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Sábado, 6 de mayo de 2006
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CESAR VALLEJO POR DOS

Poemas humanos de un peruano abismal

Con la edición de mañana, Página/12 trae de regalo el primer tomo de la obra poética del gran escritor peruano, una de las voces líricas más potentes y originales de las letras latinoamericanas.

Por Liliana Viola
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“Nací un día en que Dios estuvo enfermo”, escribió.

“Me moriré en París, con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo”, decía César Vallejo en uno de sus últimos poemas que apareció publicado después de su muerte como parte del volumen Poemas humanos. Son éstos, seguramente, sus versos más citados, no sólo a causa de su belleza provocativa, sino también por ese carácter premonitorio que tanta fascinación despierta entre los lectores. Porque, efectivamente, César Vallejo –que había nacido en Santiago de Chuco, una aldea del norte del Perú en 1892– murió en París, a los 46 años, víctima de un tremendo cansancio, según anotaba el desconcierto de los médicos. Y en efecto, la muerte vino en un abril lluvioso, idéntico al que él mismo había recordado antes, gracias a su particular habilidad de hallar el secreto que esconden los modos verbales y los tiempos fijos de la gramática. Pero si el nombre de César Vallejo sigue teniendo importancia hoy, cuando la poesía parece tan lejos, no será simplemente porque acertó en su comunicación con los heraldos negros de la muerte.

Será, en todo caso, que no había sido aquél su único gesto premonitorio. Ya en 1922, sin haber salido del Perú y sin haber entablado el contacto que llegó un año más tarde con Vicente Huidobro, Juan Gris y Tristan Tzara, editaba Trilce, el libro de poemas que adelantaba los gestos más exquisitos de la vanguardia de aquella década. Antes de que terminara en lo que terminó la Guerra Civil Española, Vallejo escribía España, aparta de mí este cáliz, el canto de liberación más desesperado y el réquiem más cierto si se mira lo que vino después. A pesar de que han transcurrido casi setenta años desde su muerte, César Vallejo continúa presente en el grado cero de la lectura poética. Muchos escritores contemporáneos, que no necesariamente han seguido los caminos trazados por él, reconocen regresar cada tanto a sus versos: el sitio que recupera un lenguaje capaz de construirse a sí mismo y a la vez no replegarse en la tentación del artificio. César Vallejo acusó el impacto de la angustia existencial y del deber de salir a la calle a reparar la injusticia, la pobreza y los dolores de los sin nada.

A partir de mañana, Página/12 presenta la obra poética del autor peruano distribuida en dos tomos. En el primero se incluyen los dos primeros libros que fueron editados en Perú por el mismo autor: Los heraldos negros (1918) y Trilce (1922). El segundo volumen contiene la obra que escribió Vallejo durante su estadía en Europa (1923-1938), que se destaca por su compromiso social y político con la realidad de su época y que resultó publicada póstumamente. Aquí figuran sus Poemas humanos, los Poemas en prosa y España, aparta de mí este cáliz. Ambos tomos están prologados por la poeta Susana Villaba.

El poeta que inventaba palabras

“Hay golpes en la vida, tan fuertes... yo no sé”, balbuceaba con desesperación en su primer libro, asumiendo las limitaciones de la palabra y del pensamiento. Con apenas 26 años, dice Villalba en el prólogo al primer volumen, “Vallejo ya publicaba una obra monumental como Los heraldos negros. Todavía con algunos rasgos posmodernistas, mezclando rima con verso libre, endecasílabos con alejandrinos pero, a las referencias a la cultura griega y latina, y los mundos de ensueño con que modernistas y románticos criticaban la masificación y cosificación, agregaba escenas cotidianas y latinoamericanas. “En su segundo libro, Trilce, Vallejo lleva la lengua hasta sus propios abismos: inventa palabras, descalabra la sintaxis convirtiendo adjetivos en sustantivos, les da vida propia a los adverbios y a las sílabas. Emplea la escritura automática y otras técnicas utilizadas por los movimientos dadá y suprarrealista.” Estos dos libros bastarían para dar cuenta de su legado: su sangre española e indígena, una niñez pobre en un pueblito del norte peruano, un fuerte intento por despegar de la ignorancia y actuar por los desposeídos que lo llevaron a estudiar varias carreras hasta dar con las letras, a participar en luchas sindicales hasta terminar en la cárcel, a escribir poesías hasta llevar la lengua hasta las lágrimas.

El poeta humano

Después de la publicación de Trilce, la crítica de su país lo tildó de delirante y estrambótico. Entonces, Vallejo, que ya había comenzado su lectura del marxismo, se trasladó a Francia como corresponsal periodístico. Esta situación, si bien no lo sacó de la miseria y de la enfermedad, lo puso en contacto con los movimientos vanguardistas y con la realidad política de Europa. Anota Villalba: “Sus tres viajes a Rusia (1928, 1929 y 1931) y sus estadías en España parecen haberlo llevado cada vez más a la búsqueda de equilibrio entre libertad de expresión y comunicación, sin renunciar a su originalidad y sin adherir a lo que posteriormente se afianzó como realismo socialista”. Confiado en sus obras teatrales y en sus escritos políticos, dejó de editar –aunque no de escribir– poesías. Al revisar sus papeles luego de su muerte, los editores hallaron que pensaba publicar una selección como “Poemas humanos”, de allí el título. “Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo”, comienza otro de sus versos más conocidos. La enfermedad de Dios, aparentemente, puede devenir en catástrofe o en poesía. Tal vez como advertencia de esto mismo se eligió colocar ese verso como epitafio en la tumba de Vallejo, en el Cementerio de Montparnasse.

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