Alrededor del año 800 las hordas vikingas atacaron esta ciudad y la atravesaron matando, violando y saqueando con desenfado. Desde mi ventana, en lÃnea con la antigua muralla que rodea el casco histórico, tengo una vista perfecta del valle y el rÃo Charente, lo cual me hace pensar que estoy en un puesto de centinela. Los vikingos no aparecerán y mi tarea en esta mansión no es vigilar, sino dibujar historietas.
Esta apacible ciudad adoptó a la historieta como motor cultural y abre sus puertas a los artistas que vienen de lugares remotos del mundo. Hay una comunidad de dibujantes, muchos de los cuales residen en La Maison des Auteurs, una institución dedicada a apoyar la historieta independiente. Uno puede recorrer las calles y perderse en el entramado medieval (época en que, al parecer, no conocÃan la lÃnea recta). Por momentos las calles, con su mÃstica de antiguas casas de piedra gris, se asemejan a los tramposos senderos de Parque Chas y un poco al cementerio de Recoleta. La presencia sudamericana aquà es escasa y más aún la argentina. Es muy difÃcil encontrar a un inmigrante del otro lado del océano. Asà que la tarea de encontrar mate se hace complicada. Esta preciada mercaderÃa exótica es el tributo que impongo a todo aquel expedicionario de las pampas que viene a visitarme.
Acerca de la actividad que me compete, Angoulême se convirtió en un centro importante de la historieta no solo por el festival. Aquà se encuentra el museo de historieta más importante que conozco, una enorme biblioteca de acceso gratuito para los artistas, la EESI –una escuela de historieta de nivel terciario– y La Maison des Auteurs. La avenida principal se llama Rue Hergé, en honor al creador de Tintin. Durante el festival y si uno asiste como artista, le esperan dÃas muy agitados: reuniones con editores, con colegas, largas sesiones de dedicatorias, la participación en una muestra colectiva y lo más agotador de todo: las 24 horas de la BD, que consiste en hacer 24 páginas en 24 horas. Si bien suena a un suplicio, mi experiencia por participar el año pasado fue enriquecedora. Si uno asiste como público le esperan muestras en varios puntos de la ciudad, un buen botÃn de libros, conferencias y las mejores fiestas. La que más me interesa es la del mercado de Angoulême. Allà los productores locales agasajan al visitante con una orgÃa de exquisiteces francesas. También hay un Angoulême Off, de gran efervescencia editorial. Hay fanzines de alto nivel que tienen su fiesta.
Fuera del festival, los dÃas en Angoulême transcurren lentos y húmedos como el plato tÃpico de esta zona: el caracol. Me verán comiendo quesos de fétidos aromas o hÃgados de gansos torturados o regado por ese elixir llamado cognac, pero jamás verán meterme ese bicho en el estómago. No da.
* Lucas Varela es dibujante. Colaboró en Fierro, publicó –entre otros– El sÃndrome Guastavino y Paolo Pinnocio, con el que accedió a la selección oficial de Angoulême en 2013. Su obra más reciente es Diagnostiques, junto a Diego Agrimbau.
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