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Domingo, 7 de enero de 2007
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DOS OPINIONES CONTRAPUESTAS SOBRE EL CONFLICTO DE LA BIBLIOTECA

Un debate que mueve la estantería

El sonado conflicto entre el director Horacio González y el subdirector renunciante Horacio Tarcus dividió aguas entre los intelectuales, llegando a un cruce de comunicados. La discusión está lejos de agotarse.

Por Silvina Friera

CHRISTIAN FERRER

“Hay un plano ideológico”

¿Cuál es el rol de la Biblioteca Nacional? “Al igual que el Archivo Histórico de la Nación, que las pinacotecas y los museos públicos, la Biblioteca es un ámbito espiritual que se ocupa de resguardar, ordenar y difundir el patrimonio intelectual del país, con las técnicas más adecuadas para hacerlo, teniendo en cuenta que este tipo de bienes resultan ser frutos de la ilustración e imaginación humanas y que las técnicas de organización de los mismos suponen artes del cuidado que eviten transformar a los libros en ‘soportes bibliográficos’, según enfatizan las efímeras modas retóricas de la actualidad. Eso lo sabe cualquier lector de libros, como también se sabía eso en la biblioteca de Alejandría o en los ateneos socialistas de antaño y como lo sabe aún cualquier niño en edad escolar”, responde el sociólogo Christian Ferrer en la entrevista con Página/12. “En ese sentido, no dudo de que Horacio González es el más adecuado director porque es una persona honesta, culta, erudita y generosa, atributos que no abundan y nunca han abundado en la función pública.” Ferrer señala que la biblioteca no está en ningún estado crítico o sombrío, como advirtió el subdirector renunciante. “Al contrario, ha mejorado muchísimo, si consideramos la difícil situación heredada.” El autor de Mal de ojo y Cabezas de tormenta dice que le sorprende favorablemente el interés mostrado por tantos intelectuales argentinos que últimamente se han concernido por la misión de la Biblioteca Nacional, “puesto que no recuerdo que durante los gobiernos de Menem, De la Rúa, Rodríguez Saá o Duhalde abundara este tipo de preocupación manifestada bajo la forma de solicitadas”.

–¿A qué atribuye ese interés?

–Tengo la impresión de que quienes han opinado sobre el conflicto suscitado por la renuncia del subdirector buscan la causa en el plano ideológico de las “orientaciones de gestión”. Quizás. Pero una causa menos elusiva exige reconocer que la búsqueda de un “poder dual” por parte del subdirector se superpuso a una supuesta “lucha de ideas” entre dos funcionarios. Decodificar el problema de modo unilateral significa eludir el fondo político del problema. Cuando en otros ámbitos de la administración estatal se produce un conflicto de este tipo, los diarios lo explican como una “lucha de poderes”, en tanto que no son pocos los opinadores que ahora tratan la cuestión como un asunto de índole tecnocrática (como si incluso un ciego no pudiera ser nombrado director de la Biblioteca Nacional) y en función de ello descalifican a cualquiera que no se adecue a esa horma. Pero si una biblioteca es uno de los centros simbólicos significativos de una nación, eso quiere decir que es para todos los lectores, no puede ser sólo pensada para una elite especializada. Por otra parte, las guerras de declaraciones y apoyos de los últimos días ya se parecen excesivamente a los discursos emanados de un centro de estudiantes de la tercera edad, inconducentes y estériles, sin dejar de ser dañinos. No me exceptúo de esta ley. También me llaman la atención las vituperaciones destinadas al director actual de la Biblioteca.

–¿Por qué?

–En el campo intelectual argentino, cuya importancia sigue menguando año tras año, todavía siguen activas viejas desavenencias y pugnas, confusas la mayoría, que provienen de la experiencia frustrada de la izquierda argentina, habitada por fantasmas que en otro tiempo fueron siglas y que luego se reordenaron en otra disposición de tomas de partido. Tales dilemas, que interesan sólo a una tribu específica, no deberían condicionar ni orientar la gestión de la Biblioteca Nacional.

–¿Por qué rechaza la idea de que existe un debate entre modernización y tradición?

–Entiendo que desde la gestión de Elvio Vitali se está realizando la informatización de la biblioteca y que Horacio González la está continuando. No hay un conflicto entre modernización y tradición; sólo hay modernización y discusiones acerca de cómo orientarla. Pero en la función pública no conviene proceder a la manera de las “reingenierías de empresas”, como se decía en los años ’90, sino aprender a convivir con todos aquellos que forman una comunidad de trabajo. En ese sentido, las armas para llevar adelante una gestión son el consenso, el respeto, la negociación y la mutua comprensión de todas las posiciones.

–Quienes apoyan a Tarcus rechazan la publicación de la revista La Biblioteca y la edición de libros. ¿Qué opina usted?

–Acusar al director de editar la misma revista que promovían Groussac o Borges es un despropósito, cuando ésa es exactamente una de las tareas que debe encarar una biblioteca: dar a conocer libros, revistas y catálogos. Sería como acusar a los profesores universitarios de escribir y publicar libros en vez de dedicarse únicamente a los papers de circulación restringida. Un absurdo.



