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Jueves, 14 de julio de 2016
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Una charla imperdible con Dino Saluzzi

“La verdadera música está relacionada con el espíritu”

Este fin de semana en el Café Vinilo, el público podrá entrar en contacto con las canciones de un disco aún inédito en la Argentina. “Son obras viejas que son nuevas, porque la idea que tuve cuando las compuse cambió”, sostiene.

Por Cristian Vitale
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“La patria es lo que uno ama. Si uno compara patria con lo que se está viviendo hoy se desorienta”, dice Saluzzi.

Lo primero que dice Gustavo, asesor todoterreno de Dino Saluzzi, es que “por favor” no se le nombre la palabra espectáculo. “Diga arte”, sugiere él, mientras el ascensor sube rumbo a un séptimo piso de Once. Lo segundo es recalcar las fechas en que el salteño se va a presentar junto a su agrupación familiar (viernes, sábado y domingo a las 21 en el Café Vinilo, de Gorriti al 3700), donde tiene pensado estrenar ante público argentino piezas de un disco aún no editado en el país (El valle de la infancia) antes de volar hacia Holanda y Alemania, donde el bandoneonista y compositor suele jugar de local. Y donde el nuevo trabajo sí se ha publicado. “Voy a hacer obras viejas que son nuevas, porque están compuestas hace mucho tiempo, pero nunca las toqué, y también parte del último disco”, es lo primero que enuncia el músico de 81 años acerca de lo que vendrá. “¿Por qué temas viejos que son nuevos? Bueno, porque la idea que tuve cuando los compuse cambió. Quiero decir que, cuando volví sobre ellos. me encontré con algo fresco, diferente, que me invitaba a un deseo de emancipación. En eso estoy”, explica el salteño, que siempre le regala ciertos misterios y ambigüedades al silencio.

Por ejemplo, para sugerir ciertos guiños acerca del título del álbum. Dice que le puso así para contar sobre las cosas que vio y vivió de chico. O sobre lo que no. O sobre la fantasía que provoca la unión de cosas antagónicas. “Todo queda grabado en la memoria para quien está despierto, y aquí se aprende una barbaridad. Resulta un aprendizaje que lo mantiene a uno dentro del centro, porque muchas veces se habla de la cultura, pero pocas veces se sabe qué quiere decir. Yo, por lo pronto, soy lo que soy y tengo mi centro en eso… en la infancia, que es una fuente de inspiración”, señala el experimentado músico nacido en Campo Santo, que tocará sus músicas rodeado por Félix Saluzzi, su hermano, en clarinete y saxo; José María Saluzzi, su hijo, en guitarra y Matías Saluzzi, su sobrino, en bajo.

–Muchos dicen que la patria es la infancia. En este caso pareciera ser que la música es la infancia. Al menos es lo que sugiere el nombre del disco…

–La patria es lo que uno ama. Si uno compara patria con lo que se está viviendo hoy se desorienta, porque si hubiera patria todos estaríamos apuntando para el mismo lado. Es más, yo creo que el error que produjo la concepción política después de 1930 generó absolutos males para la humanidad. Al no haberse podido evitar la Segunda Guerra mundial por intermedio de la política, quiere decir que ese seudo saber, entendido como acuerdo, transacción, negocio, o como se lo quiera llamar, no tiene valor. Y no es que lo diga yo… está demostrado, porque las cosas se hacen para que los seres humanos, que llevan una cuota ineludible de sufrimiento después de nacer, terminen en un yo que hay que construir. Y uno lo puede construir bien o mal, porque una vez que lo construye se delatan el estado o los deseos. ¿Qué quiero decir? Que uno puede construir para el bien, para el mal o para el equilibrio. Puede sentir, puede ser feliz, y puede, incluso, cavar su propia fosa. En esas situaciones que suceden después del nacimiento están todas las posibilidades de construir un mundo mejor, pero no por el centralismo que producen los partidos políticos, sino por el sentido de una apreciación intuitiva de lo que va a resultar en un mundo más armónico, o menos conflictivo del que se está viviendo ahora, sobre todo en el cono sur.

