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Lunes, 29 de mayo de 2006
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CANNES “THE WIND THAT SHAKES THE BARLEY” OBTUVO LA PALMA DE ORO

Ken Loach peleó y ganó

El inglés se impuso a otros nombres de peso como Kaurismäki y Moretti. Pedro Almodóvar tuvo dos premios consuelo.

Por LUCIANO MONTEAGUDO
Desde Cannes
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En su 13ª participación en Cannes, Loach pudo festejar.

Desde 1970, cuando se presentó por primera vez en la Croisette con la legendaria Kes, en una de las secciones paralelas, el director británico Ken Loach estuvo en trece oportunidades en Cannes, ocho de ellas en competencia oficial. Dos veces –en 1990 por Agenda secreta y en 1993 por Como caídos del cielo– se llevó el Prix du Jury, que nunca fue considerado uno de los principales. Y ahora con The Wind that Shakes the Barley –un título inspirado en un poema del irlandés Robert Dwyer Joyce, que habla de los vientos que agitan los campos de cebada de Irlanda– acaba de ganar ayer, por fin, la codiciada Palma de Oro.

El jurado, presidido por el director Wong Kar-wai e integrado por sus colegas Lucrecia Martel –con un look muy Silvina Ocampo–, Elia Suleiman y Patrice Leconte, y los actores Tim Roth, Samuel Jackson, Helena Bonham-Carter y Monica Bellucci, tomó la decisión en forma unánime. Exhibido el primer día de la competencia, el film de Loach se impuso en la consideración del jury por encima de sus 19 competidores, que incluían nombres de peso como los de Nanni Moretti y Aki Kaurismäki, que se fueron con las manos vacías. Pero en la decisión parece haber pesado no sólo la solidez que se deriva del film sino también el regreso de Loach –después de algún paso en falso– a los temas que mejor maneja.

En The Wind that Shakes the Barley, Loach se interna en los comienzos del movimiento independentista en Irlanda, allá por 1920, cuando lejos de Dublín se forman las primeras facciones del Ejército Republicano Irlandés (IRA), para resistir la masiva ocupación territorial y los abusos de las tropas británicas. Con toda la enorme sala del Grand Théâtre Lumière aplaudiendo de pie, el director de Riff Raff no se privó de fijar su posición, fiel a sus convicciones: “Mi película es sobre la esperanza, sobre un pequeño paso que se dio contra el imperialismo británico. Espero que al hacer un film que expresa la verdad de lo sucedido en el pasado nos ayude también a comprender las verdades ocultas del presente”.

Aquí en Cannes, el film de Loach no fue leído solamente en relación con la situación irlandesa, sino también como un espejo de lo que puede llegar a suceder cuando comiencen a retirarse de Irak las tropas de la intervención anglo-estadounidense. En su nueva película, dos hermanos que comienzan luchando juntos por la causa irlandesa terminan enfrentados cuando los ingleses se alejan del campo de batalla para dividir a la resistencia y mantener sus intereses económico-estratégicos.

El Grand Prix du Jury, el segundo premio en importancia, fue para Flandres, del francés Bruno Dumont, quien ya había ganado este mismo premio en 1999 por La humanidad. Y, de alguna manera, su nuevo film también está hablando de Irak, o más bien de la manera en que la experiencia de la guerra marca la vida de aquellos que van al frente de combate y vuelven sin ser capaces de poder articular sus sentimientos.

Con el premio al mejor actor a todo el elenco de Indigènes, del francoargelino Rachid Bouchareb, el jurado pareció querer contribuir a limpiar la conciencia de Francia: la película recupera del olvido a los soldados de las distintas colonias francesas en Africa que durante la Segunda Guerra Mundial lucharon por liberar de los nazis a un país que antes jamás habían conocido. Para equilibrar la balanza, el premio a la mejor actriz fue para todo el elenco de Volver, de Almodóvar (también se llevó la recompensa al mejor guión). La decepción de Almodóvar por no haberse llevado la Palma de Oro fue evidente, al punto que luego justificó sus nervios afirmando que había tenido que regresar a Cannes ayer mismo con todo su elenco, sin saber si iban finalmente a llegar a tiempo.

El mexicano Alejandro González Iñárritu, en cambio, quedó más que satisfecho con el premio al mejor director por Babel, una pretenciosa película coral a la manera de Amores perros y 21 gramos. Este premio en particular evidenció el perfil más bien consensual y conservador que predominó en el palmarés, a pesar de la presencia de directores de riesgo en el jurado, como Wong Kar-wai, Elia Suleiman y la argentina Martel. Babel es uno de esos films calculados para ganar festivales y este jurado le dio la razón, en detrimento de films de otra madera, de mayor profundidad y nobleza, como Luces al atardecer, del finlandés Aki Kaurismäki, o Juventude em marcha, del portugués Pedro Costa, que fueron injustamente olvidados. Se diría que solamente el Grand Prix a Flandres, de Bruno Dumont, sintoniza con el cine más exigente y contemporáneo.

La argentina Crónica de una fuga se quedó sin premios, pero a cambio el cortometraje Primera nieve, de Pablo Agüero, se llevó el Prix du Jury, el segundo en importancia en su categoría. De un pulso y una tensión inusuales en un corto, Primera nieve habla de un cineasta a seguir. “Crecí en El Bolsón, en la Patagonia”, declaró Agüero. “Mi madre decidió instalarse en esa región aislada y afrontar sola la precariedad, la naturaleza furiosa y la educación de ese niño que era yo. Primera nieve encarna angustias de mi infancia, la llegada al Bolsón y la proximidad de la muerte.”

Más allá de los premios de la competencia oficial, el balance de Cannes 2006 no puede cerrarse sin un encendido elogio a la Quincena de los Realizadores, la sección paralela curada por tercer año consecutivo por Olivier Père, programador de la Cinemateca Francesa. La audacia de su selección fue equivalente a su rigor y, también, a su espíritu lúdico, eminentemente cinéfilo. Fue así como en la Quinzaine convivieron desde el cine más radical y de búsqueda –donde se encuadra Fantasma, el film argentino de Lisandro Alonso, suerte de “coda” a La libertad y Los muertos– y el cine de género, como la coreana Gue Mool, de Bong Joon-Ho o Bug, de William Friedkin, en la que fue la primera incursión de este maestro de Hollywood en Cannes.

Si bien otros años el cine asiático supo dominar el terreno de la vanguardia en la sala Noga, este año puede considerarse como el del renacimiento del cine europeo. Nadie podía prever que de España –y de su libro de los libros, Don Quijote de la Mancha– podía salir un film tan generoso, tan poético y tan libre como Honor de caballería, del debutante catalán Albert Serra. Italia, que también necesita desesperadamente renovar su plantilla de directores, acaba de poner a uno nuevo en el mapa, Kim Rossi Stuart, con su ópera prima Anche libero va bene, un film que pone en escena la neurosis familiar que corroe a la clase media italiana. Un tema equivalente, pero con un tono más grave, lo cubre la alemana Sommer 04, de Stefan Krohmer. Con Fehér Tenyér, Szabolcs Hajdu demuestra que es posible el cine en Hungría después de Bela Tarr: su film no podía ser más diferente al del autor de Satantango y, al mismo tiempo, no resigna su pertenencia a su cultura nacional. Y la Cámara de Oro al mejor primer film para 12.08: East of Bucarest del rumano Corneliu Porumboiu –de un humor político corrosivo– confirma que Cristi Puiu no está solo en los Cárpatos.

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