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Lunes, 18 de septiembre de 2006
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“DE PUNTA A PUNTA”, ENCUENTRO MULTIDISCIPLINARIO EN USHUAIA

Viaje cultural a la integración argentina

Durante seis días, la iniciativa de la Secretaría de Cultura de la Nación llevó música, teatro y muestras diversas al Sur argentino, con un objetivo explícito: propagar conciencia sobre los derechos humanos.

Por Cristian Vitale
Desde Ushuaia
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Juan Moreira cubierto de nieve, en una obra infantil montada por el grupo Juglares.

Son las tres de la tarde y el presidio está vacío. En el patio central, inmenso y circular, el silencio ensordece. A lo alto, unos ventanales comunican con picos nevados, inalcanzables. Y dejan que filtre el sol. Así, hasta que una música lisérgica de fines de los ’60 interrumpe el clímax. Es “The End” de The Doors. Sintomático en dos sentidos. Uno: es el mismísimo fin del mundo. Otro: la voz de Jim Morrison parece eternizar el tormento de los presos que lo poblaron cuando Ushuaia era apenas ese horrible panóptico foucaultiano, más una ciudad militar en ciernes. Pasaron casi sesenta años desde que Juan Perón lo cerró por inhumano, pero el fin del mundo no abandonó del todo su esencia uniforme y ordenada. Alrededor de la cárcel –que hoy es un museo bastante marketinero– está el Hospital Naval. En las aguas del canal de Beagle, a dos cuadras, anclan buques de la Armada que son como pueblos militares gigantes. Y una porción nada despreciable de sus 50 mil habitantes es gente vinculada con la institución, incluido algún amigo de Astiz –una de sus últimas novias era de Ushuaia– y de Massera. El contexto es el propicio para que el programa de la Secretaría de Cultura de la Nación (“Argentina de punta a punta”) cumpla con uno de sus objetivos primordiales: propagar conciencia sobre los derechos humanos desde La Quiaca hasta los mismísimos confines nevados del Sur.

Uno de los espacios escogidos para la muestra es el ARA Patagonia, buque de la Armada, que surca las aguas del Sur desde 1999. El capitán, Gustavo Aristigui, recibe amablemente al contingente de periodistas. Pero parece algo incómodo ante un collage montado por jóvenes artistas en el que se lee: “¿Y los 30 mil dónde están?” El graffiti, hecho con fibrón negro, está ubicado en la mismísima entrada del barco. Probablemente, el capitán esté pensando en una provocación, pero no lo dice. Permanece amable hasta el fin del tour cultural por el buque. Informa que muchos de sus subordinados nacieron bajo las “21 primaveras en democracia”, nombre de la exposición que involucra a 140 artistas, y tira algunos latiguillos del tipo: “La Armada tiene 200 años, no 30” o “En la Biblioteca también tenemos libros de García Márquez”. Sin embargo, no se ven marineros en el hangar durante la muestra de Meiji, “100 años de humor gráfico en Argentina”. Sí Aristigui, que ingresa para una de las últimas diapositivas y presta atención a las caricaturas que el humorista creaba para la Revista Humor en los años de la dictadura. “El problema del presunto fracaso de nuestras gestiones es que siempre están interrumpidas por gobiernos civiles”, dice un militar en la historieta. En el hangar todos los civiles muestran una sonrisa. Y el capitán, al menos la presume. Suponiendo la población del ARA Patagonia como una reproducción de la Marina a pequeña escala, sus 180 habitantes parecen más entusiasmados por la banda de folklore propia –Las Voces del Mar– que por los dibujos de Meiji. “Nosotros queremos que la sociedad sepa de las actividades humanitarias que llevamos a cabo –afirma el capitán–. Campañas sanitarias, apoyo logístico en desastres naturales, reparto de víveres en poblados alejados, etcétera.” El fin de integración –sin olvido ni perdón, claro– de esta particular y arriesgada puesta puede decirse que resultó empate.

