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Martes, 18 de abril de 2006
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ENTREVISTA CON EL CATALAN ALFONS MARTINELL SEMPERE

Los nuevos desafíos culturales

El filósofo y comunicólogo habla de la intermediación privada y de la necesidad de aplicar políticas de largo plazo.

Por Angel Berlanga
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Martinell Sempere pasó por Buenos Aires para dar una serie de charlas.

“Es que la cultura se ha de entender como una inversión a largo plazo”, dice el especialista en gestión cultural Alfons Martinell Sempere, un catalán que trabaja en el tema desde hace más de un cuarto de siglo, actual director general de Relaciones Culturales y Científicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional. La definición inicial de este referente en la materia, doctorado en Ciencias de la Comunicación y licenciado en Filosofía y Letras, que vino al país para dar una serie de charlas instructivas y orientativas, intenta explicar el eterno asunto de los presupuestos raquíticos destinados a las áreas de cultura de este lado del Atlántico: “Si se decidiera apostar –ejemplifica– por formar una generación de músicos, el resultado se verá más adelante en el tiempo; la inversión para una carretera es más inmediata, en un año queda a la vista del ciudadano. Ese criterio, muchas veces, prima en la política diaria”.

–Usted dijo que “la universidad está en deuda con la cultura”. ¿Observa eso en la Argentina?

–En este momento, el sistema universitario argentino está más relacionado con la cultura que el español. En términos generales, creo que a la universidad le ha costado mucho entender que el sector cultural es tan importante que necesita implicarse en la capacitación. La formación universitaria se centró en la disciplina: antropología, sociología, historia del arte. Y la realidad cultural no funciona así: es gestión de museos, fomento de la creatividad, gestión de bibliotecas, políticas culturales nacionales. Ha habido cierto divorcio entre lo que se daba en la universidad y la realidad, pero creo que esto últimamente se está reduciendo un poco, se está descubriendo.

–A grandes rasgos, ¿cómo observa a la gestión cultural aquí?

–Ha dado un gran salto en la Argentina, y en todos los sitios. Que las universidades se hayan adaptado a formar en gestión cultural es síntoma de dinamismo, porque los jóvenes quieren trabajar en esto, hay interés. Se trata de un sector cada vez más complejo y necesita gente más preparada. Yo observo una gran vitalidad en observatorios e investigaciones de políticas culturales, aunque queda mucho por hacer.

–¿Y cómo ve a la gestión gubernamental en Cultura?

–Creo que se ha avanzado mucho en lo conceptual, pero padecemos aún el síndrome de que el destino económico de la cultura no llega a mínimos. Los ajustes estructurales han reducido mucho la institucionalización de la cultura. Y eso es peligroso. Claro, nos quejamos contra la globalización y tal, pero la mejor manera de luchar contra ciertas tendencias y limitaciones se dan en cultura. Las situaciones socioeconómicas han hecho que quizá sea fácil reducir inversión en el sector. Y eso, aunque no se note en el corto plazo, se paga en el largo.

–Los lineamientos principales de lo que se llama industria cultural, o gestión, ¿no condicionan la creación artística, e incluso hasta la percepción?

–No tienen por qué. La gestión cultural facilita, a la larga, que la creación artística llegue al público. Yo creo que cuanta más gestión cultural hay, más libertad cultural hay, porque hay más agentes que intervienen, y así son más las cosas que pueden salir a la luz. Entre gobiernos y empresas privadas se favorece la diversidad y el enriquecimiento. Hoy en día un creador necesita la ayuda de alguien que haga una intermediación entre él y el público. Puede ser que no, pero... Ahora, también es verdad que un gestor cultural puede impedir, pero son muchas las vías posibles.

–¿Y no se corre el riesgo de que esos lineamientos “moldeen” de algún modo a los “artistas”?

–La gestión cultural debe facilitar el acceso y ser plural. Puede ser que, algunas veces, conserve lo “clásico” y no apoye a las culturas emergentes. Pero, en fin: éste siempre ha sido un debate entre tradición e innovación, pasado y contemporaneidad. A veces no se da juego a los nuevos actores, pero la lucha entre los jóvenes y los consagrados siempre fue interesante. Y los jóvenes también encuentran otras vías para hacerse valer.

–En una ponencia, usted señaló la importancia de crear situaciones y escenarios de confrontación.

–Es que la cultura siempre genera confrontaciones, lo que decía recién entre memoria y contemporaneidad, pero también entre centro y periferia, lo local y lo universal, la creatividad y el mercado. En la gestión cultural, esas tensiones están cada vez más presentes. No podemos decir que el mercado es malo y lo público bueno, ni viceversa. Depende, ¿no? Cuando una cultura no vive en tensión, es que algo malo está pasando. Los cambios estéticos son fruto de la tensión, que rompe moldes. La mayoría de la cultura está en manos del sector privado y la sociedad civil, no en manos del Estado. Hay muchísima gente que hace cosas y nunca fue dirigida por ministerios. Esta confrontación es rica e imprescindible en la cultura, si no, sería todo muy uniforme. Solamente los autoritarismos y los fascismos imponen una estética.

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