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Domingo, 18 de septiembre de 2005
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LOS GRANDES DE LA DANZA SE UNEN PARA FESTEJAR LOS 80 AÑOS DEL COLON

Gala para celebrar el cumpleaños

Maximiliano Guerra es una de las figuras que bailarán hoy, recordando la creación del primer elenco estable de danza.

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“El Colón es la casa de todos nosotros.”
Maximiliano Guerra camina por los pasillos del Colón, empapados de historia. Encuentra un viejo poster sobre una pared que anuncia una función de Giselle y se coloca junto a él con una sonrisa: el de la imagen es él mismo, casi irreconocible. Detrás se oye la música del piano; dentro de la clase unos alumnos de la escuela de ballet rinden un examen y los nervios crecen ante la presencia de Maximiliano.
Todo sucede ahí, bajo ese mismo techo de Cerrito y Viamonte, en donde bailaron en otros tiempos las máximas figuras de la danza; desde Anna Pavlova, Vaslav Nijinsky, Rudolf Nureyev, Maia Plissetskaya, Margot Fonteyn y Mijail Barishnikov hasta los argentinos Jorge Donn, María Ruanova, José Neglia, Norma Fontenla y Olga Ferri pasaron alguna vez por esos pasillos.
Bajo ese mismo techo, también, se formó en 1925, el primer elenco estable de ballet de nuestro país con integrantes argentinos, actual referente de la danza en América latina, que hoy cumple 80 años.
Para festejar tal aniversario, el teatro prepara un homenaje a lo grande. Las principales figuras argentinas de la danza, que actualmente se desempeñan en las compañías más prestigiosas del mundo, regresaron al país para festejar el cumpleaños del cuerpo de baile que les permitió dar sus primeros pasos a nivel profesional. Así, Guerra no estará solo esta noche; junto a él actuarán Julio Bocca, Paloma Herrera, Eleonora Cassano, Cecilia Figaredo, Marianela Núñez, Hernán Piquín, Marcela Goicoechea, Luis Ortigoza y todo el elenco estable del Colón bajo la dirección de Oscar Araiz, en un acontecimiento único que se realizará en la sala principal del teatro (Cerrito 618) a las 17 (ver aparte).
Allí estarán todos, junto a los integrantes ya jubilados de la compañía, para recibir, finalizada la función, una medalla realizada con el mismo zinc de aquel techo de Cerrito y Viamonte (removido para su recambio como parte de las obras de restauración) que albergó y vio nacer a tantos valores de la danza argentina.
“El Colón me dio muchísimo –cuenta Maximiliano Guerra–. Me permitió bailar por primera vez como primer bailarín en La sylphide, el 23 de diciembre de 1985, cuando yo recién ingresaba en la compañía. Yo entré a la escuela del Colón a los diez años; en ese momento se estaba preparando una producción muy grande de Espartaco y me llamaron para hacer de hijo. Ahí tuve la suerte de estar por primera vez sobre ese escenario. Me produjo tal fascinación ver las luces, los vestuarios, a los bailarines más grandes... Y el aplauso de la gente, en semejante teatro siendo yo tan chiquito, fue algo increíble. Ahí fue cuando, en mi interior, calló la ficha de que quería ser bailarín.”
–En general, las cosas se le fueron dando antes que a otros bailarines. ¿Qué sentía cuando le daban tantas oportunidades, tan pronto?
–Sentía, sobre todo, que lo tenía que hacer muy bien. Y esa responsabilidad la tomaba con mucha felicidad. Quería demostrar por qué yo estaba en ese lugar, porque me lo merecía, porque tenía responsabilidad y disciplina.
–¿Recuerda alguna anécdota o alguna enseñanza que le haya dejado el teatro?
–Recuerdo una muy cómica. Yo entré al ballet estable a los catorce años y al principio me llamaban como refuerzo. Una vez, un rato antes de la función, uno de los chicos no pudo bailar y me pusieron a mí a reemplazarlo. Estábamos haciendo Baile de graduados y todos entrábamos marchando por una puerta. Como nunca lo había ensayado, no había visto que el marco de la puerta tenía una madera debajo y me la llevé puesta. Le pegué al de adelante y se creó un efecto dominó en el que se golpearon todos en plena función. A partir de ahí aprendí que primero hay que mirar para abajo.
–¿Qué personalidades de la danza considera que han dejado su huella en el cuerpo estable?
–Desde Esmée Bulnes, pasando por la época dorada del Colón, en la que estuvieron Norma Fontenla y José Neglia, o Margarita Fernández y Olga Ferri, la primera bailarina argentina que hizo famosa a la danza argentina en el exterior... También Liliana Belfiore, la más popular antes de nuestra generación. Era gente que vivía y bailaba con la camiseta del Teatro Colón. Eso es la “identidad de compañía”.
–¿Y hoy?
–Hoy noto que no podemos evitar que se refleje esa indiferencia, propia de la sociedad en general, en el teatro. Todos son más individualistas, bailan para sí mismos y así se pierde la identidad del grupo.
–¿Cómo ve el futuro de la compañía con Oscar Araiz a la cabeza?
–Para mí una compañía tiene que tener una identidad propia y el repertorio debe responder a eso. Esto se logra con un director que tenga un buen proyecto y una buena visión de hacia dónde llevar la compañía. Lamentablemente en Argentina lograr eso es muy difícil porque los directores no duran más de dos años. Espero que Araiz tenga el tiempo de poder plantear su punto de vista y, si es apoyado por las autoridades del teatro y del Gobierno de la Ciudad, podrá hacerlo.
–¿Qué le desearía al Colón en el aniversario de sus cuerpos estables?
–Deseo que en el futuro sea un teatro como el que fue en otro momento, un teatro con espectáculos todas las noches, con una apertura y una gran variedad en sus programas; que no sea un teatro elitista sino que sea para todos los públicos, como corresponde, porque si todos pagamos los impuestos para mantenerlo, el Colón debe ser de todos.

Informe: Alina Mazzaferro.

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