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Lunes, 16 de agosto de 2010
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Fena Della Maggiora y Cuentos para leerle a la luna

De la habitación al libro

Como muchos, empezó contándole historias a su hija antes de irse a dormir. Pero ese acto cotidiano lo llevó a escribir e ilustrar un libro de fantasía encantadoramente desatada. “Los chicos no tienen la lectura prejuiciosa que tenemos los adultos”, señala.

Por Emanuel Respighi
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“Me da placer no hacer siempre lo mismo”, detalla Fena, músico, actor y productor televisivo.

Piojos que desde las orejas de los niños le cuentan cuentos por las noches, monstruos que celebran su monstruosidad con música y exóticos tragos en calaveras con pajitas, gansos salvajes que devuelven globos a los chicos que los extravían, espantapájaros que arrullan a pájaros sin techo, colores que surgen a partir de las “peleas” entre otros colores, lombrices que en silencio ayudan a crecer a un eucalipto en medio de las dunas cercanas al mar. Esos son algunos de los curiosos protagonistas que les dan vida a las historias de Cuentos para leerle a la luna (Ediciones Lea), el libro de relatos infantiles con el que Fena Della Maggiora vuelve a mostrar dotes de su eclecticismo artístico. En este viaje al imaginario universo infantil, el músico, actor y productor televisivo se animó a escribir e ilustrar los catorce cuentos que atrapan a los más pequeños con situaciones a priori cotidianas, en las que el absurdo alcanza un inusual grado de naturalidad, a partir de una prosa que no ofreció resistencia a la tentadora fantasía infantil.

Suerte de buscavidas entreverado con cualquier cosa que tenga que ver con el arte, Della Maggiora reafirma con la reciente publicación de Cuentos... que lo suyo es la diversidad. Y que no le importa el qué dirán. De otra manera, no se puede explicar cómo en su humanidad pueden convivir sin tensiones aparentes el músico que está a punto de entrar a grabar su sexto disco, con el rapportero que durante años encabezó la pata social en Videomatch, con el conductor en Canal 7 de un ciclo de integridad al discapacitado como Desde la vida (sábados a las 9), o con el actor que participará en los primeros episodios de Caín & Abel, la ficción que Telefe estrenará en septiembre.

“No hago cualquier cosa, sino que llevo adelante todo aquello que me interesa: me da placer no hacer siempre lo mismo”, explica Della Maggiora a Página/12. “Voy a seguir haciendo lo que se me da la gana. Pareciera que si uno es músico no puede tocar otra tecla. A mucha gente le rompe las pelotas que haga distintas cosas. Y yo no dejo de ser músico porque me pinta escribir cuentos o conducir un programa de TV. Además, sin compararme, con ese pensamiento que se olviden de David Bowie, Caetano Veloso, Miles Davis y tantísimos otros músicos que hicieron cosas por fuera de la música”, se defiende el músico, que carga aún hoy con la mochila de haber sido parte del programa de Marcelo Tinelli.

Inquieto por naturaleza, su faceta como narrador de historias infantiles surgió casi por casualidad, a partir de la necesidad de “entretener” a sus hijos y los amigos de ellos desde su rol de padre. “Tengo muchas cosas escritas, pero para adultos, y no me atrevería nunca a publicarlas”, cuenta. “Lo que pasó con los cuentos fue que en mi rol de papá tuve que zafar varias veces de situaciones de aburrimiento con mis hijos inventando historias sobre la marcha, con el único fin de entretenerlos. Y como las ideas que iban surgiendo en la improvisación me fueron gustando, las anotaba para después llevarlos al papel en formato de cuentos, pero como un simple ejercicio.” En efecto, nunca se le había ocurrido publicar esos textos. “La única idea que motorizaba la escritura de los cuentos era leérselos a los chicos: a mis hijos, a sus amigos, a los hijos de mis amigos cuando nos juntábamos. Los tenía impresos en una hoja y se los leía cada tanto. Hasta que una vez Federico Andahazi vino a Desde la vida y leyó un cuento escrito por mí y me incentivó a que los publicara.”

