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Domingo, 19 de noviembre de 2006
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LEONOR MANSO RECORRE LAS LOCAS QUE COMPUSO EN TEATRO Y TV

“Quiero que aparezca lo siniestro”

Sus personajes de 4.48 Psicosis y Mujeres asesinas recorrieron en 2006 una amplia gama del desequilibrio mental ligado a la muerte. “Con eso pude convivir, pero no con los chatos y los siniestros”, dice.

Por Julián Gorodischer
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“Lo bueno es mirar qué le pasa a una persona que puede llegar a matar en una situación extrema.”

Leonor Manso revelará, una tarde lluviosa de noviembre, cómo nace cada una de sus locas. Es la indicada para contarlo, porque a su cargo estuvieron las mujeres más inquietantes de la TV y el teatro de 2006. El proceso empieza de este modo: se imagina espiándolas como una voyeur en busca del momento privado que seguramente ellas querrían ocultar, como si el acto de hacer aparecer a sus mujeres al borde fuera la develación de una zona íntima y, también, una toma de partido por la alternatividad. Desde los tiempos de su mítica María Elena, madre desquiciada de Vulnerables (1999), ha sido repetidamente convocada para señoras iguales, pero su posición fue: “Nunca repetiré la peluca platinada o la boca pintada de rouge”.

“Mis personajes –sigue– no pueden ser como el anterior; tengo mis límites porque es mi cara y es mi cuerpo, pero si trato de calcar algo que funcionó, si me pongo la misma peluca y me pinto la boca como lo hacía María Elena, ¿qué sentido tendría?” Sus locas nunca se encasillan como enfermas psiquiátricas: pierden la calificación que les daría el diagnóstico clínico, se escapan a la humanidad más allá de la pintura de excéntrica. Las asesinas convulsionadas de Mujeres asesinas y su poetisa en la cuenta regresiva hacia el suicidio (Sarah Kane, en 4.48 Psicosis) llevaron al extremo, en 2006, lo que a esta altura es un sello autoral en su carrera como actriz: “Si no son tan locas –afirma–, yo me encargo de que lo sean a fondo. El naturalismo no existe en la vida de los seres humanos. Quiero que aparezca lo siniestro, lo cotidiano que, de pronto, se enrarece. Tiene mucho que ver con la niñez, cuando uno vive en un mundo feliz hasta que alcanza a vislumbrar lo monstruoso.”

En el teatro Elkafka, de la calle Lambaré, sus asistentes le desean antes de embarcarse hacia el mundo de Sarah Kane que tenga un buen viaje. “Pero volvé...”, piden. Luego, con su presencia, representando a la suicida en el minuto final (al filo de las 4.48, cuando –se supone– se termina el efecto del medicamento de la noche anterior) ella paraliza el cuerpo sin perder fuerza dramática; se deja invadir por la poesía de lo oscuro sin temerles a los excesos, emparentada con sus mujeres televisivas en el estado de ánimo y el pensamiento. ¿Quedó agotada después de un año de palabras densas, inevitables, fantasías mortuorias? “Estas palabras que escriben los poetas tienen una energía que cuando te roza es como una bomba”, asume. “Yo trataba de memorizarlas y empezaban a pasar cosas. Cuando el dolor es tan grande y tan profundo, no se puede llorar.”

No llorar es su obsesión en estos días de “lágrimas fáciles”, cuando las caricaturas de telenovelas y tiras se replican unas a otras a través de los fluidos derramados. “Eso se ve en la televisión –describe Leonor Manso–, todo el mundo llora. Ese sentimentalismo es un karma: la lágrima vende. Hasta en los programas de concursos hay gente común que ya lo sabe y entonces nadie hace el gesto natural de pudor para reprimir el llanto. Así también se tapa el verdadero dolor: es una cosa sensiblera, no sensible.” En el salto al hecho artístico –cree Manso– hay algo reparador: “Allí el hombre habla de manera profunda”.

–¿Cómo se renuevan los matices de la locura?

–Mis madres de la TV han tocado todos los tipos de locura. Rompen con la dominancia del naturalismo, o la exacerbación de personajes supuestamente loquitos pero sólo en superficie. Las espío, como actriz, por un agujerito. Quiero hacer ver aquello de lo que no se habla, lo que no se quiere mirar y lo que está negado ver. A mí se me aparece porque, como dice Charly, uno tiene una antenita que está conectada al inconsciente colectivo.

