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Domingo, 8 de enero de 2012
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OPINION

La mosca y la sopa

Por Eduardo Fabregat
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“La mosca está en la sopa. Aceptémoslo. Sentados a la mesa servida están nuestros héroes. Esos tres bombones que creen que arman un gran cacao. Esos que han ganado reputación gracias a los papeles duros y son muñecos vudú de esta sociedad-espectáculo. El primero de los comensales rechaza de pleno el plato. El segundo quita la mosca del plato y toma la sopa. El tercero exprime la mosca dentro del plato hasta la última gotita y luego come con fruición. Mientras tanto, lenta, muy lentamente, se les mete la muerte por donde los monos se meten la manzana.”
(Patricio Rey, 1991)

Su nombre oficial es Stop Online Piracy Act, pero se la conoce por su sigla, lo que hace que en la Argentina tenga una resonancia magnífica. Porque lo que debatirá el Senado estadounidense el martes 24 de enero es otra vez SOPA: otra vez, los

lobbies más poderosos sobre la tierra presionan al poder político para conseguir leyes a la medida de sus intereses. Otra vez la sopa se disfraza de defensa de los derechos de los creadores, y otra vez la letra de la ley tiene la sutileza de un paquidermo en la cristalería. Porque las intenciones –evitar que se distribuya gratuitamente material protegido por derechos de autor, y se obtengan ganancias de ello que no llegan al autor– son innegablemente buenas, pero el método es de un totalitarismo tal que arrasa con todo. Y por tanto, se vuelve ineficaz para lo que propone.

Bajo la ley SOPA, todo sitio sospechable puede ser dado de baja y bloqueado todo acceso a sus fuentes de financiación, sin proceso judicial previo, con solo cinco días para que sus responsables realicen un descargo legal y escasas probabilidades de que éste prospere. Todo sitio que a ojos de los interesados “adhiera, propicie o facilite” el tráfico de material protegido puede ser bloqueado, aun cuando en los sitios haya un gran porcentaje de material que no infringe ninguna ley. El 27 de noviembre pasado, en una entrevista que Mariano Blejman realizó para Página/12 a Vint Cerf, ese hombre al que se le ocurrió una pavada llamada Internet fue muy claro al señalar que “quienes proponen la ley no entienden cómo funciona Internet. Proponen métodos horribles, sobre todo en materia de seguridad. Entendemos los motivos de esta legislación, el problema es que va a dañar un elemento esencial de la estructura de Internet, que son los DNS (domain name system) (...) La comunidad que defiende la propiedad intelectual, los ingenieros, la comunidad tecnológica y la comunidad legal deben sentarse y pensar qué enfermedad es la que están tratando de curar, antes de elegir una estrategia de implementación que los enferme más”.

Pero el tema no preocupa sólo a los especialistas, o a los programadores y usuarios interesados en el código abierto o en estupideces tales como el libre acceso a la información y el peligro de poner una férrea herramienta de censura en manos del poder. Si en apoyo de la SOPA hay un arco que va de los sellos discográficos, editoriales, estudios cinematográficos y asociaciones de autores a laboratorios (Pfizer), marcas de cosmética (Revlon), la liga del béisbol, la Asociación Nacional de Sheriffs, la Hermandad de Trabajadores Eléctricos (sic) y la Orden Fraternal de la Policía (otra vez sic), del otro lado hay organizaciones que pueden llegar a inclinar la balanza por su capacidad de impacto. El impacto que puede producir un día entero de apagón en Internet: la mosca en la sopa.

No es una fantasía ni una amenaza efectista: el 23 de enero, víspera del debate crucial entre los senadores, Google, Yahoo, Facebook, Twitter, Mozilla, PayPal, Wikipedia, AOL, foursquare y LinkedIn, entre otros, amenazan con llevar a cabo la Operación Blackout (#OpBlackOut en TW), la manera más contundente posible de mostrar su desacuerdo con la versión estadounidense de la Ley Sinde que el gobierno de Mariano Rajoy, tan en desacuerdo con su antecesor, terminó poniendo en marcha en España sobre el final de 2011. La perspectiva de una batalla de proporciones épicas: el poder de lobby de las grandes empresas globales chocando de frente con un planeta desquiciado por la ausencia de sus chiches virtuales.

Puede ser algo digno de verse. ¿Un día sin buscadores? ¿Un día sin compartir pensamientos, vivencias, ironías, noticias, peleas, en Twitter y Facebook? ¿Un día sin “me gusta”, sin bloquear y reportar por spam, sin mostrar fotos y videos, sin consultas a la Wiki? Puede llegar a ser un ejercicio sociológico apasionante... y una interesantísima jornada de trabajo en redacciones de diarios, radios y canales de TV, especialmente entre profesionales que iniciaron sus carreras ya en la era digital. Un lunes sin Internet, en el que quizá se vean en las calles multitudes de usuarios obligados a ser personas, parpadeando ante el sol, descubriendo ciertos placeres de la vida real que creíamos perdidos o sin gracia frente a las maravillas de lo virtual. Quizá haya alguna crisis nerviosa, síndromes de abstinencia que demuestren hasta qué punto nos hemos vuelto locos. Y lo peor es que no vamos a tener Twitter para comentarlo con sarcasmos inolvidables durante quince minutos.

La mosca está en la sopa. Aceptémoslo.

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Mientras tanto, en estos días y ahora mismo, hay miserables que trajinan los alrededores del Cemic intentando una nueva canallada.

Mientras tanto: fuerza, Luis.

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