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Martes, 16 de abril de 2013
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Opini贸n

Un ejercicio de memoria

Por Jorge Coscia *

El nombramiento de Araceli Bellotta al frente del Museo Hist贸rico Nacional ha desatado una cadena de rechazos, editoriales y, tambi茅n, de entusiastas adhesiones. No sorprende que un hecho que nada tiene de extraordinario, como el reemplazo de un funcionario por otro, pueda ser objeto de pol茅micas y opiniones diversas. Pero en este caso particular, se ha llegado a desmesuras y escandalosas omisiones que justifican una reflexi贸n de quien escribe, responsable del ente en cuesti贸n. Un editorial de un m谩s que centenario peri贸dico ha llegado a hablar de pol铆ticas culturales facciosas, comparables con las que llevaron adelante la Banda de los Cuatro en China, Stalin en la Uni贸n Sovi茅tica o Goebbels en la Alemania nazi.

La omisi贸n del editorialista reside en olvidar que esos nefastos personajes no desplegaron sus pol铆ticas 鈥渇acciosas鈥 en la Argentina. Aqu铆, en su reemplazo, tuvimos otras facciones resultado de reiterados golpes de Estado, como los de Uriburu en 1930, Lonardi-Aramburu en 1955, Ongan铆a en 1966, y el remate genocida de 1976, con 鈥渓a banda de los tres鈥, Videla, Agosti y Massera. En ese punto, el redactor deber铆a recordar que nuestros facciosos criminales de Estado fueron recibidos con benepl谩cito por los mismos espacios editoriales que hoy repudian nombramientos impulsados por un gobierno democr谩tico, leg铆timo y que ejerce atribuciones otorgadas por la Constituci贸n Nacional.

Los que se desgarran las vestiduras por el nombramiento de Araceli Bellotta al frente del Museo Hist贸rico Nacional han omitido su formidable trayectoria intelectual y sus antecedentes como directora del Complejo Museogr谩fico Provincial Enrique Udaondo, el m谩s grande del pa铆s. Durante cuatro a帽os, a pesar de las dificultades presupuestarias, Bellotta logr贸 abrir quince salas y mejorar las condiciones de tan importante espacio ubicado en Luj谩n. Otra omisi贸n consiste en pasar por alto que la historiadora ha publicado numerosos libros, fruto de un apasionado y criterioso trabajo de investigaci贸n, que la llev贸 a las fuentes de nuestra historia reciente.

Como funcionario he propuesto a Bellotta con la finalidad de trasladar sus m茅ritos al mayor museo hist贸rico que administra la Naci贸n. Lo hice sin menoscabar los antecedentes del reemplazado, pero con el confeso af谩n de mejorar un 谩rea que puede ser optimizada y profundizar la labor muse铆stica del espacio, integr谩ndolo al circuito de la zona centro sur de la ciudad. All铆 se expande una parte fundamental de la historia argentina, con el Cabildo, la Casa Rosada, su Museo del Bicentenario, la Manzana de las Luces y el viejo Parlamento Nacional.

Luego de casi cuatro a帽os de gesti贸n, tom茅 decisiones que se corresponden con una concepci贸n de la historia que jam谩s ocult茅 y que algunos interpretan como una 鈥渘ueva historia oficial hegem贸nica鈥. Nadie puede equivocarse: la historia oficial no es la que defendemos los que abrimos el debate. Nos interesa revisarla en el an谩lisis de sus hechos y consecuencias, pero sin dejar de lado esta voluntad, mantenemos una diversidad de espacios: del Museo Hist贸rico Nacional a los museos Mitre y Roca; del Instituto Juan Domingo Per贸n al Browniano e Yrigoyeniano. Nadie puede escandalizarse de que promovamos lo excluido, lo que fue censurado en d茅cadas de construcci贸n prepotente de una historia al servicio de los intereses m谩s concentrados y ego铆stas del pa铆s. Los mismos que, cada vez que la voluntad popular cuestion贸 su hegemon铆a, conspiraron con golpes de Estado, o de mercado, para mantener sus privilegios. Siempre con el falsario grito de que se encuentran amenazadas la libertad, la Rep煤blica, o, en el caso de la historia, 鈥渓a Academia鈥. 驴O acaso no se utiliz贸 esa historia oficial para la pol铆tica que tantas veces llev贸 a la Argentina a su inviabilidad y a la exclusi贸n de amplios sectores? Una historia de pocos significa beneficio para pocos.

No hay otra historia oficial que la que construyeron los poderes concentrados con la amalgama de papel, sangre y colonizaci贸n pedag贸gica. La nuestra es una mera defensa de la memoria. Que nadie tema la disidencia ni el debate. Ning煤n gobierno puede instalar una historia oficial: ella se construye con d茅cadas de hegemon铆a y concentraci贸n del poder. Pero tambi茅n con censura, monopolizaci贸n de los medios, exclusi贸n social e insularidad de las academias y universidades.

En estos d铆as, y a treinta a帽os del fin de la dictadura, la explicitaci贸n de la pertenencia pol铆tica deber铆a ser un m茅rito y no una ofensa. Sea en una pechera, en una canci贸n partidaria o en los argumentos de un libro. La antipol铆tica es una de las armas m谩s eficaces de los poderes que amenazaron la democracia. Un historiador defiende el pulso de Margaret Thatcher para asesinar a cientos de argentinos en el mismo diario que se horroriza por un nombramiento de quien re煤ne los mas s贸lidos antecedentes para dirigir un museo.

Las vestiduras rasgadas de quienes se sienten amenazados por meritorios nombramientos me llevan a la siguiente reflexi贸n: en estas 煤ltimas tres d茅cadas, con luces y sombras, la democracia ha tenido reiteradas amenazas y condicionamientos. Hoy, con avances y una evidente consolidaci贸n de sus reglas. Aun as铆, el mayor riesgo para su plena vigencia es la desmemoria. Sospecho que es 茅sa la raz贸n por la que, con exagerado dramatismo, se discute en estas horas.

* Secretario de Cultura de la Presidencia de la Naci贸n.

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