El triunfo estuvo en otro lado. Aunque proliferan el verde y el azul fajina, Ushuaia también muestra otros colores. El celeste y blanco de las banderas de la CTA que, el día del inicio de la muestra, marcha por las calles en defensa de la educación pública; el variopinto de los techos de chapa, o el multicolor de sus EGB llenas de alegría y esperanza. Una de ellas, la Ernesto Sabato, está ubicada en una barriada de las afueras. Tiene algunos problemas edilicios, pero está muy bien equipada. El pasillo donde la madre de Plaza de Mayo, Tati Almeida, y el subsecretario de cultura de la Nación, Pablo Wisznia, conmemoran el aniversario de La Noche de los Lápices, está cubierto de artículos de Juan Gelman. Participan alumnos y –algunos– padres, y todos gritan presente cuando Tati nombra a cada desaparecido en aquella noche. “Ellos no están físicamente, pero sí a través de todos ustedes”, les dice a los jóvenes.

Otra de las escuelas elegidas está bastante retirada del casco urbano. Para llegar, hay que serpentear montañas, bordear el abismo y contemplar la inmensidad blanca que empalaga la mirada. Se llama Provincia de Entre Ríos, parece salida de un sueño y concurren a ella unos 40 alumnos. Todos hijos de los obreros del aserradero ubicado a orillas del transparente lago Escondido. El plan, en ella, es menos directo. Los derechos entran por otro flanco: un libro infantil (La murga del revés y del derecho) que analiza a las murgas como grupos de pertenencia, inclusión e identidad. Graciela Repún y Valeria Cis (escritora y dibujante) leen algunos párrafos y hacen leer otros a dos maestros. El feeling con los chicos es óptimo. Todos reconocen sus derechos fundamentales en un lugar que lo amerita. “Acá hay dos enfermeros y un ambulancista, pero doctores no”, informa una maestra. El más cercano está a 60 kilómetros.

El brazo artístico se manifiesta por las noches. En la primera, el Quinteto Ventarrón presenta sus tangos guitarreros en el coqueto Club Náutico. Recrean, contrabajo incluido, “El Choclo”, “Michelángelo ’70”, “A Don Agustín Bardi”, “Fangal”, e invitan a Rolando Goldman a tocar el charango. Pero el director de Arte de la Nación no quiere subir a escena. Prefiere hacerlo al otro día, perdido entre los árboles blanquísimos del Parque Nacional. Improvisa un dúo con guitarra y un sonido envolvente salpica de belleza norteña a su contrapunto geográfico. Luminoso. Es como la previa amateur del pedazo de Santiago del Estero, que Peteco Carabajal traslada a las orillas del Beagle con sus gatos, zambas y chacareras.

“Cada vez que uno anda por la Patagonia se da cuenta de lo distante que está”, lanza el crédito de La Banda. Su voz retumba en el inmenso galpón, que cobija del frío, la noche y la nieve a mil personas. El power-trío de chacarera –batería, bajo y criolla– suena durante dos horas. Tocan “Nuestra tierra”, “Solo para bailar”, “La luz de tu mirada”, “Voy de paso”, “Perfume de carnaval” y “Qué más puedo pedir”, una chacarera dedicada a su padre Carlos. En el medio sube el Chango Coplero, un “comisario” local amante del folklore y cierra la noche el Ballet Provincial. El teatro, otra apuesta fuerte del programa, también canta presente. Actores locales y visitantes se entrelazan en el radioteatro Las D’Enfrente, de Rubén Stella; un mago, Victoriano, le da la posta a la obra para chicos, El circo de los sueños, que repite en Puerto Deseado y Comodoro Rivadavia. Juan Moreira resucita en una obra infantil montada por la compañía Juglares. Y Graciela Dufau luce impecable en Diatriba de amor contra un hombre sentado de Gabriel García Márquez... el mismo escritor que dicen leer los marineros durante sus interminables travesías.

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