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Lunes, 7 de mayo de 2012
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Mu-san Baek, poeta coreano, obrero y budista

“Se necesita una transformación vital”

Su visita a la Feria de Buenos Aires significó su primer viaje al exterior. Y su nombre (Mu-san) es en realidad un seudónimo que significa “proletario”, literalmente “el que nada tiene”. Presentó aquí un libro bellísimo, El tiempo humano.

Por Silvina Friera
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“Estoy muy contento de estar en la tierra de Evita y el Che”, señaló Baek.

El poeta obrero y budista no levantó el puño, ni hizo la V peronista. Y sin embargo, el camarada y compañero coreano Mu-san Baek, primera vez en su vida que sale de su país, calibró un guiño sencillo que sorprendió a quienes asistieron a la presentación de El tiempo humano (Bajo la Luna), primer poemario traducido al español por una editorial argentina, un libro de una belleza y hondura tan inasibles como el vacío y el silencio. Una frase alcanzó para generar una aceitada complicidad el sábado a la noche, en la 38ª Feria del Libro que termina hoy. “Estoy muy contento de estar en la tierra de Evita y el Che”, subrayó el poeta, acompañado por el editor Miguel Balaguer, su traductora Sun-me Yoon y el poeta Horacio Zabaljáuregui. “No sé desde cuándo la poesía vive en mí. No tuve a mi alrededor personas que se interesaran en la poesía, ni crecí en un ambiente literario. No tengo una conciencia exacta de cómo nació mi inclinación poética”, dijo uno de los poetas más destacados de la llamada “literatura obrera” coreana, trabajador obrero antes que poeta. Su nombre (Mu-san) es en realidad un seudónimo que significa “proletario”, literalmente “el que nada tiene”.

Mu-san Baek nació en las inmediaciones de Uslam, provincia de Gyeosang del Norte (Corea), en 1954, sobre las “ruinas de una guerra cruenta que se llevó tres millones de vidas”. El poeta recapituló esos años posteriores a la guerra de Corea, “una guerra fratricida” que tiene sus orígenes en la disputa colonialista de las potencias y que condensa las paradojas de los enfrentamientos ideológicos de la historia mundial. “Pasé mi juventud en un país en el que todavía pervivía intacta la herencia del colonialismo japonés y se vivía bajo el régimen de una larga dictadura militar que ejercía una violencia estatal extrema contra el comunismo. Fue una época asfixiante de control social, en la que la ciudadanía fue desprovista de los derechos humanos más básicos, como son la libertad de pensamiento, la libertad de prensa, la libertad de reunión y asociación, y la libertad de expresión”, resumió el autor de El tiempo humano el contexto de su infancia y juventud. Pero aclaró que no fue sólo una época de dolor y frustración: “También pude ver con mis ojos el esfuerzo denodado que hacía la gente por levantarse de la pobreza y las ruinas, y comprobé su tenaz apego por la vida. Crecí conociendo el calor humano que florece sobre los escombros”.

A los 18 años empezó a trabajar como obrero y vivió en carne propia las contradicciones de la sociedad industrial moderna. Bajo el régimen de la dictadura desarrollista, que imponía bajos salarios y extenuantes jornadas de trabajo, los obreros padecían ambientes laborales peligrosos y poco saludables. “Nadie osaba hablar de las injusticias en esa sociedad fría y glacial –recordó el poeta–. Yo no adquirí conciencia social a través del estudio. Las raíces de mi poesía y de mi pensamiento fueron las silenciosas lágrimas de toda esa gente sufriente. Me di cuenta de que los sueños y esperanzas que teníamos eran vanos. Al abandonar esos sueños, descubrí que el mundo estaba lleno de cosas que hacen palpitar el corazón. Cosas que podían ser peligrosas, inquietantes y sediciosas.” Sin ninguna formación previa, Mu-san Baek comenzó a escribir. Aunque la poesía hervía, él no podía identificar qué era esa pasión. Había crecido escuchando que los literatos eran en su mayoría “viciosos, tuberculosos, inútiles, adictos a las drogas que se morían temprano”. La literatura nunca fue la meta de sus aspiraciones. Ese muchacho que alguna vez soñó con ser un científico, como Edison, se convirtió en poeta. Mu-san Baek repasó las cuestiones que lo atormentaron en ese camino hacia la palabra escrita. “No quiero llegar a ser nada y tampoco quiero tener nada –pensaba–. Lo único que quiero es saber qué es el ser humano y qué es la vida, y también cuál es el secreto que esconde el Universo”.

