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Martes, 9 de mayo de 2006
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LA 32ª FERIA DEL LIBRO CERRO SUS PUERTAS CON EXPRESIONES DE ENTUSIASMO CASI UNANIMES

Diecinueve días para un festín de lectura

Hubo un millón doscientos mil visitantes y un notable aumento en las ventas. Pero los organizadores no sólo festejan las cifras, sino también una serie de datos que demuestran la vigencia del libro.

Por Silvina Friera
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Según los organizadores, este año las ventas crecieron aproximadamente el 18 por ciento.

Aunque hubo una gran respuesta de la gente –con colas que llegaron hasta la bailanta Metrópolis, en Santa Fe y Darragueyra–, la Feria del Libro, que terminó ayer, ha alcanzado su techo: “Que vengan 10 mil personas más o menos resulta aleatorio”, sostiene Carlos Pazos, presidente de la Fundación El libro, organizadora de la que es considerada una de las muestras más importantes de Latinoamérica. Se calcula que 1.200.000 visitantes coparon el predio de La Rural –la misma cifra que el año pasado– en los 19 días que duró la exposición. Y los organizadores estiman que las ventas aumentaron un promedio del 18 por ciento. En esta 32ª edición –con el lema Los libros hacen historia– se consolidó una tendencia: ya no son los escritores los únicos que se exhiben en la vidriera cultural que mejor cotiza –subyace la idea de que “si no estás en la Feria, no existís”, como les sucede a los actores con la televisión–; ahora los mediáticos mueren por estar en un espacio que antes les era ajeno y hostil. Durante la tarde del sábado pasado –día en que se dio el record de 70 mil personas–, la actriz Araceli González generó un revuelo mayúsculo en el stand de Atlántida, donde presentó Ada, el jardín y los miedos, su debut en la literatura infantil. Otro que movilizó a muchas mujeres –cuando curiosamente coquetea con una retórica misógina– fue Samuel “Chiche” Gelblung, que no paraba de firmar ejemplares de Manual Chiche: Llegó la hora de explicarlo todo. Y el fin de semana anterior, fue el turno de la sexóloga Alessandra Rampolla con Sexo... ¡¿y ahora qué hago?!

Si en el mundillo de la literatura, los best-sellers generan sospechas o desconfianzas varias en cuanto a su calidad –más o menos justificadas, dependerá en cada caso–, los autores de estos libros son escritores o, para quienes duden de que puedan ser incluidos dentro de este oficio, al menos se dedican a escribir. Pero ahora se agrega un puñado de mediáticos que con su presencia garantizan las ventas del libro en cuestión –confesiones, recomendaciones, biografías, manuales, etc.– como pan caliente. Si la Feria es una caja de resonancia de la sociedad argentina, se entiende que lo que vale es estar más que ser. La mediatización de la Feria del Libro –que funciona en sí misma como un poderoso canal de comunicación más, que excede ampliamente al libro– recién empieza.

Un dato significativo es que hubo un 30 por ciento más de estudiantes que visitaron la muestra, según advierte Pazos. “Esto nos alegra enormemente, porque quiere decir que vamos a tener lectores el día de mañana”, añade con optimismo. Y precisamente el optimismo abunda en el balance de esta edición. Las caras de editores, libreros y encargados de stands son más que elocuentes: las ojeras acumuladas tras jornadas extenuantes de trabajo parecen disiparse ante la pregunta “¿cómo les fue?”. José Roza, encargado de Librería de las Luces, confirma el incremento de ventas y de público. “Vendimos un 15 por ciento más que el año pasado, a pesar de que hubo un aumento del 10 por ciento en el precio de los libros, que quizá se compensó con la presencia de un público muy comprador”, dice a Página/12. Aunque el jueves pasado los directores de 850 bibliotecas populares compraron en la Feria muchos de los libros que necesitaban a mitad de precio –por un subsidio de 790 pesos que recibió cada uno de la Conabip, Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares–, Roza plantea que si bien en su stand se vendió más, no está de acuerdo con la medida. “A diferencia de las editoriales, las librerías no tenemos la capacidad para hacer un descuento del 50 por ciento”, explica.

Pazos se enoja cuando se le recuerda que la gente, en general, se queja porque los libros son más caros en el predio de La Rural que en las librerías. “Hay que romper con ese mito”, protesta. “Las novedades acá, en algunas editoriales, tienen hasta un 10 por ciento de descuento, que es lo que está permitido por la ley de defensa de la actividad librera”, agrega.”Si hiciéramos un descuento monstruoso, atentaríamos contra las librerías, que son parte de la Fundación El Libro.” Para la gerenta editorial y de producción de Ediciones B, Carolina Di Bella, el balance es “sumamente positivo”. Aunque prefiere no dar un porcentaje, asegura que las ventas “aumentaron bastante”. Sobre los best-sellers que se generan a partir del fenómeno de El Código Da Vinci, Di Bella afirma que no son una novedad. “A partir del éxito de este libro, todas las editoriales trataron de aportar contenidos complementarios para sumarse a la movida, pero no creo que haya sido una estrella de la Feria. Es un nicho que se está aprovechando lo mejor que se puede.”

Néstor Rodríguez Berrocal, de Riverside Agency, cuenta que se vendió entre un 20 y 25 por ciento más que en el 2005. “Las presentaciones de Kureishi, Hustvedt y Vila-Matas sirvieron para vender más libros”, reconoce el encargado del stand, que entre los sellos que distribuye tiene a Anagrama, en el que publican a los tres autores que visitaron la Feria. “Los editores españoles que participaron de las jornadas profesionales estaban sorprendidos con la cantidad de gente que viene, y lo que no pueden creer es que paguen la entrada para comprar libros”, comenta. A la hora de precisar ciertos detalles de esta edición, María Fernanda Pampín, de Ediciones Corregidor, subraya que lo más llamativo no es que haya habido más personas revoloteando por los stands. “La gente vino más los días de semana, que suelen ser los más flojos.” En esta editorial, el incremento arañó el 25 por ciento y “levantó muchísimo –confiesa– las compras que hicieron los bibliotecarios de la Conabip”. Coincide con el diagnóstico Elisa Boland, encargada del stand de literatura Infantil y Juvenil de Alfaguara, que vio incrementadas sus ventas en un 20 por ciento. “Si la Feria del año pasado fue muy buena, ésta es francamente excelente”, opina. “En el primer fin de semana hubo mucha cantidad de gente, algo que no suele suceder.”

Como todos los años, ayer a las 22 en punto –la hora del cierre– sonó la sirena. Libreros, editores y empleados de los stands aplaudieron mientras los últimos visitantes caminaban hacia las salidas. La Feria es un espacio tan contradictorio, tan agotador y al mismo tiempo tan vital, que muchos, a pesar del cansancio, admiten en voz baja que ya la empiezan a extrañar.

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