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Miércoles, 4 de agosto de 2010
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Fernando Goin editó Songster, su séptimo disco

El eterno regreso al origen

Después de grabar tres álbumes de versiones, el músico, cultor del folk, el blues, el gospel y el country, presenta ahora un trabajo casi artesanal integrado por catorce canciones propias grabadas a una toma e interpretadas en inglés. “Los discos fueron mis maestros”, señala.

Por Cristian Vitale
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Fernando Goin actuará pasado mañana en The Roxy.

Tras diez años de mirar a través de otros, Fernando Goin volvió sobre sí. El sólido divulgador de las músicas de raíz (norte)americana, que empezó a comienzos de los ochenta con discos de vena folk que encenderían los primeros fogones de la democracia (Cortando con la tristeza, entre ellos), reactivó su lápiz para dar forma a Songster, séptimo disco de su cosecha. “Estaba alejado del hábito de escribir. Cuando uno escribe tiene una constancia ¿no?... Va haciendo un cuadernito, esbozando, recopilando y armando, pero estas canciones salieron impetuosamente”, acerca, sobre el trabajo que presentará este viernes en The Roxy (Niceto Vega 5542). Se trata, Songster, de un material casi artesanal poblado de catorce canciones propias grabadas a una toma y compuestas exclusivamente en inglés. Un efecto casi natural derivado de la tríada (Mistery Train, Sings Dylan, Hard Times) que solidificó su concienzuda labor como investigador y paciente orfebre de géneros en los que, según su mirada, está todo hecho. “La cuestión creativa es difícil hoy y por eso no me atribuyo demasiada originalidad en nada... Digo, los moldes son visibles: si querés hacer un ryhtmn & blues tenés que apelar a un patrón determinado, no podés hacer una fusión con el género. La situación de Songster, entonces, gira alrededor de cosas esenciales que son como son.”

–Se entiende pero, ¿dónde estaría su sello personal, su estilo ante esta especie de anonimato inevitable?

–Puede ser cierta austeridad en la interpretación, pero la verdad es que no sé qué más. No lo sé. Son canciones que salieron de mí y que tienen algún dato que me contiene. Pero no sé si todas.

El microcosmos musical sobre el que giran las nuevas canciones de Goin es como un eterno retorno al principio, apenas modificado por el desarrollo de un estilo. Es, en esencia, el Goin mezcla de vaquero de Texas, trovador de Nashville y “gaucho urbano” de la pampa asfaltada que cantaba “Una mañana de invierno” atravesado y trasvasado por la profundización en géneros que fue mamando a través de sus viajes a Nashville. O de una compulsiva búsqueda de discos de pasta y vinilo (varias discográficas europeas lo han contratado como asesor para colecciones de música de preguerra) y de la escucha que lo ha depositado en el centro medular del folk, el gospel, el blues o el country. En las mismas entrañas de Leadbelly, Bob Dylan, Charly Patton o Johnny Cash. “La verdad es que creí que había perdido la cosa de componer, pero no, estaba olvidada. Aparecieron esas cuestiones misteriosas que son las que te llevan a componer una canción. Actos no voluntarios que generan ideas, ¿no?”, insiste, sobre su retorno a la creación que se había suspendido tras Antes del diluvio, trabajo editado en 1997.

–Alguna vez dijo que estaba desencantado con la idea de componer canciones propias. Cuestión revisada, parece.

–En realidad me cerré a lo mío y me abrí a una etapa de investigación que fueron los tres discos de versiones. Me puse a prueba conmigo para ver qué pasaba al interpretar canciones que había escuchado desde muy chico, y que me habían alimentado por todos lados. En realidad, no había podido lograr hacerlo a través de canciones mías y con ideas letrísticas personales. Al final, esos tres discos fueron buenos ejercicios para llegar a esto.

–¿De ahí que haya compuesto todas las canciones en inglés?

–Sí, pero también por cuestiones de respeto a las formas. La métrica, la fonética y una serie de datos que me interesa precisar. De todas maneras, musicalmente las líneas rítmicas y melódicas siguen teniendo un denominador común que gira entre el blues, el country, el folk y algunas baladas. El cambio tiene que ver, en cuanto a la poesía, con lo que quiero transmitir, que es mucho más personal que en otras épocas. Cuestiones severas relacionadas con desencantos y también con el cambio que provocó en mi vida tener un hijo.

–Tal vez el inglés disimule la exposición de esos sentimientos, no todo el mundo lo entiende. ¿Es un detalle accesorio o forma parte de una intención?

–Es cierto que subyace una perspectiva muy personal, sí. Además, me siento más cómodo expresando cosas en ese idioma. Estoy en una etapa de mi vida en la que me interesa que guste lo que toco, pero no desde el “qué lindo que es”, sino que se perciba que es algo real, sin pretensiones de virtuosismo.

–Un paneo rápido por sus producciones pasadas lo vinculan más con la austeridad sonora que con el virtuosismo.

–Y bueno... son canciones, y las canciones son como cuadraditos que dicen un montón de cosas, sin pretensiones.

–¿Se considera un purista?

–Ya no. En realidad, no sé qué es un purista. ¿Es aquel tipo perfeccionista? Bueno, yo no soy eso, porque cada vez toco menos. En otras épocas tal vez había canciones que tenían un solo lindo, pulcro y preparadito, pero hoy las canciones están respetadas en su forma y los arreglos son todos improvisados. Lo que sí siento es un respeto por las músicas que escuché. Respeto y conozco bastante las raíces del blues y trato de encontrar mi sello personal a través de ellas. “Old Blues”, por ejemplo, está basada en un solo acorde y tiene connotaciones vinculadas con bluesingers como Patton. Estoy usufructuando mis influencias y poniéndolas en un contexto personal. No inventé nada, sino que profundicé en algo dado. Digo, acá hay una música redensa que se hizo en los ’20 o ’30 y hay moldes para investigar.

–¿Cuánto invade o predetermina que un músico haya escuchado tanta música como en su caso? Si pasó por la púa todos los discos de su colección, debe estar cerca del Guinness al melómano...

–(Risas.) Yo utilicé mis discos como mis maestros, claro. El tipo que quiere escribir libros tiene que leer mucho y eso, por su propia inercia, te ubica en un lugar más humilde. Te da la perspectiva de generar algo, un breve cambio, no más. Vuelvo a la situación de cantar en castellano. Alguna vez dije que había tenido cierto desparpajo en escribir algunas canciones, porque no había conservado ciertas cuestiones lingüísticas, movimientos fonéticos que son muy comunes en el rock argentino, en el que una palabra se acentúa distinto.

–Menos Pappo, está lleno de ejemplos...

–Incluso míos: una mañana de invierno era una “máñana de invierno” ¡con el acento en la primera a! (Risas)... Ya no lo canto más así. Lo que siento es que la expresión que tengo con el inglés es más real que la que tengo con el castellano, a pesar de que la gente me sigue pidiendo “Cortando con la tristeza” o “Demasiadas rutas”. Ah, y Pappo, sí. Pappo cantaba lo que hablaba. Tenía esa gran facultad y tal vez fuera el único. Del resto, puedo decir que estábamos llenos de ego. Yo tenía 23 años y no tenía autocrítica. La vida, por suerte, te genera una obligatoria autocrítica de todo lo que hiciste. Salvo “La balsa”, porque nunca escuché una cosa tan perfecta como ésa, o “Muchacha ojos de papel”.

–Que Spinetta reconoció, luego de tantos años, que había sido influenciada por “Mariposas de madera”, de Abuelo...

–Es el crecimiento ¿no? Uno crece y acepta cosas. Y no le interesa demasiado perder nada.

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