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Miércoles, 9 de agosto de 2006
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EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CUENTACUENTOS

“Si no saco el cuento por la boca, explota adentro mío”

La narradora Ana Padovani y Claudio Ledesma, uno de los organizadores del festival, definen el espíritu del encuentro: “Vivimos en una sociedad tan bombardeada por las imágenes que necesitamos el bálsamo de la oralidad”.

Por Silvina Friera
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“Al tomar un texto, el narrador debe hacer un trabajo de respetuosa ‘traducción’ que no siempre es fácil.”

Ana Padovani, pionera de la narración oral en el país, dice que “no es casual que en pleno auge de la globalización y de la tecnificación, aparezca con más fuerza que nunca la necesidad de contar historias”. Y muchas, cientos de historias, podrán ser escuchadas en el Festival Internacional de Cuentacuentos Te doy mi palabra, que contará con la participación del grupo Venique Tecuento (Córdoba), Ernesto Suárez (Mendoza), Liliana Cinetto, Patricia Orr, “el príncipe de Camerún” Boniface Ofogo Nkama (ver aparte), Alejandro Piar (Cuba), José Luis Mellado (Chile), Mayerlis Beltrán y Fernando Cárdenas (ambos de Colombia) y los narradores del círculo de Cuentacuentos, organizadores del encuentro junto con la Asociación de Artes Escénicas. En esta quinta edición, que comienza hoy a las 19 (ver agenda) y se prolongará hasta el 15, además de las presentaciones en escuelas, cafés, teatros y bibliotecas, habrá talleres de formación y perfeccionamiento. “Vivimos en una sociedad tan bombardeada por las imágenes que necesitamos el bálsamo de la oralidad”, señala Claudio Ledesma, integrante del círculo de Cuentacuentos, que se define como “un contador profesional de historias”.

En la entrevista con Página/12, Ledesma y Padovani admiten que la narración cada vez crece y se expande más en el país y en el mundo. “El movimiento surgió a fines de los años ’60”, explica Padovani, autora de Contar cuentos, desde la práctica hacia la teoría (Paidós). “Las corrientes inmigratorias de africanos y de árabes, que son maravillosos narradores orales, encontraron espacios tanto en Londres como en París y empezaron a surgir espectáculos de narración que se fueron asimilando casi al espacio teatral. Este movimiento llegó al país a mediados de los ’80 y no paró de crecer.” Ledesma agrega que “las historias que contaban esos inmigrantes eran un modo de luchar y de pelear contra el olvido y la muerte”.

–Está emparentada con el teatro y con la literatura, pero ¿cómo definirían el arte de la narración oral?

Ana Padovani: –Con el teatro y con la literatura está emparentada en la Argentina, lo que no sucede en otros países. En Europa los narradores no vienen del teatro ni de la literatura, son narradores que transmiten historias propias, de la tradición, y sus puestas en escena distan mucho de lo teatral. Acá nosotros empezamos a mezclarnos donde era posible que se mostrara lo que estábamos haciendo: en los teatros, en los cafés. Buenos Aires particularmente es una ciudad europea, mira para afuera, entonces tiene mucha más conexión con la literatura y con los libros como fuentes de inspiración más próximas que con las tradiciones orales. Los árabes, los africanos y varios países de América latina, especialmente los colombianos, tienen una fuerte tradición de relatos orales y son los narradores los encargados de mantenerlos.

Claudio Ledesma: –En la narración oral se comparten imaginarios, uno ve a través de su propia historia lo que el narrador le propone. Para mí la protagonista es la historia, el cuento, y el narrador es el medio.

–¿Cómo explicarían la distancia que hay entre la palabra escrita y la narrada?

A. P.: –La literatura es estilo, es trabajo sobre la forma, sobre la palabra. Del narrador brota y surge la palabra y cuando toma un texto tiene que hacer un trabajo de respetuosa “traducción”, que no siempre es fácil, para pasarlo por sí mismo sin cometer una traición sanguinaria con el texto.

C. L.: –Yo trabajo con las imágenes, no me enamoro tanto de las palabras sino de la historia. Un cuento es como una película contada a través de imágenes.

A. P.: –En este punto la narración oral está más cerca del cine que de la literatura.

–¿Qué tiene que tener un relato para que ustedes decidan contarlo?

C. L.: –La narración es un medio de expresión, si no saco el cuento por mi boca explota dentro mío (risas). Los narradores comenzamos a desarrollar otro ojo lector, que distingue lo que es o no contable. Uno quiere decir algo con la historia que elige; es una forma muy terapéutica porque ponemos en palabras las cosas no dichas, buscamos una excusa en palabras ajenas. Hay autores que en sus textos tienen mucha carga oral y son fáciles de adaptar, pero Borges prácticamente no puede ser adaptado porque dejaría de ser Borges.

A. P.: –Tiene que tocarme una fibra muy fuerte, ser algo muy visceral para que despierte mi deseo de contar. Hay algunos escritores que siento que escribieron para mí. Como Cortázar, que juega todo el tiempo con las palabras y con el deslizamiento de la ficción a la realidad, que es lo que más me gusta trabajar como narradora. Denevi, un escritor poco frecuentado y reconocido, tiene cuentos narrables maravillosos. Borges es para disfrutarlo como lectora, pero no se puede pasar a la oralidad. Pienso que cuanto mejor es la literatura, peor es para la oralidad.

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