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Miércoles, 28 de agosto de 2013
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El Festival de cortos de animación Cartón, una iniciativa que suma y crece cada año

La pantalla, fuente de poesía visual

El encuentro organizado por FM La Tribu tuvo una velada de cierre con sabor a gloria en el Espacio Incaa del Gaumont: además del éxito de convocatoria, pudieron verse materiales de alto vuelo artístico, que obtuvieron merecidos premios.

Por Andrés Valenzuela
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Negro, de Wal, se alzó con la categoría “Animación tradicional/digital” y el Gran Premio del Jurado.

Rostros algo cansados, pero sin nervios, sin ansiedad, sin preocupaciones. Así lucían los organizadores del Festival de cortos de animación Cartón, que tuvo su velada de cierre en el Espacio Incaa del Gaumont anteayer, cuando se entregaron los premios que arrojó esta tercera edición. Rostros que evidenciaban la consolidación de un trabajo en equipo, las espaldas de FM La Tribu para aportar a la organización de un festival de estas características y, sobre todo, objetivos cumplidos. Ya el domingo, miembros del equipo comentaban a Página/12 que durante algunas jornadas había quedado gente fuera del auditorio en el que se proyectaban los cortometrajes animados, algo inesperado para el equipo.

El Festival aportó a lo largo de siete días la difusión de 64 cortometrajes de 14 países. También proyectó tres largometrajes animados: Anima Buenos Aires, que ofició de homenaje a Caloi –padrino del encuentro desde la primera hora–, Vampiros en La Habana, clásico del cine de la isla, y El Sol, de Ayar Blasco, quien el lunes se calzó el traje de maestro de ceremonias y alternó la conducción de la entrega de premios con Diego Cabarcos y Marisa Fernández Villalba, del programa Va... de retro (coorganizadores de Cartón junto con Leandro Seoane, Martín Araneda y Agustín Sinibaldi).

Además de la proyección de obras, Cartón dedicó una porción importante de espacio al tejido de redes y alianzas con otros nodos productores. Así, hubo charlas para los impulsores del encuentro cordobés CineTiza, el festival de esa misma provincia Anima (el más importante del país en la especialidad), intercambio con talleres de Capital y el conurbano, charlas sobre la incorporación de software libre a la producción de dibujos animados y hasta un repaso por el rol que pueden tener los videojuegos en la creciente industria.

“Otros de nuestros objetivos es no ser sólo un espacio para mostrar, sino también incentivar la producción”, explicaron los conductores y destacaron la incorporación a charlas, talleres y spots oficiales de animadores que habían presentado trabajos en las primeras ediciones del Festival. “Buscamos afianzar las redes que venimos armando, queremos que quienes mandan trabajos se incorporen a nuestra red, que no quede de un lado el festival y del otro los productores”, definió Fernández Villalba, mientras su compañero contaba que los cortos mencionados y ganadores de esta edición integrarán una muestra itinerante que recorrerá el país.

El gran ganador de la noche del lunes fue Negro, un cortometraje de Wal que se alzó con la categoría “Animación tradicional/digital” y con el Gran Premio del Jurado. Se trata de un relato de trazos blancos sobre un fondo negro que narra una historia policial sórdida sin palabras. Intensa, bien musicalizada y con varias vueltas de tuerca, Negro plantea una ciudad arruinada por el narcotráfico y la connivencia política. Wal se llevó una de las curiosas estatuillas doradas (había tres, una para cada una de las categorías principales) realizadas con materiales recuperados por la escultora Valeria Camaño.

En esta edición del festival los premios se dividieron por técnica, y además de la animación tradicional se premiaron los trabajos en Flash y por Stop Motion. Por la primera ganó Apple pie, de Pablo Polledri, que narra de modo muy sencillo cómo una mujer prepara con enorme esfuerzo una tarta de manzana que su marido devora en un segundo. Por la segunda ganó la impactante Nuestra arma es nuestra lengua, de Cristian Cartier Ballve. Nuestra arma es nuestra lengua es un corto particularmente impresionante, que encanta por la utilización impresionante de telas de diferentes texturas para construir a los personajes y el ambiente. Es un relato fantástico en el que una criatura secuestra a una mujer y masacra un pueblo y empuja a un hombre al rescate: trabajo de gran virtuosismo, belleza y con toque estéticos que recordaban a cierto cine de los ’70 y ’80. Los tres premios principales quedaron en manos de realizadores nacionales.

Además, el jurado distinguió otros nueve cortos por distintos motivos (idea original, narración, realización, estética, menciones especiales y a los surgidos de talleres), y el colectivo organizador del Festival celebró otros dos: Memento Mori (de Daniella Wayllace), una coproducción belga-boliviana atravesada por un excepcional trabajo de danza y expresión corporal, y Pasajes (de Luis Paris), de sobria belleza en sus contrastes blancos y negros, que muestra una recorrida en bicicleta por un barrio. “Destacar Pasajes, para nosotros, también es apoyar el modo de vida sustentable de la bicicleta, que es muy importante en La Tribu, como saben todos los que visitan la casita de Lambaré”, reflexionó Fernández Villalba.

De las dos menciones especiales del jurado, una fue para Lo de Ribera (de Juan Carlos Camardella), un corto realizado con software libre que retrata el ambiente milonguero de 1913, repleto de cuchilleros, malandras, malevos y músicos, y que se aboca a la difícil tarea de presentar un universo complejo y a la vez animar el baile de dos milonguitas. La otra le tocó al brevísimo Tiro al blanco (de Pablo Kondratas), celebrado “por su simplicidad, efectividad y humor”. Aquí los realizadores muestran a dos galletitas jugando a Guillermo Tell, con particulares consecuencias.

Más allá de rúbricas y festejos, del panorama presentado en el Festival Cartón se aprecia una producción local creciente y diversificada. Esta es la primera edición en la que la gran mayoría de los cortos premiados son argentinos y, además, provienen de distintos puntos del país, como Puntos (de Gualpa y Sgró), de Córdoba, premiado por su narración, y ZOOz (de Pablo Delfini y Luis Guillermo González), de Burzaco, por su realización. También se disfruta y celebra el recorrido por apuestas estéticas de enorme variedad y el ojo de los realizadores para aprovechar las texturas de objetos y materiales de trabajo, que no siempre se aprecian en las superproducciones. Finalmente, se advierte en el Festival en su conjunto, tanto en cineastas como en organizadores y público, un cierto espíritu lúdico, un cariño vital por la disciplina a la que se acude con auténtico disfrute. Porque al cabo, hay pocas cosas que se disfruten tanto como ver dibujitos al terminar el día.

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