Así fue que el hombre que acaba de llegar a los cincuenta abriles entre estudios de música y de televisión comenzó a golpear las puertas de las editoriales. Empezó, por desconocimiento, por las grandes, donde se topó con devoluciones muy diferentes de las que les daban los niños que escuchaban los relatos en su hogar, como que eran “cuentos muy sencillos y tradicionales, y que los chicos de hoy quieren ver computadoras y naves espaciales”. “Creo que esa es la mirada de un editor, pero no representa bajo ningún aspecto la mirada de los nenes. Por más que mandemos al colegio a los chicos en naves espaciales, la fantasía y el asombro de los niños no se va a modificar nunca. O me preguntaban sobre la expectativa en la cantidad de ventas, ya que si no superaba tanta cantidad, lo mandaban a un cajón. ¡Y yo no soy un escritor!”, recuerda.

–¿Por qué eligió el cuento corto para su primera experiencia en la literatura infantil?

–Me di cuenta de que tenía un cierto yeite escribir para chicos. Los textos infantiles necesitan tener un nudo muy fuerte y las situaciones tenían que ser más directas. Me acuerdo de que el primer cuento que escribí, que no formó parte del libro, era un texto de diez páginas, con unas descripciones tan extensas que cuando le leía el cuento a mi hija, se quedaba dormida inmediatamente. Me di cuenta de que debía escribir relatos más cortos. El problema era que tenía dentro mío un sistema de cuento muy tradicional, propio de los grandes clásicos de la literatura infantil. Y en aquel momento escribía para mi hija, que por entonces tenía cuatro años, por lo que había demasiadas princesas. Con el tiempo fui filtrando ese lector y me di cuenta de que podía haber una línea conductora relacionada con cosas más terrenales.

–¿Comprendió que podía aplicar la estructura clásica a situaciones cotidianas para, a partir de ahí, darle rienda suelta a la fantasía?

–La literatura infantil se reduce a un nudo importante, que es lo que en definitiva los chicos recuerdan, lo que los atrae. Los chicos no tienen la lectura prejuiciosa que tenemos los adultos. Por mi formación musical, estaba acostumbrado a poner en las letras el mundo real y perfecto. Y lo maravilloso de la literatura infantil es que la perfección no existe y la fantasía todo lo permite. Si metés la fantasía en un cuento para adultos, por ejemplo, te pasás al otro lado: o estás completamente loco o ya se lo asocia a algo infantil. Creo que el maravilloso Alicia en el país de las maravillas, ese viaje lisérgico de Lewis Carroll, no hubiese podido ver la luz si no se hubiese pensado para que sea recibido por la libertad e imaginación infantil.

–Las ilustraciones que acompañan cada cuento no ocupan un lugar secundario en el libro, a los fines de rellenar espacio. Hay una intencionalidad manifiesta desde el estilo y las imágenes que dibujó con sus propias manos. ¿Cuál fue la búsqueda?

–Para mí es tan importante la ilustración como el cuento. Hablé con dos ilustradores que me parecían muy profesionales, pero ambos me propusieron dibujos hechos en la computadora. Y me pareció que era mejor para la propuesta que los dibujos tuvieran algo más artesanal, más artístico. Y como no encontré a nadie involucrado con el proyecto, empecé a dibujar y pintar yo con acrílicos sobre telas. Y a la editorial le encantó. Tardé nueve meses: hice 600 bocetos y publicamos veintipico...

–¿Cree que necesitaba aplicarle a todo el libro el proceso de lo artesanal, probablemente porque la génesis de los cuentos fue la relación afectiva emocional con sus hijos?

–Probablemente haya con los cuentos una relación afectiva genuina, condicionada desde mi rol de padre. El vínculo de sangre, que es tan poderoso, es motor de muchas de mis creaciones artísticas. También es cierto que todo lo que haga a esta altura de mi vida tiene que tener alguna relación afectiva. Suelo crear canciones o cuentos a partir de situaciones afectivas y cotidianas. Si bien es algo normal que ocurra, yo creo que mi pulsión creativa se motoriza por ese lado.

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