Una es un médium. Lo dice transportada a los confines en que habitan su Ema costurera, Elena protectora o Pilar esposa, a quienes representó en Mujeres asesinas. Nunca se asusta; deja que los excesos aparezcan porque por alguna razón eso ocurrió. Confía en que cada director (Alberto Lecchi en la TV, Luciano Cáceres en el teatro) dirán que no cuando sea demasiado. “También en el teatro –sigue– recorrí una zona de exceso. Aunque sea un personaje cada vez más paralizado, aunque diga desde una silla todo lo que tenga para decir. Es un alma en extinción.” La saga de las locas empezó en Vulnerables, con María Elena, la bestia controladora que sólo gozó con la fellatio al farmacéutico de Carlos Portaluppi, esa señora trash, amante de la guasada, el desdén y la agresión desaforada. Sirvió para que se exprese un criterio ante la deformidad. Ni la que inauguró la sucesión, ni las que vendrían después componen el inventario de una feria de excentricidades. “Les veo humanidad”, contrapone. “No somos perfectos; somos a veces hermosos, a veces muy feos. Con María Elena me decían por la calle: ‘Ay, qué mujer tremenda, qué mala’. Y yo contestaba: ‘Cómo debés ser parecida vos a ella’.”

–De las que se vieron en la TV de 2006, ¿Ema costurera fue la más bestial?

–La locura, en estas mujeres, es el hecho fundamental. Matar (a Enrique Pinti, el marido represor en cuestión, a quien incendiaba) no es una cosa sencilla; tenés que sortear muchos tabúes, muchas cosas ancestrales, lo que implica una pérdida de conciencia de la realidad. Todas estas mujeres pierden esa conciencia y por eso pueden llegar a matar. En la medida en que aceptemos que los seres humanos no somos computadoras sino seres complejos, locos bajitos que después de más grandes seguimos siendo tan loquitos con nuestro propio mundo, vamos a entender que ésa es nuestra gran riqueza, la que nos diferencia de los animales y de las plantas.

–Pero el hit fue Elena protectora, insinuando la relación incestuosa con el personaje de Gabriel Goity, tan enfrentada a la cuñada...

–Esa hermana fue de los personajes que más me gustaron. Con Alberto Lecchi le pusimos algunas cosillas: se me ocurrió que fuera una mujer muy rígida, con algo oculto en su sexualidad que sugiere que se trata de una mujer lesbiana, en relación de extrema cercanía con el hermano.

–Todas sus asesinas de este año propusieron el crimen como liberación...

–Eso me da un poquito de temor, porque es empezar a hacer justicia por mano propia. Hemos pasado por cosas tan terribles, y un ejemplo en sentido opuesto son las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, que en ningún caso tomaron justicia por sí solas. Siguen reclamando a la Justicia con confianza en una sociedad democrática. Pero en la TV no hay posibilidad de opinar; te llaman, está el libro, y lo tomás o lo dejás.

Al menos en todos los casos se trató de dramas privados, “castigados –dice– y en los cuales las asesinas terminan presas. Lo bueno es poder mirar qué le pasa a una persona que puede llegar a eso en una situación extrema”. Sólo la pionera María Elena (Vulnerables, 1999) se contó en tonos más frescos, regodeada en la extravagancia de sus gustos sexuales, en complicidad paranormal con la hija. Para protegerse de la repetición y no imitar los mohínes que todavía emparentaban a la María Elena de Vulnerables con la Gloria de Resistiré (otra madre excesiva, esa vez del personaje de Carolina Fal), toma algunos recaudos: “La primera impresión, para mí, es fundamental. Lo que me imprime el guión lo tomo, lo tiro para arriba, y si el director me dice OK, ahí va. Nuestro trabajo tiene que ser desde la nada, sin trucos, porque cuando sacás el oficio no es placentero para el actor porque no hay descubrimiento. Lo lindo es cuando te perdés para encontrar algo. Yo trato de resguardar eso”.

Las locas recientes tienen en común la situación de pobreza, que las aparta de los vicios y tics más neuróticos de sus primeras clasemedieras; se corren a una zona de impulsos, represiones más primarios, corridas al terreno del crimen, menos pintorescas que corrosivas. “La locura de María Elena era tan común, una locura sin culpa. Y era oscura.” A Leonor Manso le gusta ornamentar. A la Gloria de Resistiré le sumó un maletín del que nunca reveló su contenido. “La gente empezó a preguntar qué llevaba Gloria en el ataché. Eso lo dirá cada espectador, nunca se revela. Y es lo mejor.” La referencia a la mítica cajita del chino de Belle de jour (de Luis Buñuel) es inmediata: ¿Qué contenía ese interior para horrorizar a Catherine Deneuve? Y en esa tradición, ¿qué tenía el maletín que la Manso no se dignó a abrir ni soltar ni en el final? ¿Lo sabrá?:

–Apuesto a que esa información la agregue cada uno porque, de otro modo, se achicaría el hecho artístico.

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