No es raro que Saluzzi unifique sus concepciones sobre la política, la filosofía, la cultura y la sociedad en una especie de existencialismo unicista, que no siempre se manifiesta. Pocas veces habla “literalmente” de música, porque sabe que casi no se puede. Sabe, como pocos, que ella habla por sí misma, y que las palabras alcanzan poco. Así lo demostró Timoteo –tal su primer nombre– a través de un largo trayecto, cuyo fogueo empezó mirando y admirando tipos como Enrique Delfíno, Astor Piazzolla, Cuchi Leguizamón y Julio De Caro; luego tocando en orquestas, grupos folklóricos (su bandoneón es el que suena en La cerrillana y Quiero nombrar a mi pago, discos emblemáticos de Los Chalchaleros, publicados en 1972), y finalmente en agrupaciones de jazz (su historia arroja colaboraciones con Charlie Haden, Al Di Meola y Egberto Gismonti) y discos seminales como De vuelta a Salta (1972); Kultrum (1982) y, por tomar alguno de su faceta internacional, el impresionante Rios, junto a David Friedman y Anthony Cox, editado a mediados de la década del noventa. No habla de música, él compone y toca… pero a veces se le ocurre algo tangencial: “Lo que yo pienso es que en la música estamos acostumbrados a la referencia. Nuestra cultura, nuestra forma de ser, nuestros hábitos y costumbres, están casi compelidos a la referencia. Y en la referencia no está en la creación”, señala, rodeado de instrumentos. De muchos instrumentos, discos, y afiches como el de un festival que compartió con Miles Davis, allá lejos en el tiempo.

–Hay que hablar de otra cosa, entonces.

–No. ¿Sabe que no? Habría que hablar de la referencia, porque la creación es muy importante. Pongo un ejemplo: si un ministro de Economía o de estos que suben el gas, que trabaja para una multinacional, y que lo han puesto para administrar una cosa tan importante como los servicios públicos, hace lo que hace, estamos en problemas. Lo digo porque si su inclinación fue armar una relación con esa multinacional, ¿cuál es el beneficio? ¿Dónde está la ventaja para los desposeídos? Nosotros sabemos muy bien que la voracidad, el acaparo y la mezquindad no sirven para el equilibrio total de la sociedad. Digo, tiene que haber un equilibrio para que todos los que no eligieron nacer al menos tengan la oportunidad de realizarse, porque esa misma falta de realización provoca egoísmo y rencor en las personas… en las que no tienen los millones de los que hablo. Y esa realización no se logra a través de un dogma, de un esquema o de una herramienta, sino de la creación. Hay que crear todos los días, y esto significa contraponer cosas a lo ya creado.

–¿Es misional lo que está diciendo?

–Es una misión tan compleja que, si no se logra, lo que vemos por las calles son chorizos con piernas, no personas. Y acá se pierde todo, porque en realidad, la referencia es lo que ya fue hecho, y si da resultado porque es una buena idea, o una ocurrencia que nos beneficia a todos por igual, bueno, pero hay cosas que no son así.

–¿Cómo se relaciona este pensamiento con la música?

–La música es lo que enseña. Si usted trabaja por ella… si piensa, experimenta, ayuda a entender “sin palabras”, porque la música no tiene palabras, aunque Buenos Aires esté infectada de cantantes. ¿Todos cantan ahora?

–Casi. Astor Piazzolla o Waldo de los Ríos defendían, cada uno a su manera, la música instrumental, y el Chango Spasiuk lo ha hecho hace poco ante este medio…

–Pero somos cincuenta millones… no alcanza solo con los que nombró. Es una cuestión muy compleja que exige análisis bien definidos, porque si no la gente se queda huérfana de posibilidades. A ver: el cantor puede nacer con una voz privilegiada, pero después ¿qué hace con ella?... y este es el problema: no se prepara, no entiende, cree que su facilidad natural es superior a la dificultad de los otros. Muchos artistas miden sus capacidades por la cantidad de gente que los aplaude… así no se puede. Es lo mismo que vender muchos libros o no. Además, la música tiene su status quo debido a las orquestas sinfónicas que dependen del presupuesto del gobierno y esto termina en un problema gravísimo, que es el de tocar todo el tiempo el mismo repertorio.

–¿Cuál sería entonces el papel “vindicador” de la música instrumental que defiende usted?

