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Lunes, 25 de agosto de 2014
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Opinión

Tango querido

Por Susana Rinaldi *

Hay situaciones que demuestran, mejor que ciertas aseveraciones, que la memoria no es frágil. Ayer, por ejemplo, recogimos en el tiempo una figura discriminatoria encarnada hace muchos años en un presuntuoso productor fonográfico llegado de México a nuestro país con el firme propósito de eliminar de un día para el otro obras notables de autores y compositores argentinos que, desde el tango, marcaban la importancia de ese patrimonio cultural que años más tarde haría escuela en el mundo entero. Precisamente fue la Unión Europea la encargada de propalar, con la autoridad que se le admite aún hoy, una moda avasallante no sólo desde la música en todos sus estilos sino además en el modo de vestir y hasta de modular desde una cadencia porteña que buscaba ser imitada por generaciones que intentaban reflejarse en un “canyengue” que les fascinaba. Sin embargo, y a pesar de estos antecedentes prestigiosos –quizá con la complicidad de algún renegado local–, ese productor extranjero, obedeciendo órdenes emanadas de la “isla madre”, hizo desaparecer obras geniales de compositores como Alfredo Gobbi, Osvaldo Pugliese y Enrique Santos Discépolo, entre muchos otros, quemando las matrices que interceptaban al parecer el advenimiento de un tiempo coronado por una creación inolvidable para muchos de nuestra generación, llamada “El Club del Clan”. ¡Dejémoslo ahí!

Hicieron lo imposible y más para ahogar al tango en la bulliciosa y despreocupada memoria colectiva de aquel entonces. Sin embargo, de nada sirvieron esos esfuerzos: no lograron hacer desaparecer a Astor Piazzolla, “grande entre los grandes”, quien lideró a un conjunto de artistas que al ritmo inigualable de su historia, dejaron y dejan día a día estampada su impronta alegre, divertida, creativa, que equilibra nuestra melancolía habitual. Quizá sea esta permanencia inalterable la que nos obliga a participar para denunciar un gesto de discriminación que nos hace demasiado ruido y no queremos obviar.

Nuestra industria discográfica vuelve a premiar los talentos del año anterior entre los creadores musicales, con una nueva entrega de los “Gardeles”. Lo significativo es que, en esta oportunidad, los premios al rubro “Tango” se entregarán al margen de la “gran fiesta”, lejos del “mundanal ruido”, en una confitería tradicional. ¿Qué les pasó a los organizadores? ¿Cuál fue el reparo? A menos que quieran cuidar “el medio ambiente”, porque el “tango contamina”. ¿Cuál sería el “virus contaminador”?

Será la del tango una ausencia inexplicable. ¿Quién es hoy el émulo de aquel productor llegado de México? ¡Vaya uno a saber! Lo que sí sabemos es que el tango, a través de los años, cobra cada vez más fuerza, desde el barrio que lo vio nacer. El mundo entero sigue subyugado y entregado a su magia que invita al abrazo y no alcanzan los torpes organizadores de barricadas bullangueras para frenar sus virtudes. De igual modo observo a los diferentes “Gardeles” que engalanan mi escritorio y que forman parte de la infinidad de reconocimientos que la vida y el mundo me regalaran y, al mismo tiempo, me pregunto: ¿cómo hicimos para vencer los espíritus de la discriminación?

¡Gracias, tango, quién entonces me diría que yo te debería todo mi corazón!

* Artista. Diputada de la Ciudad de Buenos Aires.

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