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Sábado, 23 de diciembre de 2006
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ENTREVISTA A FELIPE PIGNA

“La mentalidad autoritaria tiene aquí una larga historia”

El historiador recorre, en el tercer tomo de Los mitos de la historia argentina, el período comprendido entre la sanción de la Ley Sáenz Peña y el final de la Década Infame.

Por Silvina Friera
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Piña defiende su lugar como divulgador y se muestra indiferente al reconocimiento académico.

“Es un período formativo muy importante, aunque poco explorado, al que no se le ha dado la trascendencia que merece, incluso desde la historiografía”, dice Felipe Pigna. Se refiere a la etapa que analiza en el tercer tomo de Los mitos de la historia argentina (Planeta), desde la sanción de la Ley Sáenz Peña hasta el final de la llamada Década Infame (1910-1943). En el prólogo del libro, Osvaldo Bayer señala que Pigna muestra el devenir del poder “que cambiaba de rostro pero no de dueño”. Para Pigna el triunfo del radicalismo en 1916 expresó los conflictos y las contradicciones ideológicas de un partido de clase media, con importantes avances en rubros como la política exterior, la política petrolera y la Reforma Universitaria, aunque con retrocesos significativos, como la represión de las huelgas patagónicas y la Semana Trágica. “Un punto de inflexión fue la aparición de una banda terrorista armada, La Liga Patriótica Argentina, que es un antecedente de la peor derecha argentina. Pero también se vislumbra una característica que tendrá la derecha a lo largo del siglo: el desprecio por la democracia, la preferencia por la acción directa en vez de la participación democrática a través de partidos”, explica el historiador en la entrevista con Página/12.

Pigna, director de la revista Caras y Caretas y del site www.elhis

toriador.com.ar, uno de los más visitados de la Argentina, advierte que la derecha no conformó partidos de masas sino que prefirió la acción, “como diría Gramsci, desde la sociedad civil”, a través de los grupos de presión como la Iglesia, la prensa o la Sociedad Rural. “Esta es una característica muy importante y por eso llamo a un capítulo El huevo de la serpiente, en homenaje al querido Ingmar Bergman y a una de sus películas más notables en la que uno de los protagonistas, frente a lo que percibe que se venía en la Alemania de los ‘20, dice que es como el huevo de la serpiente, que a través de la delgada membrana vemos crecer el horror, pero por algún motivo nos quedamos paralizados y no actuamos.”

–Esta derecha que desprecia la democracia, ¿podría considerarse un antecedente ideológico de la dictadura militar?

–Cualquier historiador serio diría que sí, que hay antecedentes de tiempo largo de la dictadura militar, y el mejor es el ideológico: la conformación temprana de un núcleo muy sólido de poder entre los elementos más reaccionarios de la Iglesia y del Ejército, que fueron articulando un pensamiento nacionalista que venía de las filas de la Iglesia, y que alimentó al Ejército, que no tenía una ideología propia, que necesitaba de un dador, y ese dador fue la Iglesia Católica y sus adláteres laicos, gente que encontraba en el catolicismo un corpus ideológico en las encíclicas de León XIII. Es una derecha más reaccionaria que la fascista, no en su práctica, pero sí en su concepción de la historia y de la sociedad. El fascismo no admite la lucha de clases, pero sí la movilidad social. En cambio esa derecha argentina que empieza a conformarse en el período habla de un mundo estático, más que de clases de estamentos, y su mundo ideal es el mundo de la monarquía absoluta, de lo que tiene que permanecer inamovible.

–Usted cita a Carlos Pellegrini, que en 1905 señaló que al radicalismo “para destruirlo, anularlo por completo y para siempre, no hay sino un medio, entregarle toda la República para que gobiernen: en el gobierno se hundirán”.

–No adhiero a la frase de Pellegrini, pero me parece interesante. Lo que él estaba diciendo en realidad, y que a nosotros nos suena de otra manera por (Fernando) De la Rúa, es que aunque el radicalismo llegara al poder, “nosotros” vamos a seguir manejando los resortes del poder. La lectura que hoy hacemos es diferente: “Déjenles el gobierno, que van a gobernar mal”, pero eso no era solamente lo que estaba diciendo Pellegrini. Estaba advirtiendo que ellos no se iban del poder, sino del gobierno.

–Pero la frase también “anticipa” los problemas que tendrá el radicalismo en el poder, el hecho de “gobernar mal”. ¿A qué atribuye esta debilidad?

–Hay una dificultad con el manejo del poder. Los radicales asumen el gobierno, pero no asumen el poder. Y esto tiene que ver con su constitución y con sus dificultades para la definición. Es un partido policlasista de clase media y alta, con poca presencia obrera. En 1919 estaba claro que el electorado del radicalismo sería el de la clase media y alta, que quería orden, y no el electorado obrero, que no lo tuvieron ni lo iban a tener jamás. Además, la participación obrera en la Argentina se canalizó esencialmente a través de los sindicatos. Gracias a la escuela peronista –esto puede ser bueno o malo, cada uno lo leerá como quiera–, la participación política de los obreros y de la clase trabajadora se dio más que a través del partido a través de los gremios. Yrigoyen encontraba enormes dificultades para definirse ideológicamente, decía que “no estamos contra nadie sino a favor de todos”, es decir que alentaba la idea de un gran movimiento, con un antecedente interesante, que luego sería usado por el peronismo: “los que no están conmigo son la antipatria”, un elemento muy peligroso y profundamente autoritario.

–¿Por qué algunos historiadores rechazan la expresión “Década Infame”?

–Los conservadores la cuestionan porque dicen que el país creció, que tuvo una segunda etapa de recuperación, que se construyeron caminos. Lo mismo se podría decir del menemismo. Aquella fue una década infame porque se torturó, se fusiló, la picana era un instrumento de uso cotidiano legalizado y defendido por el ministro del Interior Sánchez Sorondo. Cuando uno afirma esto, lo que está tratando de decir es cómo se va conformando la mentalidad autoritaria, que no apareció recién en el ’76 sino que tiene una historia. La miremos con la voluntad que la miremos, fue una década infame. Si no quieren llamarla de esa manera porque así la definió José Luis Torres, y no les cae simpático a algunos historiadores –yo tampoco adhiero a todo lo que dijo Torres, que fue un pensador nacionalista que se bandeaba por momentos hacia la derecha–, que busquen otro nombre. Pero la expresión es válida. Los que se niegan a usarla son defensores de Justo y plantean que Justo no es Uriburu; es cierto, yo los diferencio, pero Justo hizo fraude. Perón los diferenció y por eso se fue con Justo y no se quedó con Uriburu. Se arrepintió y tuvo el coraje de decirlo. Es categóricamente una década infame; si no tenés que empezar a buscar la delgada línea que separa defender la tortura para avalar la construcción de caminos, y no está en mi espíritu hacer eso.

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