–Primero, vamos a explicar porqué la música mejora a las personas. Todo lo que lleva a uno a valorar una zamba o un tango desde el punto de vista musical es absolutamente necesario, porque sin eso no se puede. Lo que digo es que eso que está bien dirigido, bien hecho, le embellece la vida al destinatario, pero cuando la guitarra está desafinada, o se canta cualquier boludez pensando solo en la guita, es una total irresponsabilidad. Repito: la música no tiene palabras… hay canciones con palabras, pero la verdadera música no tiene palabras y está relacionada con el espíritu.

–Cuando se refiere a lo cantado, ¿la referencia es sobre el canto social, político o va en un sentido más abarcativo?

–Va en todo sentido, porque los mejoramientos sociales no se hacen cantando una zamba o lo que sea. Hay tipos que son irresponsables… te tiran un balde y te mojan.

–¿Pero eso le cabe a Gardel, a Spinetta o a lo que escribía Discépolo, también?

–No. Usted me está hablando de los capos y para darse cuenta quién tiene la verdad, hay que saber. “Que veinte años no es nada / que febril la mirada”... Muchos han mostrado un modo de ser de Buenos Aires, sí. Esta es la cultura de un pueblo, y no el que es mejor o vende más discos, o libros, sino el que se ocupa de nosotros, no como una nursery que nos cuida todos los días, sino el que nos muestra una experiencia que puede servirnos y servirle a los demás. Es más, cuando uno quiere hacer lo que sabe, y el ambiente se lo niega por cuestiones de distinta índole como el egoísmo, el partidismo político, los intereses comerciales o la estupidez de la fama y el aplauso, puede ser peligroso. Cuando se te niega poder tocar un concierto que escribiste, ¿qué se hace?

–Eso, ¿qué se hace?

–En mi caso, hacerlo con mi familia, para que sepan que no pueden atarle las manos a nadie. Y esto no tiene que ver solo con el vínculo, porque si hay que escribir una sinfonía, por más unión que se tenga, si no sabés lo que tenés que hacer, andate a tu casa… este es el problema: el desconocimiento, el desinterés y la deshonestidad. Hay muchas personas que tienen grandes valores, pero no tienen ni voz ni voto. Hoy que estamos en la cima de la desorientación, ¿no será el tiempo de cambiar todo de raíz?

–¿Esto hay que tomarlo como revolucionario? ¿Y en qué sentido, cualquiera sea el caso?

–No sé. ¿Qué es la revolución? Para mí, lo que sirve es la evolución, la revolución no sirve para nada. ¿Le parece pedante?

–Cada quien es como es…

–Yo digo mi verdad, claro. Pero hablemos lo que se pueda de música, si quiere. Yo creo que la música que tenemos nosotros es la más rica que hay en Latinoamérica. E incluso muchas dan para convertirlas en sinfonías. Hay una manera de defendernos, porque la vida es un interminable certamen por la pinta, por la ropa, por la plata, en donde algunos ganan misteriosamente, sin una explicación lógica, y han hecho ver que todo se puede conseguir solo con dinero. Es casi diabólico. Vuelvo, perdón: tanto el tango como el folklore argentino en general tienen elementos riquísimos, pero el problema es de estructura… no se puede poner un abogado, un médico o un contador para que dirija la dirección de Cultura, por ejemplo. No se puede tocar todo el tiempo música de afuera. ¿Cuándo vamos a mostrar lo nuestro, que también puede ser dicho en sinfonías?

–¿En este sentido habla de evolución?

–Exacto, porque una zamba no es lo mismo cuando se toca sin estudiar música, que cuando se toca sabiendo todo eso, pero en su forma primitiva. Acá está el verdadero amor por lo que somos y tenemos. Preocuparse y trabajar por nosotros, y dejarse de romper las pelotas con los partidos políticos, y con los tipos que dirigen las leyes, que no pueden pensar ni crear nada, porque siempre van a los libros. Yo no soy ni radical, ni peronista, ni comunista, ni nada. Yo me ocupo de trabajar con una música que le sirva a todo el mundo, sin especulaciones, porque la música es muy compleja, pero salva y sensibiliza. Amo la música que está en mi sangre… la que escuché cuando nací, la que imagino mientras crezco, la que saca el dolor. Lo único que falta es despertar una conciencia diferente en nuestro país, porque el argentino tiene una onda que ni le cuento. Solo hay que saberla encontrar.

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