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Jueves, 17 de febrero de 2011
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Ayer se estrenó Un mundo misterioso, el segundo film de Rodrigo Moreno

Buenos Aires, fuera de su eje temporal

Tras ganar el Premio Alfred Bauer con El custodio, en 2006, el cineasta regresó a Berlín con una suerte de extraña comedia de errores y desconciertos que es parte de la competencia oficial. También les está yendo bien a Ausente y Medianeras.

Por Luciano Monteagudo
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Bigliari y Moreno, justo después de pasar por la alfombra roja de la Berlinale.

Desde Berlín

El cine argentino está en sus días de mayor visibilidad en la Berlinale. La primera película en salir al ruedo fue Ausente, segundo largo de Marco Berger, que integra el Forum del Cine Joven y que cosechó ya sus primeras críticas positivas. “Un admirable ejemplo de dirección y control en una película de presupuesto muy reducido, de un nuevo auteur argentino a seguir”, escribió Jonathan Romney en el periódico Screen, que aquí en la Berlinale publica una edición diaria durante todo el festival. A partir de hoy, en el Forum también se suma Ocio, codirección de Juan Villegas y Alejandro Lingenti, sobre la novela de Fabián Casas, que ya se estrenó en Buenos Aires. Y desde el martes se está exhibiendo en Panorama Special Medianeras, la comedia romántica del debutante Gustavo Taretto, que tuvo su lanzamiento mundial a sala llena en el legendario cine International de Berlín Este y a la que ya le está yendo muy bien en el Mercado del Film, con ofertas de toda Europa. Pero la noche de ayer fue para la première en el Berlinale Palast, con alfombra roja incluida, de Un mundo misterioso, la nueva película de Rodrigo Moreno, en competencia oficial.

Ganador del Premio Alfred Bauer por El custodio en la Berlinale 2006, Moreno –junto con sus productores Hernán Musaluppi y Natacha Cervi– vuelve ahora a concursar en Berlín con una suerte de extraña comedia de errores y desconciertos. La incertidumbre se apodera de Boris (Esteban Bigliardi, también presente aquí en el festival) cuando una mañana su novia (Cecilia Rainero), antes de lograr siquiera despegarse de las sábanas, le dice, sin anestesia, que se siente encerrada, que quiere probar sola, que “necesita un tiempo”. “¿Un tiempo de cuánto?”, pregunta Boris. ¿Una semana, un mes? Nadie tiene la respuesta. Y Boris descubre de pronto que ha ingresado en una suerte de hiato, de paréntesis en su vida, que le permite deambular libremente por la ciudad como quizás antes no lo había hecho, hasta descubrir ese mundo misterioso al que alude el título de la película.

Filmada con un equipo mínimo de apenas una docena de personas en escenarios naturales de Buenos Aires, utilizando luz ambiente y despojando toda la maquinaria del cine hasta quedarse con sus requerimientos más básicos, Moreno ha conseguido una película definitivamente pequeña pero muy libre, hecha de una acumulación sustantiva de detalles que le van dando sentido al relato, si es que puede hablarse de tal. En primer lugar, Boris es un personaje de por sí gracioso, un poco a la manera en que podía serlo el Monsieur Hulot de Tati: alguien en contradicción con el mundo. Pero la diferencia está aquí en que ese mundo que va descubriendo Boris desde que se aloja en un triste hotel del barrio de Congreso –y en el que practica abdominales con un pucho en la boca o cena una rodaja de pan lactal con ketchup y mayonesa– no parece estar necesariamente en contradicción con él.

Boris se embarca en una serie de movimientos falsos, pero que no hacen sino ratificarlo en sus divagaciones: se compra un viejo auto usado de improbable origen soviético, rezago de la importación indiscriminada de los años ’90; se embarca en un viaje sin destino del que vuelve con el auto previsiblemente descompuesto; asiste a una librería de viejo donde es invitado a una fiesta en la cual a su vez se planea una excursión a Colonia, a la que él llega a trasmano... Todo es así en el tiempo suspendido de Boris, que sigue intentando al menos dialogar con su novia, pero que no por ello se ve impedido de descubrir que hay otras mujeres a su alrededor, como en ese magnífico viaje en colectivo, pleno de miradas y detalles, que parece escapado de El hombre que amaba a las mujeres, de François Truffaut.

La singularidad de Un mundo misterioso está quizás en su extraño décalage, como si la realidad de una Buenos Aires físicamente muy reconocible estuviera sin embargo levemente desplazada de su eje temporal. Desde el anacrónico formato cuadrado (1.37:1) que eligió Moreno para su película hasta el curioso vehículo en el que se mueve su protagonista, todo parece provenir de una tienda de antigüedades recientes: el vestuario, el sifón de soda, el Bianchi borgoña, los bares donde aún se permite fumar, el taller mecánico en el que Boris pasa Año Nuevo, el tocadiscos que exhuma su novia...

A este extrañamiento contribuye también un raro tema musical, “Déjá”, cantado en francés por Carlos Gardel, que se escucha en un par de momentos clave de la película, a los que aporta una melancolía muy particular. Hay en el film de Moreno una suerte de nostalgia por una Buenos Aires casi perdida pero aún presente y que, vista a través de los anteojos como lupas de Boris, se vuelve un mundo definitivamente misterioso.

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