Antes que la filosofía budista emergiera como imperativo categórico vital, hubo un tiempo realista. “Quería entender las cosas que ocurrían en el mundo, me gustaba indagar cómo vivía la gente y me atraían los misterios de la naturaleza –confesó el poeta–. En el fondo quería entenderme a mí mismo, que de pronto me sentía cautivado por una brizna de pasto, turbado por una simple brisa que pasaba barriendo la superficie del agua o caía en pozos de inquietud y dolor sin razón alguna.” Quizás en el tono de Mu-san Baek, una dicción suave amortiguada por el residuo de una antigua timidez, perdura la tristeza que humea en el corazón de un hombre que trabajó en el mayor astillero de Corea. En la década del ’80, a través de una iglesia protestante que realizaba actividades evangélicas en las fábricas, se vinculó con activistas sociales que operaban en la clandestinidad. La línea del infierno (1984) fue la primera serie de poemas que publicó en la revista Poesía Popular, inspirados en su experiencia laboral.

El poeta que llamaba “hermanos” a “los trabajadores de la faz de la Tierra” (“los únicos que pueden mover / con rapidez la perezosa rueda de la historia”) explicitaba que sólo un verdadero mundo de hombres libres, a través de la solidaridad proletaria, podría echar abajo las contradicciones de la sociedad clasista. Tres años después, en 1987, fue detenido en varias oportunidades por liderar manifestaciones contra la dictadura militar de su país. En 1988 fundó y dirigió la Casa del Trabajador, una organización que ofrecía asesoramiento laboral y se dedicaba a la educación obrera; publicó su primer libro de poemas, Proletarios de todos los países; y lo encarcelaron una vez más por violar la Ley de Reuniones Públicas y Manifestaciones. “Con mi escritura decidí ponerme del lado de los seres inocentes que son victimizados y de aquellos que se resisten y luchan. Quise ser una lanza dirigida contra el corazón de este mundo cobarde, la canción que organiza la resistencia”, evocó Mu-san Baek sus primeros poemarios “llenos de pasión revolucionaria”, que no son la proclamación de meras consignas obreras.

Cuando la sociedad coreana dio un paso hacia la democracia, al menos formalmente, publicó su tercer poemario, El tiempo humano. El derrumbe del régimen soviético, el fin de la Guerra Fría y el primer gobierno civil de su país luego de la dictadura transformaron al poeta. “La reflexión literaria y filosófica tuvo un papel decisivo en cambiar mi visión de la historia. La concepción teleológica de la historia es un pensamiento antropocéntrico que no ha hecho sino desplazar al ser humano hacia la periferia. Objetivando todo aquello que es prolongación de sí mismo, el ser humano se ha convertido a sí mismo en una abstracción. Todos los otros ‘ismos’ han hecho lo mismo. El socialismo, al colocar el trabajo en el centro, lo ha alejado de la naturaleza y del hombre, tal como lo había hecho antes el capitalismo –comparó el poeta–. Así como el trabajo de producción capitalista dejó de ser trabajo humano y la ética laboral se convirtió en la ética del capital, el tiempo en que vivimos se transformó en tiempo de las máquinas y del capital. Este tiempo que vivimos los hombres de hoy ya no es un tiempo humano ni natural.”

En El tiempo humano, Mu-san Baek buscó reflejar la voluntad humana de “recuperar el tiempo humano del tiempo ideológico” y de restablecer “la relación integral que el hombre mantiene con la naturaleza, que es una extensión de sí mismo”. El poeta reconoció la influencia del budismo zen en esta obra. “Llegué a los conceptos de la perfecta armonía de los seres vivos, la encarnación y el tiempo cíclico a través de la meditación, que me hicieron cambiar mis ideas sobre el conocimiento. Pero estos cambios no debilitaron mis anhelos de revolución social sino que me hicieron dar cuenta de que el cambio debía provenir de una transformación vital integral. La lucha revolucionaria que se centra sólo en la resistencia da paso a una dialéctica negativa y puede caer en la lógica de la recurrencia infinita del poder, con la consecuente degeneración política. Y el poemario refleja estas prevenciones”, reflexionó el poeta.

La poesía no es un oficio. Ni una carrera. Ni un arte. Ni un conocimiento. El poeta coreano afirmó que la poesía “es la evidencia de la existencia que se desvanece minuto a minuto, es la vida misma”. “Desde un principio, la poesía nunca fue mía sino que sólo fui un instrumento para que se expresase el mundo. Por eso, quizá yo no soy el que escribe poesía sino que es la poesía la que me escribe a mí. Yo soy un poeta marginal. Mi pensamiento mora en los márgenes de todas las formas y lenguajes del poder, lejos de todos los centros.”

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