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Viernes, 5 de mayo de 2006
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EL GRUPO LA ZARANDA Y “HOMENAJE A LOS MALDITOS”

“España avanzó en tecnología, pero el progreso nos retrasó”

El grupo andaluz rescata “aquellas voces que no se quisieron escuchar”, en una obra que busca “la trascendencia y la catarsis”.

Por Hilda Cabrera
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Homenaje... se presenta hasta el 21 en el Teatro Alvear.

Como toda materia viva, las creaciones de La Zaranda (Teatro Inestable de Andalucía la Baja) atraviesan las etapas que van del nacimiento a la muerte, y no acaban allí. Las obras resucitan en los siguientes trabajos, sumando pasión y permanencia, como en Homenaje a los malditos, dedicada a aquellos cuyas voces han sido acalladas, y que esta compañía presenta hasta el 21 de mayo en el Alvear. Probablemente, más adelante, el público local conozca la que ya tienen en preparación. “Esa criatura se llama Los que ríen, los últimos”, anticipan Eusebio Calonge, autor e iluminador de Homenaje..., y Paco de La Zaranda (Francisco Sánchez), actor, director y diseñador del espacio. A pesar de la experiencia, uno y otro comparten temores de principiantes: “Uno nunca sabe si será capaz; se llena de miedos y preguntas, y quizás en eso está el vuelo”, reflexiona el director. La Zaranda nació en 1978 con la intención de “hacer camino” guardando fidelidad a su lugar; construir un lenguaje propio y convertir en símbolo el objeto de descarte: “Rastros del olvido”, como se lee en un librito alusivo. Calificada por sus integrantes de “cernidor que preserva lo esencial y desecha lo inservible”, La Zaranda fue premiada a nivel internacional. Sus visitas datan de los ’80, y estrenó, aquí y en fiestas y muestras de provincias, Mariameneo, Mariameneo; Vinagre de jerez, Perdonen la tristeza, Obra póstuma, Cuando la vida eterna se acabe, La puerta estrecha y Ni sombra de lo que fuimos.

–¿Quiénes son los malditos?

E. C.: Preferiría no identificarlos y decir, sencillamente, que son maestros que han confluido en nuestras obras, y cuyas voces, silenciadas por la sociedad, pudieron finalmente aflorar. Las citas de esos autores se pueden descubrir en las imágenes escénicas. No queremos usar sus nombres para nuestro beneficio. Es algo que siempre nos dio bastante irritación.

–¿Qué perdura aquí de anteriores trabajos?

E. C.: Homenaje... se aparta un tanto. La idea es reflexionar sobre ese bagaje que acumulamos y sobre las voces que no se quisieron escuchar, apagadas por el estruendo de otras, previsibles, torpes, subordinadas a lo que se pueda comerciar.

–¿Cómo se construye un homenaje no convencional?

P. Z.: Es imposible explicar nuestro trabajo. Lo importante es que se entienda que los personajes necesitan habitar la conciencia del espectador para que éste pueda interrogarse tanto como nosotros cuando pusimos en pie la obra. Es una comunión necesaria. Mi enamoramiento por las tertulias de los cafés de fines del siglo XIX –esa bohemia de Madrid que quizá tenga más leyenda que verdad– inspiró la puesta. Ya no sé si este es un homenaje de los benditos a los malditos, o de éstos a los benditos.

–¿De qué manera se expresa la comunión con el público?

E. C.: Esta obra lleva dos años de gira. La estrenamos en 2005, en el Festival Quijote, de París, ciudad de tertulias y cafés. La presentamos en México, Chile, en San José de Costa Rica... Buscamos expresar un deseo de eternidad. Por eso está impregnada de la literatura española de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Nos influyeron autores conocidos como Ramón del Valle Inclán, y otros raros, como Rafael Cansinos Assens.

P. Z.: La tertulia es otro símbolo. Nos ayuda a enclavar la obra en algún lugar. El público que nos conoce sabe que nuestra poética no está sujeta a un espacio real. Huimos del naturalismo.

E. C.: Nuestra intención es que aparezca lo invisible. La trascendencia y la catarsis son esenciales en nuestro teatro.

P. Z.: Que hemos construido dando pinceladas, tratando de descubrir qué siente el espectador. Uno juega con la imaginación y lucha contra la propia razón, para que luego esa misma razón le ayude a imaginar. Este juego transporta y hace del teatro un lugar donde se puede experimentar que uno es algo más que carne con un corazón que palpita. Me gusta esa otra dimensión, ese espejo del que hablaba Valle Inclán y que quizá nos ayude a entender qué somos y qué hacemos en este mundo.

–¿Es posible saberlo en la España de hoy?

E. C.: España avanzó en tecnología, pero en pensamiento...

P. L.: El progreso nos retrasó.

E. C.: Conocí sitios económicamente más pobres pero con mayor grandeza. Demasiada chatarrería de novedades hay en España.

P. Z.: Eso me recuerda la frase que leí en una librería de la calle Corrientes: “Más vale ser un Sócrates infeliz que un cerdo feliz”. Es una pena que haya olvidado el autor.

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