tiene el coraje de llevar sus deseos e ideas adelante, tiene la valentía de renunciar a la vida socialmente establecida como correcta”. Por su parte, el montaje tiene la virtud de integrar lenguajes diversos (tanto en lo actoral como en lo audiovisual), además de conjugar influencias de todo tipo: “Están Ella Fitzgerald, Lewis Carroll y Juana Molina –enumera Francisca–, pero también los Rolling Stones, Manu Chao y los Ramones, mucho Julio Cortázar y también Mary Poppins y su universo de fantasía”.

Hija del director teatral Alberto Ure, la actriz y directora resume así sus primeros contactos con el mundo de la actuación: “Toda la infancia fui a los teatros a ver ensayos con mi viejo –recuerda–, pero fue recién a los 10 años, en las grabaciones de Montaña rusa, cuando linkeé y me di cuenta de lo que él hacía. Claro: ahí estaban todos los famosos”. Poco tiempo después, en 1997, su padre sufrió el accidente cerebrovascular que, hasta el momento, lo mantiene “alejado de todo y de todos”. Francisca resume: “Después de eso se dejó de hablar de teatro en casa. Papá tenía una presencia tan fuerte que su silencio pesó mucho más”. Fue por eso que su familia se sorprendió cuando ella anunció que iba a dedicarse a la actuación. Había vuelto a contactarse con su maestra de teatro de la escuela secundaria, el Cangallo Schule, a la búsqueda del placer de generar juego teatral. Luego vinieron sus estudios de Ciencia Política y su paso por la escuela de Alejandra Boero. Ahí fue donde el apellido comenzó a pesarle: “Yo veía que generaba algún recelo y sentía, además, que se esperaba mucho de mí”, recuerda hoy junto con la advertencia que le había hecho su padre por esos años: “Por ser hija mía vas a tener que estudiar el doble”.

Francisca sintió que ya no le molestaba la portación de apellido cuando empezó a asistir a las clases de Claudio Tolcachir, a quien considera su maestro: “El me generó un vínculo muy sano con el teatro, porque detectó que yo tenía un mambo con la racionalidad y, en vez de combatirme eso como trataron de hacer otros, me dijo que la inteligencia es lo que hace fuerte a un actor”. De modo que cuando se desempeñó como asistente de dirección en la puesta que Tolcachir hizo de Atendiendo al Sr. Sloane –obra que Alberto Ure había puesto con éxito en los ’70–, el fantasma de la genialidad del padre ya no le traía pesares. Tanto fue así que colaboró con Cristina Banegas en la selección de escritos que integran Ponete el antifaz, libro que reúne entrevistas y textos teóricos del director, editado por el Instituto Nacional del Teatro. Francisca ya se sentía preparada para dedicarse a la dirección teatral sin abandonar la actuación (de hecho, en estos momentos actúa en Porque todo sucedió en el baño, de Lautaro Perotti, y en La lluvia y otras cigüeñas, de Macarena Trigo). De modo que en 2008 se dio a conocer con Gritos y susurros, sobre el guión de Ingmar Bergman. Pero este año fue por más al animarse a escribir el texto de su nueva puesta. “Esta es una obra que pasa en la cabeza de la protagonista. Es pura fantasía. Sabía que corría un riesgo enorme. Fue por eso que confié en un equipo y así comprobé que es genial hacer uso de la libertad creativa”, concluye. Quienes acompañaron el proceso de creación fueron Sol Soto, en escenografía y vestuario; Martín Berra, en el diseño audiovisual; Dalmiro Zantleifer, en animaciones y diseño gráfico, y Omar Possemato, en iluminación. Ure cree que este montaje suyo tiene lo mejor de sus maestros: “Tiene la intensidad de los entrenamientos con Guillermo Angelelli, la profundidad de Tolcachir, el juego que proponían en la escuela”, enumera.

–Su obra es una rara avis. ¿Cómo la definiría?

–Marta es un delirio. Quería retratar a alguien, pero no quería hacerlo objetivamente porque quería producir un registro artístico. Me pregunté acerca de las cosas que a mí misma me deslumbrarían. Me gusta trabajar mucho con el cine y la pintura, porque las imágenes me conmueven especialmente.

–¿Es por esto que reunió diversas técnicas expresivas?

–Quería hacer algo diferente porque el teatro me estaba aburriendo. Creo que en esta ciudad se estrenan demasiadas obras y esto es dañino para todos. Porque no se piensa que una obra de teatro es una obra de arte y se hacen espectáculos como se hacen chorizos.

–¿Y qué piensa de la dramaturgia?

–También es muy limitada. Se habla de tríos amorosos y de la familia. No hay contenido en las obras que se hacen. Tampoco veo a los actores como artistas, porque no se comprometen con lo que hacen.

–¿Qué clase de actor le interesa?

–Me gusta el actor descentrado, el que sabe transformarse, el que arriesga. Creo que voy hacia el teatro del absurdo. Estoy releyendo Beckett. La fantasía se aniquila cuando siempre se actúa de uno mismo.

–¿Cómo siente el panorama del teatro alternativo?

–Hay una moda de no criticar lo que hacen otros. O de no ver lo que hacen los otros, porque los actores de un estudio suelen no ir a ver lo que se hace en otros. No se genera diálogo y lo que falta es reflexión.

–¿Y como directora cómo es?

–Dirigir saca lo mejor de mí. En eso no soy como papá, que fue tan peleador y polémico. A mí me gusta trabajar en un clima de calma y solidaridad. Me gusta generar confianza. Es superpower que la gente confíe en uno.

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