ADRIAN GORELIK

“Hubo un diagnóstico preciso”

La renuncia de Horacio Tarcus a la subdirección de la Biblioteca Nacional puso en evidencia un problema de prioridades en una institución de escasos recursos, que tiene que definir hacia dónde dirige su principal energía. Este es el planteo que propone el arquitecto e historiador Adrián Gorelik respecto de las repercusiones que generaron entre intelectuales e investigadores los argumentos esgrimidos por Tarcus. “El informe que hizo de su gestión y el texto de su renuncia es un documento verdaderamente excepcional en la historia de las instituciones, porque trazó un diagnóstico preciso, agudo y certero sobre el que todavía no ha habido ninguna respuesta concreta”, dice el autor de Miradas sobre Buenos Aires en la entrevista con Página/12. “La Biblioteca no termina de definir que su misión principal debería ser la de capitalizar el acervo de libros y convertirse en el centro de un sistema bibliotecológico nacional. La modernización bibliotecológica, que es absolutamente fundamental, no se está cumpliendo, y hay una visión rutinaria de lo que es la tradición.”

–¿En qué aspectos percibe esta visión rutinaria?

–En la reedición de la revista La Biblioteca, que comenzó a salir en los tiempos de Paul Groussac. El problema es que cuando Groussac lanzó esta revista había dos o tres revistas académicas y culturales en el país. Lo que hoy publica la revista La Biblioteca es lo que sale en decenas y decenas de revistas académicas y culturales. ¿Cuál es el sentido de que se inviertan recursos y energías en hacer una revista cultural más? Estas son menciones rutinarias a una tradición que dejan de lado la reflexión sobre cuál debería ser el rol central de la Biblioteca, que no es dilapidar energías en ese “homenaje” a la tradición sino tratar de ver cómo se inserta en un sistema bibliotecológico completamente en crisis, con un acervo de libros lamentable respecto de otras bibliotecas nacionales de América latina, como la de Brasil o la de México. Una institución tiene que tener mucha claridad respecto de cómo hacer el mejor uso de sus escasos recursos.

–Pero, como señalan quienes apoyan a González, reducir el conflicto a la dicotomía modernización y tradición empobrece el debate...

–No debería haber esa oposición, pero si por tradición se entiende estos gestos rutinarios sin tener claridad respecto de lo que significa una revista cultural en la Argentina, me parece que eso no es tradición. El problema es definir en cada caso qué significa tradición y qué significa modernización.

–¿Y qué significan?

–La Biblioteca tiene pendiente un enorme salto cualitativo respecto de lo que es el cuidado y la disponibilidad de su acervo bibliotecológico. Cualquier lector o investigador sabe lo difícil que es conseguir documentos y libros; sabe del tiempo que se tarda en llegar a ellos, que un día están y otro no. La tarea de inventariar requiere personal especializado que no abunda en la biblioteca. El otro tema en discusión es la burocracia sindical, que González defiende con una especie de apelación a la tradición en la que resulta lógico que esa burocracia sindical tenga peso para trabar los procesos de modernización. Informatizar, realizar inventarios, tener verdadera disponibilidad de lo que hay y por otro lado ampliar el material disponible es la tarea básica. Sin eso no hay Biblioteca Nacional. La discusión entre modernidad y tradición lo que oculta es que la biblioteca no tiene una política clara respecto de su propia función. ¿Para qué editar libros con la decena de editoriales independientes argentinas que están reeditando clásicos?

–También se podría preguntar por qué no puede editar libros, cuál sería el problema, por qué no puede intervenir en ese campo...

–González es un intelectual que sabe sacar revistas y editar libros y eso no se puede repetir en todas las instituciones. ¿Hoy la Biblioteca Nacional tiene que hacer eso? Junto con la Secretaría de Cultura de la Nación, podría entregar subsidios a las editoriales nacionales para que reeditaran a los clásicos, pero ¿por qué lo tiene que hacer la Biblioteca? Si la biblioteca cumpliera con su función prioritaria y quedaran esfuerzos y presupuesto para editar libros y publicar una revista, no habría contradicción. La contradicción aparece cuando efectivamente no le restan presupuesto ni esfuerzos para hacer otra cosa y se termina optando, y para mí se opta mal.

–Tarcus señaló que lamentaba que González calificara su reclamo de eficiencia y productividad laboral en la administración pública como “neoliberal” o “de derecha”. ¿Qué opina?

–Estoy de acuerdo; González se está haciendo eco del reclamo de la burocracia sindical y no de la modernización y la profesionalización de los propios trabajadores. Todos aquellos que trabajamos en el Estado sabemos lo que es el peso de la burocracia sindical. El problema es que González dice que eso existe, pero como lo considera parte de la naturaleza, no debe ser modificado, aunque cambiarlo implique conflictos.

–Pero en la Argentina, cada vez que se habló de modernización, eficiencia y productividad se arrasó con el derecho de los trabajadores.

–Es cierto, pero no me parece que Tarcus pretenda arrasar con el derecho de los trabajadores.

–El problema es que la defensa de la eficiencia coloca muchas veces al que la defiende en un andarivel peligroso, porque no hubo experiencias de modernización sin expulsión de trabajadores del sistema laboral.

–Tarcus plantea una modernización cuyo eje sería la capacitación activa de los trabajadores para convertirlos en actores vitales del propio proceso que tienen que encabezar. En el marco de una cultura progresista, deberíamos ser capaces de imaginar formas de modernización que pongan a la cabeza a los propios trabajadores. Y el discurso de Tarcus tiene que ver con esto y no con una modernización expulsiva.

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